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Las fantasmagóricas auroras
Ciencia y tecnología

Las fantasmagóricas auroras

Astrofísica ·

Han dado pie a una amplia mitología en todas las culturas relacionándolas lo mismo con terribles males que con buenos augurios

mauricio-josé schwarz

Viernes, 9 de octubre 2020

El espectáculo es sobrecogedor: luces de diversos colores que brillan en el cielo nocturno, danzando majestuosamente y alcanzando alturas de hasta 120 kilómetros de modo habitual, aunque en ocasiones alcanzan los 1.000 kilómetros, y la propia Estación Espacial Internacional ha cruzado sus aparentes pliegues titilantes. Son las auroras polares, boreales en los alrededores del polo Norte y australes en los del polo Sur, luces nocturnas apenas explicadas hace menos de un siglo.

A veces se pueden ver muy lejos de los polos. Los antiguos griegos y romanos dejaron crónicas de estas manifestaciones, y en Francia e Italia, su rara aparición se consideraba un mal augurio de guerras, peste y muerte, mientras que en Escocia e Inglaterra se decía que se había visto a los cielos resplandecer en color rojo poco antes de la Revolución francesa, como anunciándola.

Es lógico que este espectáculo fuera combustible para diversos mitos. En China se las veía como expresiones del combate entre dioses enemistados y en Japón eran más bien anuncio de que los niños nacidos cuando se veían serían especialmente hermosos y talentosos.

Más sólida era la mitología de las culturas que conviven continuamente con las luces polares. En Islandia, se asociaban las luces con el nacimiento y se decía que aliviaban el dolor del parto. La misma relación se sostenía en Groenlandia, pero pensando que las luces eran las almas de bebés nacidos sin vida o muertos al poco de nacer. En Suecia se les consideraba buenos augurios y en Noruega se interpretaban como los reflejos de las armaduras de las valkirias. Y quizás el mito más delicioso es el finlandés según el cual las luces las producía un zorro rojo que corría tan rápido sobre la nieve que producía chispas. La palabra misma para las luces del norte en finlandés es 'revontulet', que literalmente significa 'zorro rojo'.

En la realidad, las luces polares son una expresión de las fuerzas asombrosas del cosmos que siempre ha cautivado a la humanidad y que tenemos probablemente registrada por primera vez en un texto astronómico babilonio, una tablilla de arcilla con lenguaje cuneiforme que describe un extraño resplandor rojo en el cielo nocturno. Sabemos exactamente cuándo fue esto: en el año 37 del rey Nabucodonosor o, en términos del calendario común actual, la noche del 12 al 13 de marzo del año 567 adC.

Sus distintos colores indican la composición de la ionosfera

Choque magnético

La historia comienza en la superficie de una estrella de secuencia principal de tipo G situada en uno de los brazos de la galaxia de la Vía Láctea. Nuestro sol. La atmósfera de este enorme horno de fusión nuclear expulsa un flujo de partículas cargadas. Electrones, protones, partículas alfa y pequeñísimas cantidades de iones pesados y núcleos de elementos como el nitrógeno, oxígeno, carbono, magnesio, silicio, azufre o hierro son lanzados al espacio.

Cuando las partículas de ese viento solar se acercan a nuestro planeta, chocan con su campo magnético, que las desvía hacia el norte o el sur, según la dirección de la que vienen. Si nuestro planeta no tuviera ese campo magnético que hace de escudo contra el viento solar, las partículas de este arrancarían muy rápidamente la atmósfera de la superficie terrestre, acabando con la vida en el planeta. La misma fuerza que mueve la aguja de la brújula para ayudarnos a encontrar el camino es la que nos defiende de las consecuencias de la actividad solar.

Algunas de las partículas desviadas viajan por las líneas del campo magnético de la Tierra y se ven atraídas por los polos en un anillo. Al chocar con los átomos de los gases de la tenue ionosfera terrestre, estos se energizan y emiten luz, de modo muy similar a cómo se energiza el gas en un tubo de la luz llamada 'de neón' (aunque en realidad pueda ser de diversos gases). Como la interacción del viento solar y el campo magnético es continua, las luces polares pueden adoptar distintas formas, como arcos, cortinas u hojas ondulantes.

Pero el sol no expulsa viento solar siempre en las mismas cantidades, con la misma densidad, temperatura y velocidad. Las tormentas solares lanzan partículas mucho más enérgicas y a velocidades que suben de los 250 hasta los 750 kilómetros por segundo. Son las llamadas 'eyecciones de masa coronal' que incluso pueden afectar a los satélites y a las comunicaciones en nuestro planeta. Entonces, las auroras son mucho más intensas y pueden verse más lejos de los polos, lo que explica que en 1859 se viera la aurora boreal en Honolulu, Hawaii, a 21 grados al norte del Ecuador, o que en 1921 se pudiera ver la aurora austral en Samoa, a solo 13 grados al sur.

Los distintos colores que adoptan las auroras son indicativos de la composición de la ionosfera con la que interactúan. Su color más común es el verde amarillento, que producen los átomos de oxígeno a una altitud de unos 90 kilómetros sobre la superficie de la Tierra. En casos infrecuentes, el oxígeno a grandes alturas, alrededor de 300 kilómetros, genera auroras rojas. El verde y el azul también provienen del hidrógeno, mientras que el violeta y también el azul son resultado de la interacción con radicales de nitrógeno, el gas más abundante, mientras que el rosado o violeta rojizo provienen de nitrógeno neutro.

Otros colores, seguramente, exhibirán las auroras polares de otros planetas donde ocurren. Hay indicios de que las experimentan todos los planetas del sistema solar, salvo Mercurio (por su cercanía al sol y ausencia de atmósfera). En Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, el proceso de formación de las auroras es similar al de nuestro planeta pues tienen un campo magnético detectable. En Venus y Marte, sin embargo, que no tienen campo magnético, hay indicios que se producen auroras directamente en la atmósfera. Esto abre la posibilidad, por supuesto, de que las esplendorosas luces nocturnas que nos asombran sean un fenómeno común en todo el universo, con sus propias peculiaridades. Quizá algún día, como se viaja hacia los polos a ver las auroras, se puedan visitar o al menos ver remotamente las luces nocturnas misteriosas de mundos lejanos.

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