Churchill presentaba los presupuestos en un maletín que a pesar de los años ha conservado su valor simbólico.
Artes plásticas

Estrellas bajo el brazo

Exposición ·

El bolso es necesidad, tradición, moda y mito. El Victoria & Albert Museum propone un viaje por el presente, pasado y futuro del accesorio imprescindible

begoña gómez moral

Sábado, 30 de enero 2021, 01:42

La ventaja evolutiva de tener un cerebro gigante y manos con pulgares presenta un inconveniente: el ser humano no está capacitado para transportar la infinidad de utensilios que puede usar. Por eso nació el bolso que, aunque lo llamen complemento, supone una extensión del cuerpo ... prácticamente imprescindible. La etimología en castellano pasa por el latín 'bursa' hasta llegar al griego 'byrsa', que significa cuero curtido, sin que ello impida que bolsos muy antiguos hayan sido de fibras vegetales. Excavaciones con restos de hace 39.000 años han revelado objetos dispares agrupados de manera que, sin duda, estaban dentro de un bolso, aunque este haya desaparecido en la disolución molecular del tiempo. Uno de los más venerables que sí se conservan es el bolsito de Ötzi, el hombre que hace algo más de cinco milenios cazó y recolectó en el Tirol, cerca de la frontera entre Austria e Italia, y en 1991 brindó a la ciencia un tesoro de conocimiento sobre la vida de nuestros antepasados europeos. Faltando a la discreción en aras de la arqueología, rebuscaron en su bolso y hallaron pedernal para hacer fuego, algunos restos de huesos con fines ornamentales y unas cuantas raíces de propiedades fungicidas. Como se ve, no hay tanta diferencia entre el contenido del pequeño saco de piel de Ötzi y la caja de cerillas, lápiz de ojos y paracetamol que puede contener cualquier bolso moderno.

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Una nueva exposición en el Victoria & Albert aborda el gigantesco arco temporal y estilístico que media entre los primeros bolsos y los penúltimos accesorios de las grandes marcas, algunos hechos con mangueras recicladas o plástico recuperado del mar para poner el acento sobre una conciencia ecológica que, casi seguro, no preocupó a Ötzi.

A la izquierda, en el siglo XVIII las mujeres llevaban el bolso bajo la falda. En el centro, bolso con forma de rana (1600). A la derecha, una de las 300 piezas que se pueden ver en la muestra. ashmolean museum

La exposición londinense, pospuesta dos veces a causa de las alertas sanitarias, permanecerá abierta hasta septiembre con la esperanza de que en ese plazo el público tenga ocasión de disfrutar de las 300 piezas que ha reunido el equipo curatorial a lo largo de dos años y medio de trabajo. Mientras tanto, hay acceso digital. El primero de los tres bloques que estructuran el recorrido versa sobre la historia del bolso, su utilidad y su evolución, ligada a cambios sociales y culturales que pocas veces tenemos en cuenta al cogerlo antes de salir de casa.

En Egipto, Grecia, Roma y casi cualquier civilización antigua que se precie hay constancia de bolsos. Algunos son míticos, como la bolsa de los vientos que Eolo entregó a Ulises, pero hay que reconocer que la mayoría se usaban para la prosaica función de guardar monedas, con casos tan célebres como el de Judas Iscariote. Durante esos periodos y hasta mucho más tarde no hubo distinción entre géneros, aunque, mientras el masculino podía ser exterior y colgar del cinturón, el de las mujeres estaba oculto, formaba parte de la ropa interior y se accedía a él mediante aberturas estratégicas en la falda. La muestra disecciona un vestido del siglo XVIII para mostrar la posición habitual de esos bolsillos, donde cabían no solo monedas, sino cartas, llaves, tarjetas de visita, libros, cosméticos, devocionarios y pañuelos sin que se notase nada por fuera.

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La fructífera asociación del bolso con estrellas del cine o la música perdura hasta hoy

Lo que sacó el bolso femenino a la superficie fue el Neoclasicismo. Los vestidos más ligeros hacían imposible la costumbre anterior, ya que no había medio de guardar nada sin arruinar la fluidez de la silueta. La solución, que se dio en llamar 'retícula' o 'ridículo', era un bolsito de redecilla cerrado con cordones y muy adornado que las señoras empezaron a llevar colgado del brazo con el consiguiente escándalo inicial. Ese momento marca el punto de partida del bolso tal como lo conocemos y lo hace poniendo de manifiesto la frontera entre identidad pública y privada que siempre ha representado el bolso. A partir de ahí, cabe preguntarse cuánto influyó en Tolstói o en Freud esa consideración para que Anna Karenina pospusiera brevemente su decisión final por no poder desprenderse a tiempo del «bolsito rojo» y para que el doctor vienés lo asociase con el útero.

Hay una vuelta atrás del bolso en la 'chatelaine' del XVIII y el XIX. Entre ornamental y útil, de ella podía colgar el reloj, dedal, llaves, sales para el mareo, lupa, tijera, alfiletero o punzón. Pero el objeto más antiguo que se exhibe en Londres es la bolsa para el sello real de Isabel I, imprescindible para lacrar cualquier documento oficial firmado por la soberana. Confeccionada en terciopelo rojo y bordada con hilo de oro, el honor de llevarla correspondió durante varios años a Christopher Hatton, uno de los favoritos de la reina, que aparece en miniaturas de la época sin separarse de la bolsa.

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A la izquierda, bolso Lemiere de 1910 especialmente diseñado para acudir a la ópera. A la derecha, bolsa en la que se guardaba el sello real (1558-1603). victoria & albert hall museum

El maletín de Churchill

Al mismo rango simbólico pertenece el maletín rojo que perteneció a Winston Churchill durante los años de servicio como responsable de Hacienda. La apariencia, color, peso y dimensiones de esos estuches de piel grabados con el sello real apenas han variado en más de un siglo y la ceremonia anual de presentar los presupuestos se sigue haciendo con el gesto simbólico de levantar uno de ellos, aunque los documentos, en formato digital, no hayan estado en ningún momento en su interior.

Un gran baúl de Louis Vuitton fabricado en 1900 enlaza la primera sección con la siguiente y marca el tránsito desde la funcionalidad a la mitificación del bolso. La historia del célebre 'malletier' huérfano, que llega a pie a París en 1837, con apenas 16 años, y consigue sentar las bases de un imperio del lujo, se extiende hasta hoy mismo, cuando resulta inconfundible el monograma con sus iniciales estampadas en la lona impermeable que patentó en 1896 para evitar el peso y el deterioro del cuero mojado por la lluvia. Su prestigio, adquirido con el apoyo inicial de la emperatriz Eugenia de Montijo y, más tarde, el de casi toda la realeza europea, se basaba en armonizar delicadeza y resistencia en los voluminosos equipajes de la época.

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El objeto más antiguo de la exposición es la bolsa para el sello real de Isabel I

A menudo eran diseños tan personalizados como un maletín para trasportar los siete volúmenes de 'En busca del tiempo perdido', el baúl ideado para el juego de té preferido del maharajá de Baroda o una cama plegable para una expedición al Congo de 1876. También revolucionó la seguridad del viajero con una cerradura única, tan eficaz que desafió públicamente a Harry Houdini a abrirla, aunque el célebre escapista rehusó. Por si acaso, en la sede Vuitton de París se guardaba un cuidadoso registro con copia de cada llave. Hoy, sus bolsos con nombre propio como Speedy, Alma o Noé, diseñado para trasportar hasta cinco botellas de champán, son clásicos como lo es la colaboración de Vuitton con artistas tan dispares como Sylvie Fleury, Takashi Murakami o Richard Prince.

Grace Kelly, fotografiada en Hollywood con el accesorio de Hermés al que dio nombre. allan grant

El mismo año que Louis Vuitton ponía el pie en París por primera vez, Thierry Hermés, otro huérfano llegado desde Alemania quince años antes, abría en la ciudad un comercio especializado en arneses, bridas y sillas de montar. Su distintivo de calidad era un tipo de puntada a mano que dotaba de gran resistencia a sus productos. En la tienda se podía encontrar todo lo necesario para equipar jinete, carruaje y calesa o 'calèche', nombre de uno de sus primeros perfumes. Pronto se vio que el primoroso trabajo en piel para alforjas y sillas era igualmente útil para hacer maletas o bolsos y que la seda de las camisas de jockey servía para hacer pañuelos. Así nacieron los 'carré' y no tardó en dar comienzo una fructífera asociación con las estrellas del cine o la música que perdura hasta hoy. El bolso 'Kelly' era, en origen, una cartera de oficina, de gran calidad, pero, al fin y al cabo, un 'sac à dépêche' como otro cualquiera hasta que en 1955 la actriz Grace Kelly apareció fotografiada durante sus últimos días en Hollywood llevando uno negro. Dos años después, embarazada de su primera hija, se cubrió el vientre con el bolso en una célebre foto publicada en 'Life Magazine' y el nombre cambió para siempre del insulso 'despacho' al glamur 'Kelly'. Si se quiere distinguir rápidamente un 'Kelly' de un 'Birkin', no hay más que fijarse en el número de asas: una o dos, esa es la cuestión. La estrella de Hermés, el 'Birkin', nació en 1983 con su propia leyenda incorporada cuando, durante un viaje en avión, la cantante Jane Birkin no pudo evitar que se desparramase el contenido de su capazo de paja en el suelo. Al disculparse con su compañero de asiento, entre excusas por la imposibilidad de encontrar un bolso adecuado, no tenía ni idea de que estaba hablando con el director de Hermés. Cuenta la leyenda que al llegar a destino y bajar la escalerilla, había nacido el 'Birkin' a partir de un boceto dibujado en una bolsa para vomitar.

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Iconos que cotizan al alza

Hoy, ese bolso y, sobre todo, su comercialización, se estudian en las escuelas de negocio y las facultades de Economía. Su revalorización anual y estabilidad supera con mucho la del oro o los bienes inmuebles en casi cualquier parte del mundo y se basa en la escasez, aunque no solo. Para empezar, es imposible comprar uno sin ser cliente habitual de Hermés. Ya vamos mal, pero la lista de espera es solo el principio porque la posibilidad de tenerlo o no es impredecible, ya que nadie sabe cuándo o cuántos bolsos pueden llegar a una tienda determinada. Parecida cotización tiene el '2.55' de Chanel, ideado por la fundadora de la casa en febrero de 1955, de ahí su nombre. ¿Su gran valor? Hasta ese momento, los bolsos pequeños estaban condenados a ser de mano o 'clutch', como se les llama en el argot. La idea de Gabrielle Chanel fue añadir la icónica cadena a un bolso de esas dimensiones. Y así nació una estrella, igual que lo hizo con el inconfundible asa de bambú de Gucci, el 'Baguette' de Fendi, el 'Pliage' de Longchamp, el 'Phantom' de Celine, el 'Motorcycle' de Balenciaga, el 'Paddington' de Chloé y tantos otros.

El tercer bloque de la exposición cierra filas en favor de la conciencia ecológica y los bolsos de material reciclado, pero no sin antes detenerse en el Launer 'Traviata', firmemente estructurado y en infinidad de colores, que la reina Isabel II ha hecho imprescindible en sus apariciones públicas. Tampoco falta el 'Nuovo Bidente' de Margaret Thatcher. El peinado inconfundible, el traje azul peligrosamente eléctrico de Aquascutum y, sobre todo, lo que quiera que dijese a sus interlocutores, debían formar un conjunto formidable. Y, a juzgar por los testimonios tanto de sus compañeros de partido como de la oposición, no se puede desdeñar la influencia del bolso, quizá porque en él guardaba apuntes con citas y máximas que servían para solventar cualquier situación, suyo es el mérito de llevar al diccionario británico el verbo 'to handbag' (obligar a bolsazos, aunque sin violencia).

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