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Dinero y arte

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Una de las Marilyn serigrafiadas de Andy Warhol bate el récord alcanzado por un cuadro del s. XX en una subasta

Viernes, 20 de mayo 2022, 21:56

El cine es arte, pero también industria, y una apuesta. Una película necesita un complicado presupuesto de producción. El beneficio o la pérdida estarán en la diferencia entre ese coste, que puede ser muy alto, y la rentabilidad de la exhibición de la película de ... diversas maneras. Una novela reporta al autor un adelanto (que es el principal factor de riesgo de la editorial cuando es cuantioso), quizá la dotación de un premio y el pequeño porcentaje sobre el precio de venta de cada libro. Es posible que alcance una gran repercusión económica y reportar mucho dinero a quien lo escribe, pero siempre con arreglo a esa mecánica proporción, a la vida comercial de la obra. Con la música sucedía algo parecido cuando se vendían discos. Sin embargo en las artes plásticas, sobre todo en la pintura, el tema económico cambia. La cotización de un cuadro será la suma que un particular o un museo quiera pagar por él, sin reglas proporcionales. Y su precio puede aumentar en sucesivas transacciones en las que cambia de propietario. Otra cosa es lo que percibió el pintor al venderse la primera vez, descontada la parte del galerista, que puede llegar a la mitad del precio cuando se trata de un artista en ciernes.

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La serigrafía 'Shot Sage Blue Marilyn' (1964), firmada por Andy Warhol, ha batido el récord de precio alcanzado durante una subasta (en Christie's de Nueva York) por una pintura del siglo XX, 195 millones de dólares. Ha superado a 'Las mujeres de Argel' (versión 0) de Picasso. La de Warhol fue puesta a la venta por una fundación suiza que destinará el dinero a una causa altruista. No se ha revelado la identidad del comprador. Entre las razones para que una obra de arte pop norteamericano haya llegado a un precio tan alto, se baraja la sed de compra de coleccionistas multimillonarios tras la sequía en el comercio de arte en público impuesta por la pandemia.

Recuerdo cuando vi en el Guggenheim de Bilbao una exhaustiva exposición dedicada a Andy Warhol. Su obra me pareció la de un brillante ilusionista del envoltorio que contiene poco más que aire. Pensé que el mayor logro de Warhol fue estar en el momento adecuado en el lugar adecuado y saber venderse a sí mismo como un icono más allá de la cultura. Ahora, con la desaforada cotización de su Marilyn, que basó en una fotografía de la estrella tomada de 'Niágara', he pensado en 'Fraude' (1973), la última y juguetona película de Orson Welles, mezcla de ficción y documental, que reflexiona sobre la autoría en el arte, la mentira y qué es falsificación. Welles, con su sonrisa de embaucador, declama un poema de Kipling en el que Adán, al pie del árbol del conocimiento del bien y del mal, hace dibujitos con un palo en el suelo arcilloso. El diablo se le acerca por detrás a contemplar su obra y le susurra al oído: «Es bonito, ¿pero es arte?».

Welles dice a continuación que es arte lo que las opiniones de los expertos consideren que lo es y se pague en consonancia, lo cual obedecerá a criterios dispares, incluso ajenos al arte (el caballo de batalla de Welles, durante bastantes años y hasta el final, fue la dificultad para conseguir financiación para sus propios proyectos). Acto seguido, la película se centra en el húngaro Elmyr de Hory, un falsificador (más bien imitador) de pinturas de extraordinario talento, que afirmaba que en los principales museos del mundo hay cuadros suyos con la firma de grandes maestros (que no añadía él, asegura), sobre todo del impresionismo. No son copias de cuadros famosos, sino que Elmyr pintaba cuadros originales con el estilo del pintor suplantado. En la película se ve cómo pinta un Matisse 'original'. Explica que algunas pinceladas las da de un modo vacilante porque su trazo es más firme que el de Matisse y tiene que atemperarlo. Añade que desafía a cualquier experto, marchante o director de museo que distinga un Matisse auténtico de uno suyo. Después, con elegante suficiencia, quema ante la cámara el cuadro que acaba de pintar.

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La secuencia de 'F for Fake' (debería haberse traducido como falso) que prefiero es la de Orson Welles, con capa y sombrero, ante la catedral de Chartres rodeada por la niebla. Habla de Chartres como una de las máximas cumbres del arte en Occidente, y que este rico bosque de piedra es gloria anónima, carece de firma. Pero que en todo caso, triunfos y fraudes, tesoros y falsificaciones, desaparecerán con el tiempo en la universal ceniza y poco importarán los nombres.

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