El giro de los cantautores
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el latido cultural ·
El polémico desmarque ideológico de Joaquín Sabina coincide con la muerte del cubano Pablo MilanésEn los cantautores de los años setenta y ochenta, la música y la ideología se encontraban tan unidas que parecían la misma cosa. El tiempo, que no se detiene, como la evolución de los acontecimientos y de las personas, ha separado una de otra en ... algunos conocidos casos. Y, así, de Pablo Milanés, que moría hace unos días, queda su música y sus letras inolvidables, no la fe en la revolución cubana de la que se acabó distanciando totalmente. Y, así, en el caso de Joan Manuel Serrat, tampoco tienen sus críticas al 'procés' catalán, que suscitaron las reacciones más hostiles, el definitivo peso que tienen sus canciones. Otro tanto le sucederá a Joaquín Sabina, que en estos últimos días recoge divertidos piropos como el de 'voz de serrucho' por decir un par de obviedades sobre el comunismo y la deriva de la izquierda latinoamericana en la presentación de esa película-retrato que le ha hecho su amigo León de Aranoa.
La verdad es que el proceso de desideologización que han vivido esos cantautores durante las últimas décadas, ese salto de la gira promocional al giro políticamente incómodo, lo han experimentado de forma paralela en sus cabezas muchos de sus propios incondicionales. A estos últimos les ha pasado algo parecido a lo que al creyente que deja de creer en Dios, pero sigue disfrutando de las mismas cantatas de Bach de las que disfrutaba antes de esa pérdida, cuando, además del placer auditivo, le proporcionaban un apoyo emocional para la fe que ya no posee. Se atribuye a Agustín de Hipona una frase sobre el valor de la música («Quien canta reza dos veces») que resulta aplicable a aquellos conciertos de la década de los setenta en los que un público igualmente entregado a Pablo Milanés y a la Revolución de manera indistinta, sostenía en alto los mecheros encendidos, como las velas de una procesión o una peregrinación hasta quemarse las uñas.
No. Hoy hemos perdido aquella convicción de que 'el pueblo unido jamás será vencido'. Hoy, con el fenómeno aún emergente de los populismos, yo creo que el propio Pablo Milanés experimentaba prevención ante quien le hablaba en nombre del pueblo. Sin embargo, quedan sus maravillosas letras, el tono doloridamente sentimental con el que describía, en su canción 'Para vivir', el cansancio y el desgaste de una pareja: «Que no bastaba que me entendieras y que murieras por mí;/ que no bastaba que en mis fracasos yo me refugiara en ti».
Lo malo que tiene salir del armario, tanto en la política como en el sexo, es que hay que intentar hacerlo bien abrigado porque fuera hace mucho frío. No sé si Joaquín Sabina sabrá aguantar ese frío de la calle, que es el de la libertad y el que debería necesitar como el agua cualquier verdadero artista. Sé que, al desligarse de la parroquia populista, ha provocado una situación interesante en un momento interesante en el que ya se están produciendo otros desligamientos similares de un grupo que hasta hace poco parecía monolítico. Sé que su caso tiene más peso que el de Antonio Escohotado o el de Quique San Francisco porque es un personaje indudablemente más popular. De ahí también el gran valor de su gesto.
Con su 'voz de serrucho' precisamente, Joaquín Sabina ha sabido dar en el clavo de una sensibilidad rasante, ronca y paisana; de un canallismo léxico y un barroquismo de baja intensidad que lo hacen asimilable al gran público. Sabina sabe cocinar una poesía prosaica que pasa por prosa poética y que tiene, sin duda su mérito. Es de los pocos cantautores que conocen los secretos técnicos del verso: la medida, el ritmo que da la exacta acentuación, los juegos sintácticos a base de quiasmos, retruécanos y encabalgamientos. Por esa razón sus letras encajan como un guante en sus melodías. Y por esa razón también suenan a contemporáneo romance castellano.
Por esa razón Joaquín Sabina sale airoso de los sonetos que escribe y que son siempre técnicamente solventes como lo demostró en el poemario que publicó en 2001 bajo el título 'Cien volando de catorce'. En esos sonetos, suele tomarse algunas licencias formales como la de rimar un singular con un plural rompiendo la consonancia, pero eso ya lo ha convertido en un rasgo de estilo que le da a sus composiciones un toque de desenfado, heterodoxia y modernidad: «Yo, que he vivido siempre confinado/ en el amor, los bares, los amigos,/ confieso y pongo al diablo por testigo/ de que el toque de queda me ha quebrado.»
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