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El príncipe Philipp zu Eulenburg. ARCHIVO
El escándalo Eulenburg
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El escándalo Eulenburg

La publicación de artículos con alusiones a la homosexualidad del príncipe y su camarilla conmovió el Segundo Imperio

IBON ZUBIAUR

Sábado, 30 de septiembre 2017

Eue el mayor escándalo del Segundo Imperio Alemán y desacreditó a sus élites políticas y militares. Encarnó la pugna entre una justicia independiente y un régimen autocrático y estamental, y evidenció que el país más desarrollado del mundo lo regía un monarca de opereta, sometido a una cuadrilla de diletantes untuosos y espiritistas. Difundió además entre el gran público el término ‘homosexual’ (inventado cuarenta años antes por Karl Maria Kertbeny) e ilustró lo problemático de los ataques personales en la lucha política. Porque el motivo para apartar al príncipe Philipp zu Eulenburg (1847-1921), íntimo del Káiser que había hecho caer a Bismarck y designaba cancilleres a su antojo, fueron sus gustos sexuales.

En la trastienda latía desde luego un pulso cortesano, aunque el que se batió con el taimado Eulenburg (y arrostró los procesos judiciales) fue Maximilian Harden (1861-1927), editor del semanario ‘Die Zukunft’. Se ha barruntado la instigación del ex ministro de Exteriores Friedrich von Holstein, pero el historiador Peter Winzen, en su minuciosa reconstrucción del caso (‘Das Ende der Kaiserherrlichkeit. Die Skandalprozesse um die homosexuellen Berater Wilhelm II. 1907-1909’), saca a la luz el doble juego del canciller Hans von Bülow, atrapado entre su afán por deshacerse de su antiguo mentor y el temor a ver reveladas sus propias inclinaciones homoeróticas.

Desde noviembre de 1906, Harden publica varios artículos sobre la influencia de Eulenburg y su círculo que encierran veladas amenazas. Las insinuaciones van subiendo de tono y en abril de 1907 aluden manifiestamente a la homosexualidad de la camarilla. El Káiser, que no acostumbra a leer la prensa, ha de ser informado por su hijo de lo que ya es un clamor: monta en cólera y exige a Eulenburg y su grupo que se aparten y exijan satisfacción a Harden.

Cuando terminó el proceso, el movimiento para despenalizar el sexo entre varones se había debilitado

Eulenburg opta por autoimputarse sodomía, con el previsible resultado de que un juez afín lo exonera de toda sospecha. Pero el general Kuno von Moltke, que pese a sus nulas aptitudes militares había llegado a comandante de Berlín (a cambio era un notable pianista, grato conversador, y notoriamente afeminado) interpone denuncia por ofensa al honor. El juicio se vuelve en su contra, ya que Harden hace desfilar testigos (sobre todo la ex-mujer de Moltke) que confirman la tendencia homosexual del militar. El tribunal absuelve a Harden; el Káiser, furioso, baraja abdicar y amenaza con no regresar de sus vacaciones mientras siga libre el periodista.

Demandas sucesivas

Contra el criterio de Bülow, el Ministerio de Justicia anula la sentencia, relega al juez responsable, y reabre la causa (un atentado contra el principio ‘non bis in idem’, por el que no cabe juzgar dos veces el mismo delito). En un nuevo juicio a puerta cerrada (al que Harden es obligado a asistir enfermo de pleuritis), se coacciona a testigos clave, la ex-mujer de Moltke es declarada «histérica», y Eulenburg comparece como testigo para afirmar bajo juramento no haber cometido jamás «guarrerías» con otros hombres, lo que terminará por ser su perdición. Harden es condenado a cuatro meses; la sentencia exalta la rehabilitación del grupo. Tras la consiguiente apelación, el Tribunal Supremo anulará la causa en mayo de 1908 por sus obvios defectos formales.

Como los tribunales prusianos no le ofrecen garantías de imparcialidad, Harden interpone en Múnich una demanda por calumnias contra un periodista cómplice: durante el juicio, dos testigos afirman bajo juramento haber sido inducidos a actos sexuales por Eulenburg. Ante el revuelo generado, el fiscal general de Berlín se ve obligado a abrir causa por perjurio contra Eulenburg el 30 de abril de 1908: abandonado ya por las altas instancias, tras un careo con los testigos, es arrestado el 8 de mayo; nunca en la historia del Imperio había sido detenido un personaje de esa alcurnia. Al juicio (que se celebra a puerta cerrada para evitar nuevas revelaciones comprometedoras) acudirá en camilla, y despliega todo su talento histriónico. Cuando los testigos de cargo vuelven su posición insostenible, varios médicos le certifican riesgo de muerte y la vista ha de suspenderse; será incluso liberado bajo fianza, y el proceso queda pendiente de su mejoría. Pero cada vez que una comisión judicial se presenta en su palacio, el príncipe acaba de sufrir un oportuno «ataque al corazón». Nadie le cree, pero no hay forma de retomar la causa; tras otro intento frustrado de juicio en julio de 1909, el juego se prolonga durante años hasta la muerte de Eulenburg, retirado de la vida pública, en 1921.

Efectos extrajudiciales

La dinámica judicial sigue su curso propio. Pese a la febril presión de Bülow y al acuerdo alcanzado entre las partes (Moltke, psicológica y financieramente arruinado, no tiene interés en proseguir la causa), los burócratas del Ministerio de Justicia se imponen y el tercer juicio Moltke-Harden se celebra en abril de 1909. Tras una única sesión (una vez más a puerta cerrada), Harden es condenado a 600 marcos de multa por difamación. Quiere apelar, pero lo disuaden la insistencia del canciller, una declaración conciliadora de Moltke, y 40.000 marcos que abona en secreto el tesoro público. Será ensalzado por su «patriotismo» al acatar la mínima condena y evitar la prolongación del escándalo.

El balance final fue desolador. Eulenburg y su camarilla dejaron paso a asesores más ‘viriles’ que desencadenarían la Primera Guerra Mundial. El pujante movimiento para despenalizar el sexo entre varones perdió credibilidad ante la soliviantada opinión pública. Y el periodismo de revelación quedó mancillado por la sospecha de la infamia. El conde Harry Kessler apuntaría en su diario: «Desde un punto de vista ético, la postura de Harden me parece discutible. Quien considere el asunto con frialdad y sin prejuicio no entenderá por qué ha de ser más reprobable divertirse con chicos que con chicas; el propio Harden es de esta opinión. De modo que uno se pregunta hasta qué punto está justificado utilizar un prejuicio que no se comparte para aniquilar a un enemigo político y destruirlo a conciencia no sólo en lo político, sino en lo personal.»

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