Fantasía ecléctica
Amberes central ·
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Amberes central ·
Esta apabullante estación es el escenario del inicio de la novela 'Austerlitz', de W. G. Sebaldbegoña gómez moral
Sábado, 13 de agosto 2022, 00:06
'Austerlitz' comienza en el vestíbulo, en la sala de los pasos perdidos de la Estación Central de Amberes. Allí, en la caja de resonancia donde transitan, ya muy avanzada la tarde, los pocos pasajeros empequeñecidos por la escala del edificio, se encuentran y conversan ... por primera vez el narrador y Jacques Austerlitz, que, ajeno a todo lo demás, observa muros y pilares aflautados mientras toma notas y fotografía los espejos, que, oscurecidos e incongruentes, parecen haber perdido el interés por reflejar los fragmentos de vida que trascurren frente a ellos.
La estación de ferrocarril Antwerpen Centraal, inaugurada en 1905 por Leopoldo II, ha crecido hace poco en amplitud y profundidad. Su cuarto nivel, el inferior, es una mera parada de los confortables Thalys de alta velocidad, que salen de París, pasan por Bruselas y continúan hasta Ámsterdam. El edificio, fantástico y excesivo, es el grandilocuente monumento a la codicia colonial del rey Leopoldo y un recuerdo permanente a los africanos salvajemente oprimidos de los que se sirvió. Su memoria está en la estatua del niño negro cubierto de verdín que maravilla al narrador cuando, con la imaginación en llamas por la reciente visita al zoo, observa desde la plaza la efigie del muchacho que, sentado sobre su camello en una torrecilla de inspiración renacentista a la izquierda de la fachada, observa perplejo la rutina de Amberes, capital de los diamantes.
La estación, sin ser en absoluto la única que se menciona en el libro, vuelve a la memoria del narrador en las páginas finales para permanecer como un ámbito de sombras donde la experiencia del tiempo se ralentiza como una obstinada secuencia que el camarógrafo en nuestra cabeza filmase una y otra vez sin quedar satisfecho.
Antwerpen Centraal, la estación del centro, como la llaman en la ciudad, es, como lo son todas, un lugar de tránsito y un lapso cortado, como una cinta inaugural, en la línea de tiempo. En ese lugar de fronteras difusas la gente parte o llega, quizás ambas cosas, en una ambigüedad donde el pasado permanece abierto sin que sepamos ni cómo entrar en él ni cómo evitarlo. Los alardes ornamentales en la arquitectura de Delacenserie evocan con la misma determinación grandeza y explotación. El narrador, tan cercano al autor del libro, W.G. Sebald, acaba por verla como una fantasmagoría que cobra forma y se desvanece a cada instante en las torretas medievales, la escalera renacentista y el techo de acero de la modernidad.
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