Lo que empezó con una manzana
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Transgresión, arrepentimiento, culpa y ley son solo una parte de lo que ofrece la National Gallery en una muestra sobre el pecado de ayer, hoy y mañanabegoña gómez moral
Viernes, 9 de octubre 2020
Los responsables del logotipo de Apple siempre han afirmado que el origen de la estilizada e inconfundible manzana tiene que ver con Isaac Newton debajo de un árbol viendo nacer la ley de la gravedad universal. El diseño original de 1976, creado por Ronald Wayne - ... el hombre que vendió el 10% de la compañía por 800 dólares- representaba precisamente esa escena en estilo arcaizante, como una xilografía del siglo XVII que Steve Jobs no tardó en descartar. Por entonces ya circulaba otra teoría, casi tan antigua como el propio logo, que lo asociaba con un homenaje, quizá encriptado, al criptógrafo y precursor de la informática Alan Turing, que murió tras comer una manzana envenenada con cianuro. Pero la referencia más evidente no necesita explicaciones, se remonta varios miles de años y lo asocia con el pecado original: Adán y Eva desnudos en un jardín, un árbol, una serpiente y una manzana. ¿Les suena?
El pecado ha sido tema de exploración artística a lo largo de los siglos y en ese tiempo ha originado una simbología tan poderosa que es difícil sustraerse a ella por más que se intente. Da la impresión de que aún tendrá que pasar algún tiempo hasta que la manzana mordida signifique algo diferente al pecado original, por muy cromada que esté. En el contexto religioso el pecado implica un acto inmoral que transgrede la ley divina. En el secular significa una falta, ofensa u omisión grave o lamentable. El pecado posee una dimensión tan universal como personal y tan pública como privada. La mayoría de las personas harán algo de lo que se arrepientan en algún momento de su vida, aunque la gravedad de su 'pecado' y la forma en que cada individuo o sociedad lo afronta depende en gran medida del lugar, la época, el sistema de creencias y el contexto cultural. Si bien las preocupaciones, ambigüedades, percepciones y representaciones del pecado se extienden a través de las religiones del mundo e incluso a las sociedades que no tienen fe concreta, la concepción del pecado en el cristianismo ha sido fundamental y el arte religioso ha dado buena cuenta de ello.
El recorrido de la exposición recién inaugurada en la National Gallery intenta afrontar el pecado en toda su complejidad y para ello empieza por el principio: la base del cristianismo y el judaísmo en las narraciones de su libro sagrado, la Biblia. Dos de las primeras pinturas que ofrece la visita, 'El jardín del Edén' de Jan Brueghel el Viejo y 'Adán y Eva' de Lucas Cranach, representan la escena del Antiguo Testamento que ha contribuido a definir el concepto de pecado y su iconografía en la conciencia colectiva occidental: el momento del Génesis en que Adán y Eva comen el fruto prohibido. Muerden la manzana y el mundo cambia. Aunque con diferencias, ambos pintores recogen un instante similar: Cranach muestra en primer plano los cuerpos de los primeros padres bajo el árbol cuajado de fruta; Jan Brueghel los muestra a lo lejos, casi perdidos en la espesura. Acentúa así la belleza del mundo natural en armonía; precisamente lo que se perdió por ese primer pecado.
El papa Gregorio I, San Gregorio el Magno, tuvo mucho que ver con la manera en que vemos y entendemos el pecado hoy. Además de impulsar el canto gregoriano, que lleva su nombre, fue el primero en denominarse a sí mismo 'Siervo de los siervos de Dios', título que han conservado otros papas. La doctrina del Purgatorio la desarrollo en el año 593. A partir de ella no fue difícil inferir que en el pecado hay grados. Entre los peores, los capitales -no por ser más graves, sino por engendrar otros pecados-, destacó la soberbia, la avaricia, la gula, la lujuria, la pereza, la envidia y la ira, una lista de siete transgresiones, respetada por Santo Tomás, que marcó el itinerario por el infierno de Dante y sigue vigente hasta nuevo aviso.
Muchos artistas a lo largo de los siglos han representado esas siete grandes infracciones. Su paradigma quizá sea el complejo ciclo representado en la 'Mesa de los Pecado Capitales' de El Bosco. Mucho después, el pintor británico del siglo XVIII William Hogarth también fue un maestro en la representación del comportamiento pecaminoso, pero llevado de la teoría a la práctica en el día a día de su época. En la escena II de la serie 'Matrimonio a la moda' muestra a una joven 'pareja de conveniencia', recostada perezosamente en su mansión 'neo-palladiana', un estilo cuya pretenciosidad Hogarth detestaba. A pesar de ser ya las 12.20 del mediodía, la esposa bosteza después de una noche jugando a las cartas y toma 'té para uno', una pista sobre la vida separada que lleva de su marido, quien, por su parte, ni siquiera intenta esconder el tocado de otra mujer que se le cae del bolsillo, atrayendo la atención del perro. La espada en el suelo, la alfombra cortada,… cada detalle alude a la vida disipada de ambos, aunque algunas interpretaciones se hayan perdido. En lo relativo a escenas dudosas, Agnolo Bronzino es un maestro y una de las mejores muestras está en la célebre 'Alegoría con Venus y Cupido'. La época manierista que vivió el pintor se corresponde punto por punto con su pintura sofisticada, fría, deslumbrante y compleja en forma y fondo. Todavía hoy los expertos no encuentran la manera de dar una interpretación definitiva a este óleo sobre tabla poblado de figuras serpentinatas que fue un regalo del duque florentino Cosme I de Médici para el rey francés Francisco I. En líneas generales concluyen que alude a una alambicada reflexión sobre la ambivalencia y los peligros de fiarse de lo aparente. Aunque «lo último que necesita Bronzino es otra interpretación iconográfica», en el contexto de esta muestra sobre la representación del pecado su función es la de antítesis, de contrapunto a varios elementos frecuentes: la pureza de la Inmaculada cristiana y la perversión de Venus con su hijo. La naturalidad de la manzana del pecado original y el fruto de oro en la mano de la diosa.
Si bien muchas pinturas representan la conducta pecaminosa, otras retratan a la mujer que se considera sin pecado y se define por ese rasgo: la Virgen María Inmaculada, libre incluso del pecado original que se lava en la ceremonia del bautismo. Su pureza aspira al absoluto en la interpretación de Velázquez, aunque en esta ocasión no pisa la serpiente del Génesis, como sucede a menudo en esa advocación.
Para los demás, los no inmaculados, la vida espiritual viene a ser una alternancia entre transgresión y arrepentimiento, una dinámica marcada por la introspección. Como ejemplo de esa importante clave del pecado, la exposición muestra una pequeña tabla de 24 x 34cm. La obra de Pieter Bruegel -autor también de una serie sobre los grandes pecados y de la célebre 'Torre de Babel', consecuencia de la de soberbia humana- es la única pintura que el artista conservó consigo hasta su muerte y, a pesar de su tamaño reducido, supone una llamada a la reflexión extraída una vez más de la Biblia. La escena, que contrasta con el colorido habitual en el pintor, es una grisalla del momento en que Cristo pide que solo quien esté libre de pecado arroje la primera piedra. En suma, que cada cual mire en su interior y reconozca las propias faltas.
Pecar es normal, además, aunque el pecado esté consumado, todavía hay esperanza. Por eso el arte ha encontrado un campo fértil también en escenas que muestran actos de redención, contrición, expiación y confesión: las opciones disponibles para cancelar los errores. Pocos artistas han abordado el arrepentimiento de manera tan directa como Andy Warhol basándose en octavillas distribuidas en las calles de Nueva York hacia 1985. En '¡Arrepentíos y no pequéis más!' el versionado en 'Positivo y Negativo' añade ironía pop, aunque el artista, de origen polaco, era católico practicante y no era infrecuente verlo en misa en su parroquia habitual, San Vicente Ferrer de Manhattan.
Algunas obras de la exposición arrojan luz sobre el poder de la confesión, ya sea para liberarse del peso del pecado o para obtener el perdón. 'La misa de San Gil', pintada alrededor del año 1500, muestra al emperador Carlomagno arrodillado frente al santo, cuyas oraciones de intercesión llevaron a la absolución del Emperador. La obra de neón de Tracey Emin, 'Fue solo un beso' de 2010, supone un audaz contraste en cuanto a forma. El fondo, sin embargo, podría considerarse parte de una confesión, un acto de contrición en grandes letras luminosas.
Una pintura titulada 'El chivo expiatorio' de William Holman Hunt explora otra solución antiquísima para deshacerse del pecado: la idea de culpar a unos por las faltas de otros. El origen del tema se encuentra en el Levítico del Antiguo Testamento, que describe el ritual de tomar dos chivos idénticos, sacrificar uno de ellos y dejar al otro libre en el desierto para que cargue con los pecados de la comunidad. Después, según la doctrina católica, fue necesaria la muerte de Cristo en la cruz, como máximo chivo expiatorio, para limpiar los pecados de la humanidad de una vez por todas.
Justo antes de finalizar, una escultura de Ron Mueck de 2009 invita a seguir reflexionando sobre la naturaleza compleja e inagotable del pecado. La aparente víctima de un apuñalamiento evoca sin ambages la imagen de Cristo mostrando la herida en el costado -el estigma del sacrificio- al apóstol santo Tomás y plantea la duda sobre si el joven ha cometido un pecado o si, en cambio, es víctima de los pecados del grupo.
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