Fuego poético, destino implacable
Golpe a golpe. ·
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La nueva edición de 'El tránsito de fuego', cumbre de la poesía centroamericana, invita a redescubrir a Eunice Odio, una autora que murió sola y pobre hace 50 añosCarlos Aganzo
Sábado, 5 de octubre 2024, 00:01
Desde el primero hasta el último día de su vida, la existencia de la poeta Eunice Odio estuvo marcada por las peripecias y las vicisitudes. Nació en 1919 en San José de Costa Rica, oficialmente como hija natural, con lo que añadió a su nombre ... en el registro los dos apellidos maternos. Cuando tenía 15 años, sin embargo, y nueve meses después de la muerte de su madre, como en un parto póstumo, su padre se decidió por fin a reconocerla, e incluso a unir los dos apellidos familiares: Yolanda Eunice Odio Infante. La nueva Eunice pasó su adolescencia y primera juventud con su familia paterna, se cultivó y leyó cantidades industriales de poesía en el Colegio Superior de Señoritas, y a los veinte se casó con su primer marido, que le doblaba la edad, y que le duró apenas dos años. Después se dedicó a viajar por Centroamérica y Estados Unidos.
Cuando regresó a Costa Rica, empezó a publicar sus primeros textos y poemas bajo un tercer nombre, el de su seudónimo Catalina Mariel. Escribió para el 'Repertorio Americano', 'La Tribuna' y 'Mujer y Hogar', hasta que se decidió a enviar su primer libro de versos, 'Los elementos terrestres' (1947), al Concurso Centroamericano de Poesía 15 de Septiembre, de Guatemala. Lo ganó y, gracias a ello, consiguió instalarse en el país vecino, trabajando para el Ministerio de Educación, hasta el golpe de Estado (dirigido por la CIA y con el patrocinio de la United Fruit Company) que terminó con el gobierno de Jacobo Árbenz, el «soldado del pueblo» guatemalteco. Viviendo aún en Guatemala se publicó en Argentina su segundo libro, 'Zona en territorio del alba' (1953), un año antes de que la escritora saliera para Ciudad de México, donde residiría hasta su muerte, con excepción del tiempo que pasó en los Estados Unidos, entre 1959 y 1962.
En su primera estancia mexicana, en el año 1957 Eunice Odio envió su tercer libro, 'El tránsito de fuego', a participar en el Certamen de Cultura de El Salvador. Por el retraso del correo, el manuscrito no llegó a tiempo para concursar, pero después de fallado el premio el jurado consideró que, por su calidad, el libro merecía ser publicado junto con la obra ganadora. Así vio la luz un texto que más tarde autores como Octavio Paz, Alfonso Reyes y Carlos Zener, entre otros, considerarían cumbre de la poesía centroamericana de su tiempo. En México, la poeta trabajó como periodista cultural, crítico de arte, reseñista y traductora del inglés. Y publicó también una cuarta obra: 'El rastro de la mariposa'.
En 1966 se casó en segundas nupcias con el pintor mexicano Rodolfo Zanabria, quien más tarde la abandonaría para marcharse a vivir a París. A la escasa generosidad de la crítica con la obra poética de la escritora se había sumado además, desde 1963, un notorio apartamiento por parte de la izquierda mexicana, debido sobre todo a su crítica abierta a la dictadura de Fidel Castro. Sola, pobre y en gran manera olvidada, murió en Ciudad de México en 1974. El mismo año de su muerte se publicaría 'Territorio del alba y otros poemas', pero sus obras completas, recopiladas por Peggy von Mayer, no aparecerían hasta 1996.
Según Von Mayer, catedrática de la Universidad de Costa Rica y autora del «pórtico» de la nueva edición de 'El tránsito de fuego', que publica ahora en México y en España la editorial Vaso Roto, para Eunice Odio la poesía fue, desde el primero al último de sus libros, «un don carismático, una manifestación del Espíritu Santo, por lo tanto un acto sagrado que la lleva a afirmar que no es en ella una afición, sino un destino implacable». Un destino que le permitió asumir, siempre con mirada poética, los diferentes acontecimientos de su vida. Y a escribir una poesía de una pureza y una personalidad absolutas, escasamente comprendida en su tiempo, pero hoy fuente permanente de revisitación, homenaje, reedición y traducción.
En esta última edición de Vaso Roto, además de Peggy von Mayer, un prólogo de Carlos E. Paldao y un epílogo de Graciela S. Tomassi invitan a recorrer de nuevo este texto esclarecedor «en desnudez de todo prejuicio y en silencio», como «esa noche órfica que es, desde el fondo de los tiempos, anunciación de la alborada». La noche y la alborada de una escritura torrencial y, sin embargo, profunda, cargada de referencias y simbología. Una carrera frenética en busca del significado último de las cosas. Y una trascendencia permanente, que una y otra vez hace transitar a la poesía por los predios de la oración. Un gran poema que convoca a la creación literaria como ejercicio vital, unas veces como descenso a los infiernos y otras como subida a los cielos de la poesía. Siempre como alto destino. «Y vendrán a la cita -escribe Eunice Odio en el poema dramático 'La alegría de los creadores'- / apenas los que tengan la lengua innumerable, / el corazón de frente, / entera, sin caídas, la agonía». «No acudirán -concluye- los que tenían sin guarda la palabra, / los que traían recado y no lo dieron, / los que perdieron el corazón entre sus cosas, / para no verlo».
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