
Fernanda Trías y la novela ecológica
Corrección política ·
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Corrección política ·
En su quinta novela, la escritora uruguaya traza el perfil de una mujer solitaria volcada en el cuidado de una montañaEn 'El hombre aparece en el Holoceno', la novela más difícil, dramática y extraña de todas las que escribió Max Frisch, un anciano, el señor ... Geiser, se enfrenta a su decadencia aislado en una casa del Cantón de Tessino, situado en la zona más meridional de Suiza y en la vertiente sur de los Alpes. Su lucha contra la soledad, contra su fragilidad, sus olvidos, sus fobias y sus fantasmas no halla precisamente un aliado en la Naturaleza, que estaba ahí antes que él y que le sucederá como un testigo impasible e indiferente, cuando no hostil. En 1979, cuando el escritor suizo escribió ese libro, aún se podían oír algunos ecos del existencialismo sartreano. Aún el individuo era el gran referente de la literatura y del pensamiento político, mientras el ecologismo asomaba tímidamente en el panorama ideológico y era contemplado por la propia izquierda clásica como una «cosa de niños», una bandera evanescente, cursi y burguesa que no tenía nada que hacer frente al plato fuerte de la causa humanitaria, social y obrera. En el casi medio siglo que ha transcurrido desde entonces, la propia izquierda se ha deslizado hacia un ecologismo deshumanizador que antepone la preocupación por la Naturaleza a la que tenía al individuo como centro. Es en ese nuevo contexto donde se sitúa la nueva entrega narrativa de Fernanda Trías (Montevideo, 1976).
Como el viejo protagonista de 'El hombre aparece en el Holoceno', la protagonista de 'El monte de la furias' vive sola en la ladera de una montaña. Si aquél solo tenía por ocupación vigilarse a sí mismo, ésta cumple una misión de cuidadora del paisaje y vigía de sus lindes. Aquí ya no es el ser humano el volcado en salvarse o dar cuenta de su agonía, sino la montaña misma, como símbolo de la Naturaleza, la que constituye el motivo central de los cuidados y desvelos del ser humano.
En una nota que cierra la novela, explica la autora que la escribió en Bogotá con la compañía cercana de los cerros orientales y de sus bosques de niebla. Es decir, que, de la cordillera alpina de Frisch, habríamos pasado a la andina de Trías, donde esa heroína toma notas en unos cuadernos como si le fuera en ello la vida. Éstos son exactamente cuatro, se hallan numerados y llevan cada uno un título distinto: 'La casa', 'Veneno en la sangre', 'Cuerpos' y 'Nacimiento'. Escritos en primera persona, como el texto titulado 'Última hoja', que abre del libro a modo de introducción, se alternan a capricho con otros redactados en una omnisciente tercera persona en los que se repite el título 'La montaña'. Esa misma tercera persona rige en un penúltimo capítulo, 'Las almas', que se encuentra a medio camino entre la prosa poética, que planea en toda la novela, y el género fantástico: «Las almas salen de la tierra. Salen con las piernas enredadas. Raíz ronca, su grito ensordece a los perros…».
Si el decrépito héroe de Max Frisch recurría a un 'Diccionario Enciclopédico' para dar batalla a su senilidad, la mujer sin nombre de Fernanda Trías también cuenta, aunque solo sea en el recuerdo, con una 'Enciclopedia Botánica' o un 'Libro de Anatomía Ilustrada' que le remiten a su infancia y a una maestra llamada Nidia que azuzó su afán de saber. Entre los seres que esa heroína evoca están la madre aborrecida y la abuela adorada. Se añade así al tópico ecológico el feminista de la novela en la que caben 'tres generaciones de mujeres'. El hombre comparece representado en la figura de un celador que encarna el contacto de la protagonista con la civilización y que le ayuda a enterrar a los muertos que irrumpen periódicamente en esa campana de cristal en la que vive y en la que parece haberse hecho el vacío. Campana sobre la que planea una difusa amenaza que acerca el argumento en determinados momentos tanto al género distópico, hoy de moda, como a la desoladora y expresionista atmósfera de 'El castillo', si bien el universo kafkiano carecía de la presente devoción hacia la Naturaleza y sus argumentos se desarrollaban en unos medios carentes de amables referencias espaciales.
Ecologismo, feminismo, chamanismo, telurismo… Con 'El monte de las furias', Fernanda Trías se va al polo opuesto de 'La ciudad invencible', una novela que publicó en 2014 y en la que el agresivo medio urbano bonaerense imponía una economía en el estilo que acercaba el texto al realismo sucio norteamericano. Aquí sucede exactamente lo contrario. El vacío del medio natural lleva a la novela a un estiramiento en el discurso narrativo en el que se advierte la madura escritura de la autora, pero también su caída en las recetas de la corrección política.
Jon Kortazar
Claire Keegan ha escrito una narración excepcional. La brevedad del texto apunta hacia un género, la novela corta, donde cualquier detalle adquiere un sentido simbólico profundo. La autora se presenta como una genial maestra en la descripción del detalle, fuente para captar el sentido de los personajes y el significado último del texto. Bajo la capa de un argumento simple, chico conoce a chica e intenta casarse con ella, dibuja un duro alegato sobre los hombres que se consideran porque sí mejores que las mujeres.
La primera parte cuenta la vida anónima de Cathal en su oficina, gris, aburrida, monótona, «un día sin incidentes» el 29 de julio en Dublín. En la segunda, volvemos casi un año atrás. Catahal ha visto en la calle a Sabine, a la que conoció en Toulouse, y van a ver una exposición de Vermeer. Comienzan su relación pero algo no va bien, como se muestra en un suceso banal: Cathal se niega a pagar un sobreprecio en el anillo de compromiso y se crea una grieta en la relación. En la tercera él llega a su casa y rememora los preparativos de la boda. Y ella recuerda una conversación con una conocida que defiende que «una parte de los hombres de tu edad lo único que quieren es que nos quedemos calladas y les demos lo que ellos quieren». Esa conversación es la clave de la novela. A través de detalles sin brillo, Claire Keegan describe con firmeza la psicología de Cathal y su misoginia, secreta para él, evidente para el lector.
Iñaki Ezkerra
Sentenció Borges que «el olvido es la única venganza y el único perdón». Se refería, sin duda, a la víctima del agravio. ¿Qué pasa, sin embargo, cuando el que olvida es quien agravia y al que todos recuerdan en lo peor? Es esa singular situación existencial la que plantea Pascual Perea (Bilbao, 1960) con habilidad y solvencia narrativas en 'El astronauta'. El héroe de la novela, o sea, el astronauta propiamente dicho, se llama Ulises Garde y sufre una amnesia severa. Tras una noche de farra en la que festeja su licenciatura en Derecho, despierta en un hospital 31 años después sin recordar nada de lo sucedido durante todo ese tiempo a la manera en que los tripulantes de la nave espacial que aterrizaba en 'El planeta de los simios' despertaban después de haber pasado hibernados una porrada de siglos. Con lo que se topa Ulises es con una 'odisea' que no ha buscado; con una mujer a la que no reconoce como su esposa; con una identidad que no acepta como suya -la de un abogado sin escrúpulos- y con la policía pisándole los talones porque lo cree el asesino de su secretaria.
Escrito en la voz del propio Ulises, el texto presenta un carácter poliédrico en el que cabe la trama criminal de una novela negra; el 'thriller' de quien se ve acosado y acusado de un crimen sin comerlo ni beberlo; el ángulo moral del arrepentido, la reflexión filosófica sobre la identidad y la aventura (se hará percebeiro en Galicia) en la que el humor hace también su acto de presencia.
Julio Arrieta
Señala Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza, que «sabemos mucho sobre Franco, más que sobre cualquier otro personaje de la historia de España». Por ello, «el reto, ya metidos en el siglo XXI, cincuenta años después de su muerte, es usar su biografía para ampliar nuestra comprensión de esos procesos históricos tan complejos de guerra, revolución, dictadura y política de exclusión y exterminio, no para concentrar el foco en su vida privada y personalidad».
Así, este libro no es una biografía entendida estrictamente como la historia de la vida de una persona. Sí, el lector encontrará una semblanza de Francisco Franco, apuntada muy bien en varias de sus frases convertidas en títulos de capítulos: «Soy militar», «Sin África, yo no puedo explicarme a mí mismo», «Yo no haré la tontería que hizo Primo de Rivera. Yo no dimito; de aquí al cementerio». Aquí está el dictador que acabó creyéndose su propia propaganda sobre sí mismo, católico devoto, el «militar altamente dotado, ambicioso, reservado, calculador y movido por un extremado sentido del deber» -escribe Casanova-, que leía poco, le gustaba cazar, pescar y pintar, veía mucho cine y acabó enganchado a la televisión. Pero todo ello es la base para presentar una buena disección del franquismo, una explicación de cómo Franco logró, ejerció y mantuvo un poder extraordinario, adaptando su autoritarismo a los cambios de la política internacional durante casi cuarenta años.
J. Ernesto Ayala-dip
Hoy comentaré la novela de una autora que se ha hecho muy conocida porque algunas de sus novelas han inspirado exitosas series de televisión. A Ann Cleeves no la conocía (no soy un especialista en novela negra, aunque sí un rabioso lector del género). A propósito de la Semana Negra de Barcelona (BCNegra), me enteré de su presencia en la ciudad condal. Sí sabía que en la narrativa negra anglosajona rondaba un detective llamado Jimmy Perez, sin tilde en la primera volcal. En una reciente entrevista, la autora responde que ese nombre es un homenaje al autor del célebre 'Alatriste', Arturo Pérez-Reverte. Así fue como entré en el orbe policiaco de Ann Cleeves y leí su nueva novela, 'Cuervo negro', donde por primera vez sale el grandullón inspector Jimmy Perez (mi corrector insiste en ponerle acento a su apellido, obvio). Sorprendentemente, en mi manual de cabecera del género, el 'Diccionario apasionado de la novela negra', del otro gigante contemporáneo de la novela negra europea, el francés Pierre Lemaitre, no estaba incluida la autora inglesa.
He aquí la historia de 'Cuervo negro'. En un pueblo de las islas Shetland, al norte de Gran Bretaña, Fran, la madre de una alumna del colegio de la zona, se encuentra con el cadáver de una alumna, Catherine Ross. Nieva sobre el pueblo donde todos se conocen. Perez es también muy conocido y respetado. Las Islas Shetland son un archipiélago perteneciente a Escocia, casi en medio de las islas Feroe y próximo a la costa de Noruega. En el pequeño pueblo donde se desarrolla la trama conviven ingleses y escoceses, y los primeros son siempre los forasteros. Unos años antes de este caso hubo una desaparición que nunca se resolvió, de una niña también alumna del citado colegio. Perez tendrá que hablar con muchos lugareños y sacar conclusiones. Los cuervos no serán extraños en esta historia. Cuenta con la colaboración de un agente de grado superior al suyo venido de Inglaterra.
La adolescente de diecisiete años es una chica muy guapa, muy reservada e inteligente. En su clase no es bien vista, tal vez por su acentuada personalidad. Perez comienza a indagar y atar cabos. Hay un sospechoso. Es un hombre mayor, vive solo y una noche antes del crimen recibió la visita de Catherine y una amiga íntima y vecina. La víctima suele andar siempre con una cámara para filmar todo lo que ve a su alrededor. Tiene la fantasía de ser algún día directora de cine.
Para mí Ann Cleeves ha sido un gran descubrimiento literario. Respeta las leyes básicas de la novela policiaca. Sus tiempos y sus zonas de incertidumbre y dudas están siempre perfectamente dibujadas. Y resulta encomiable su capacidad de perfilar psicológicamente sus personajes. Personalmente me enganché a Perez, sin tilde.
Pablo Martínez Zarracina
Cien años después de 'La montaña mágica', otro premio Nobel hace llegar a un joven tuberculoso a un sanatorio de montaña en vísperas de la Gran Guerra. El enfermo es Miecyslaw Wojnicz, un estudiante de ingeniería polaco, huérfano de madre e hijo único de un padre severo, que oculta un secreto y siente un miedo constante a ser espiado. El sanatorio está en un pueblo de la Baja Silesia llamado Görbensdorf. La autora que homenajea a Thomas Mann es Olga Tokarczuk y eso transforma 'Tierra de empusas' en un experimento lleno de intención. 'La montaña mágica' viaja en estas páginas hacia un territorio próximo al terror mientras vemos cómo irrumpe en una novela de ideas canónica y señorial -también repleta de señores- el debate contemporáneo sobre feminismo y género.
Alojado en una pensión cercana al sanatorio, Wojnicz convive con un grupo de caballeros convalecientes que alterna los paseos con las comidas regadas por un licor local de extrañas propiedades y, sobre todo, con inacabables discusiones sobre historia, ciencia y filosofía. El protagonista pronto advierte que todas terminan en el mismo punto: la mujer como problema. El otro asunto del que Wojnicz pronto se percata es que hay algo peligroso en Görbensdorf. Tiene que ver con las desapariciones que en la zona parecen achacar a unas brujas -las empusas del título son las lamias griegas citadas por Aristófanes- que se refugiaron en los bosques.
Tokarczuk mezcla registros con su habilidad habitual. En el dibujo de los pacientes -un coro pomposo en el que hay artistas, teósofos, conservadores y socialistas- brilla el feliz pastiche; en las incursiones en el mundo del bosque, todo es en cambio enigmático, sonoro y primordial. Cuando los registros se cruzan -por ejemplo en la excursión nocturna a una fonda situada en un lago- la novela alcanza un nivel extraordinario. La autora maneja con maestría un narrador omnisciente que se hace a un lado para dejar paso a un coro misterioso, plural y femenino que entra y sale de la misma naturaleza y es capaz, por ejemplo, de abandonar la acción para describir con detalle lo que ocurre en el mundo en el momento exacto del equinoccio de otoño. «Nadie lo percibió», aclaran. «Pero nosotras lo sabemos». Es uno de los grandes momentos de una novela personal, brillante y repleta de significados.
El texto apenas desfallece un tanto en el último tercio, antes de un final apoteósico, y el lector apenas advierte el leve desajuste de la excesiva tendenciosidad de los discursos de los compañeros del protagonista. Al final del libro Tokarczuk revela que las teorías misóginas expuestas por esos personajes son en realidad paráfrasis de los autores más respetados de nuestra tradición, desde Platón a Sartre.
Elena Sierra
Pensamientos, poemas, cuentos. Recuerdos propios y vivencias ajenas. Mucha tragedia, la que se vive en Rusia cuando una no es seguidora de la corriente oficial, pero también, y esto es lo curioso, cierto sentido del humor que hace aflorar de repente una sonrisa. Los textos cuentan su historia, la de la hija del 'madero' que se manifiesta por los derechos humanos; cuentan el estado de ánimo de muchos como ella; y cuentan lo que viven otras personas, desconocidas, que se convierten en víctimas de las guerras y los atropellos de Putin. La artista Daria Serenko, nacida en Rusia en 1993 y exiliada desde 2022 (primero en Georgia, como tantos compatriotas, y ahora en España), comenzó la escritura de su segundo libro mientras estaba detenida. A solas durante varios días en una celda, recuerda, crea, analiza y expone cómo funciona su país, lo que le hace a la gente. Llevar una camiseta, un papel, un símbolo determinado es difundir «simbología extremista».
Por eso Serenko desea cenizas para su casa. Reconoce que es triste y también liberador. Aquí se plantea qué será ella en el exilio para luego preguntarse qué podría ser si no se exiliara. Tan clarificadoras como los textos son las notas a pie de página: quien lee no debe saltarse ninguna porque explican conceptos -vocabulario e ideas- fechas y sucesos clave, movimientos políticos y expresiones artísticas que son el contexto de un par de generaciones de rusos para los que la idea de libertad sigue siendo un destello.
Sergio García
Dice Agustín Martínez por boca de sus personajes que la moral no es más que miedo -a Dios, a las leyes, al qué dirán- pero que cuando la olvidamos nos convertimos en monstruos. El autor, una de las tres patas que sostienen a la exitosa Carmen Mola, conduce con oficio este descenso a los infiernos que es 'El Esplendor'. César y Rebeca son dos buscavidas que han hecho del engaño su modo de vida y a quienes su ambición y falta de escrúpulos les va a llevar a sumergirse en una espiral de violencia y depravación que hunde sus raíces en los campos de exterminio nazis de Alderney, una de las islas del Canal de la Mancha, paraíso fiscal que esconde un secreto inconfesable.
El detonante es Juan Vendrell, cuya muerte sin testar anima a Rebeca a buscar a sus parientes a cambio de reclamar parte de la herencia. Pero lo que parece un negocio redondo no tarda en torcerse y en llevar al límite a dos almas que se creían gemelas, atrapadas en una maraña de rutinas mal gestionadas, de engaños y de celos que acaban estrellándose a los pies de Citadelle. Será allí, en esta fortaleza construida con la sangre de los prisioneros de guerra, donde saldrá a la luz una trama de asesinatos envueltos en orgías desquiciantes que desafía el sentido común, pone a prueba la cordura y nos enfrenta a una pregunta inquietante: si lo que nos distingue de las bestias es solo el miedo a ser castigados, ¿qué pasa cuando la impunidad está garantizada?
Ibon Zubiaur
El fuerte romano de Vindolanda, en la frontera norte de Britania, ha deparado uno de los hallazgos arqueológicos más fascinantes del último medio siglo: cientos de documentos escritos sobre tablillas de madera y preservados bajo las excepcionales condiciones del terreno. Este exquisito volumen, con enjundiosa introducción de uno de los catedráticos encargados de descifrarlos, traduce una amplia muestra y revela detalles insólitos de la vida en una guarnición romana, como un desglose de tareas asignadas (12 zapateros, 18 obreros para la casa de baños), cuentas que ayudan a calibrar la riqueza de la dieta (no faltaba pimienta, un producto carísimo), la vestimenta y el menaje (desde la vajilla hasta cortinas), y precios de diversos productos.
Hay también cartas de recomendación, varias en notable latín del prefecto Flavius Cerialis (nativo de Batavia, una región asimilada en fechas muy recientes), la famosa invitación de cumpleaños de Claudia Severa a Sulpicia Lepidina (quizá el manuscrito latino más antiguo encontrado de una mujer), y letras de centenares de manos distintas, incluyendo a esclavos, proveedores civiles, y militares de bajo rango. La mayor lección es de hecho el pasmoso grado de alfabetización que había alcanzado el ejército romano hacia el año 100, imprescindible para mantener un Imperio enorme con apenas 300.000 hombres armados, pero muy bien comunicados mediante la proliferación de la palabra escrita que permiten entrever estos hallazgos.
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