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La memoria de la obra y personalidad de Pío Baroja Nessi se conforma de un centenar de libros, cientos de artículos, novelas, ensayos, obras dramáticas, poesía y cierta aura de pensamiento divergente, al lado de algunos tópicos, poco a poco enterrados por la grandeza de ... su literatura. Don Pío, que nació en el día de Inocentes, hombre apolíneo y dionisiaco, lleva el nombre de su abuelo, impresor, editor y regidor de la ciudad, ascendente de una saga familiar determinada por su esqueleto cultural, cuya cumbre representa don Pío.
Porque escritor fue su hermano Darío, muerto en plena juventud, con quien había publicado artículos y proyectado el futuro, acaso con menos pesimismo que el que tomó luego don Pío. Su padre, Serafín, ingeniero, músico, periodista, hombre festivo. Su abuelo Querubín Nessi, también hombre renacentista, dibujante. Su tío Ricardo, editor, director y hacedor del periódico 'El Urumea'. Su bisabuelo, Rafael Martínez de Baroja, editor del periódico 'La Papeleta de Oyarzun', promotor de la saga de impresores, con señuelo de liberalismo auténtico y una aspiración a la libertad creadora que infectó a todos sus descendientes. Tuvo cerca el autor de 'Zalacain el aventurero' a su hermano Ricardo, pintor, grabador, científico inventor, escritor y aventurero.
Y tuvo aún más cerca a su hermana Carmen, escritora, cofundadora del Lyceum Club, mujeres de espíritu progresivo que reclaman derechos igualitarios, ideas que no tenían los hombres de su tiempo. Carmen ayudó a su hermano en lo material y en lo intelectual, sosteniendo el edificio de esa familia, de la que siempre hay que hablar en plural. Una familia, una saga de inteligencia y conducta intelectual que simboliza y congrega hoy la memoria de un lugar, la casa de Itzea, en el Bidasoa, adonde los Baroja llegaron en 1912 para quedarse, «la tierra que ata dulcemente», como dijo Julio Caro.
Tuvo aún mucho más cerca don Pío a su sobrino Julio Caro, antropólogo, que reconoció y puso nombre desde la ciencia histórica al mundo simbólico y mágico descrito en sus obras, como ha recordado el sobrino nieto, Pío Caro-Baroja. Esa cercanía de su cuñado, Rafael Caro, quien editó sus primeros libros. Y la cercanía de su sobrino Pío Caro, quien retrató, en el cine documental y en la palabra la vida y milagros del mismo mundo narrativo.
No sabemos el destino de Baroja y su familia si el ayuntamiento de Pedrosillo de los Aires le concede la plaza de médico, tras su ejercicio médico en Cestona. Fue recomendado por Unamuno, quien prologó su primer libro, 'Vidas sombrías', cuando nacía el siglo XX. En el pueblo guipuzcoano el joven médico volvió sobre sus orígenes con cierto espíritu romántico, plasmado en aquellos cuentos, retrato de honda poesía, lirismo que hay en relatos canónicos de la entraña de 'Elogio sentimental del acordeón'.
Como advirtió Machado en un memorable soneto, Baroja vino para renovar el panorama narrativo («De la rosa romántica, en la nieve, él ha visto caer la última hoja») y escribió en la primera quincena del siglo XX un conjunto de novelas de corte realista, con una riqueza ambiental y claro lenguaje, que llegó a emocionar a tantos escritores que le sobrevivieron, como Delibes o Hemingway.
El doctor José Guimón dice en su libro 'Baroja en el diván' que el adjetivo barojiano lo asocia a persona bondadosa. No sabemos si la RAE aceptará la acepción, asimilando barojiano a bueno. Porque a Baroja se opusieron algunas gentes, particularmente tras la publicación de sus libros 'Juventud egolatría' y 'Momentum catastrophicum', donde aparece su ideología disolvente y su conciencia crítica frente a los dogmas establecidos, lo que le valió la condena de «el hombre malo de Itzea».
En todo caso, su obra intelectual y la de sus familiares estará ahí para atestiguar una conducta del tiempo. En la inauguración de su estatua, obra de Victorio Macho, el autor de 'El árbol de la ciencia' y 'Las inquietudes de Santi Andía', lo pedía: «Si se borra mi recuerdo y el busto persiste en su sitio, me contentaría con que la gente que lo contemplara en el porvenir supiera que el que sirvió de modelo a esta estatua era un hombre que tenía el entusiasmo por la verdad, el odio a la hipocresía y la mentira y que, aunque dijeran lo contrario en su tiempo, era un vasco que amaba entrañablemente a su país». En sus memorias, afirma que admira la bondad por encima del ingenio calculado.
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