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Dumas o la continuidad
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El autor de 'Los tres mosqueteros', que además fue empresario, conspirador e infatigable donjuán, murió hace 150 años dejando tras de sí una obra de dimensiones gigantescasSecciones
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El autor de 'Los tres mosqueteros', que además fue empresario, conspirador e infatigable donjuán, murió hace 150 años dejando tras de sí una obra de dimensiones gigantescasAlphonse de Lamartine conoció bien a Alejandro Dumas y resumía así la figura de su amigo: «La opinión que tengo sobre él es un signo de exclamación». No está claro que exagerase. Además de un escritor, Dumas fue un fenómeno natural. Como un huracán. En 68 años de vida completó varias vidas, todas ellas intensas y exaltadas. Por supuesto, la del escritor más popular de su tiempo, el autor de 'Los tres mosqueteros', 'El conde de Montecristo' o 'El tulipán negro'. Pero también la del arribista en París, la del conspirador político y el revolucionario, la del empresario teatral y periodístico, la del hedonista heliogabálico o la del complicado e infatigable donjuán. Revisar la biografía de Dumas es asombroso. Por la actividad desplegada y porque el hilo conductor de su vida parece especialmente extenuante: consistió en hacerse increíblemente rico y arruinarse de un modo aun más increíble una y otra vez.
Hijo de un militar de origen haitiano, el primer general mulato de Francia, al que apodaban el 'Conde Negro', Alejandro Dumas debió de comprender pronto que la aventura era para él un asunto familiar. En su padre, gran espadachín y estratega, rival de Napoleón y preso olvidado en Italia, está la semilla de D'Artagnan y Edmond Dantès. La infancia de Dumas fue pobre, pero siempre sintió que la gloria era un territorio a recuperar. Lo haría en el París de la tercera década del siglo XIX, donde conoció siendo joven el éxito teatral y demostró que la habilidad de estar en el lugar adecuado en el momento preciso puede darse también en términos históricos.
El momento de Dumas tuvo que ver con la Revolución de 1830, que funcionó en Francia como un trampolín para la segunda generación romántica. Y, sobre todo, con el momento en que los periódicos parisinos aprendieron que los ingresos por publicidad permitían bajar el precio de los ejemplares y llegar a un público más extenso y popular. Lo siguiente que aprendieron los periódicos fue que no existía mejor modo de atrapar a esos nuevos lectores que interrumpir las historias más trepidantes y misteriosas con un simple 'Continuará'.
El auge del folletín significó el nacimiento de la literatura comercial. «Literatura industrial», sentenció Sainte-Beuve. Pero no todos esos autores eran obreros intercambiables. Puede que hoy nadie recuerde a Paul Féval o a Charles-Paul de Kock, pero al mismo tiempo nadie en el mundo ha olvidado la historia de D'Artagnan o el cautiverio del conde de Montecristo en el castillo de If.
La fórmula secreta de Dumas es conocida: una mezcla de aventura, romance, camaradería, héroes de una pieza y villanos demoníacos salpimentada con el encanto de la Historia. Pero el ingrediente secreto de esa fórmula es raro e intangible. Dumas es uno de esos escritores tocados por la gracia. O por una «luz indefinible», que así lo llamó Víctor Hugo, al explicar que encontraba en los libros de su amigo y rival una energía «fuerte y alegre» capaz de «inspirar el alma, avivar la inteligencia, crear sed de lectura y elevar el genio humano».
El tamaño del éxito que Dumas obtuvo en su tiempo es difícil de calcular, entre otras cosas porque él nunca fue muy cuidadoso con las cuentas: llegó a guardar las fortunas que le iban liquidando en una gran caja de la que al parecer sus amigos podían servirse libremente. Su hijo Alexandre escribió en 1893 que en los veinte años siguientes a la muerte de su padre se vendieron tres millones de ejemplares de sus libros y alrededor de seiscientas de sus historias volvieron a serializarse en los periódicos.
En términos de ficción decimonónica, Alejandro Dumas fue algo así como una compañía Marvel o HBO unipersonal. Sus obras completas ocupan 310 volúmenes en la edición clásica de Calmann-Lévy. Entre novelas, cuentos, memorias, diarios de viaje, obras de teatro, poemas o crónicas sobre crímenes, esos volúmenes reúnen más de seiscientos títulos. Algún estudioso ha hecho el cálculo: escribió aproximadamente 16.000 palabras por semana a lo largo de cuarenta años.
Eso sí, no las escribió todas personalmente, sino que se rodeó de colaboradores y llegó a disponer de una especie de taller de pintura renacentista en el que el maestro se encargaba de la supervisión general y los toques geniales. El hijo del 'Conde Negro' fue también el primer escritor al que un 'negro' literario llevó a los tribunales. Cuenta la leyenda que en una ocasión Dumas le preguntó a su hijo si había leído su última novela y este, tras responderle que no había tenido tiempo, le devolvió la pregunta: «¿Y tú has podido leerla ya?»
Alejandro Dumas murió hace 150 años, el 5 de diciembre de 1870. Como en sus historias, aquello no fue tanto un final como un 'Continuará'. Lo demuestra el hecho de que ahora mismo, en algún lugar del mundo, un adolescente esté leyendo fascinado 'Los tres mosqueteros'. O que en 2002 Jacques Chirac ordenase el traslado de los restos mortales del escritor al Panteón, celebrando que «el autor francés más leído de todos los tiempos» ocupase su lugar junto «a Víctor Hugo y Zola, sus hermanos literarios». La evidencia de que todo continúa fue subrayada por el presidente de la República frente al féretro de Dumas: «Con usted hemos sido D'Artagnan, Montecristo o Balsamo y hemos recorrido los caminos de Francia, atravesando campos de batalla, visitando palacios y fortalezas. Con usted hemos atravesado, antorcha en mano, pasillos oscuros y pasajes ocultos. Con usted hemos soñado. Y con usted seguimos soñando».
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