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abraham de amézaga
Sábado, 11 de mayo 2019, 05:00
Cuando se le preguntaba al recordado alcalde de Bilbao Iñaki Azkuna (1943-2014) sobre su época en la capital del Sena, esbozaba una sonrisa. Había vivido el Mayo del 68, el cóctel de insatisfacción y juventud. Era como traer a la memoria un periodo especial ... en su vida. Mucho antes que él, grandes de nuestras letras, música, pintura y otras artes, también la moda, han recalado en la capital francesa, cuna de las libertades, la creatividad y centro al mismo tiempo de la bohemia europea. «París solo hay uno, ¿comprende usted?, y París está en Francia: es la ciudad de los artistas, incluso me atrevo a decir que es la ciudad… artista», exclamó en cierta ocasión Wilde.
No fueron pocos los vascos en residir en la urbe a la que cantaran Piaf o Montand. Hemos seleccionado diez, por formar parte de campos diversos, que reflejan la riqueza de las disciplinas que cultivaran. Y empezamos por el más joven de todos, Juan Crisóstomo de Arriaga (1806-1826), que además fue el primero de los diez en venir al mundo. Elías Amézaga lo hizo uno de los protagonistas de su libro 'Vidas rotas' (1999), por aquello de que se fue de este mundo estrenando casi la veintena. Llega al París de la Restauración, mozalbete: tiene 15 años cuando pisa su suelo, obteniendo el permiso de residencia pocas semanas después, el 13 de octubre de 1821, para ser exactos. Quiere seguir formándose más y mejor en un arte, la música, en el que va destacándose el que muchos llamarán el Mozart vasco. Se inscribe en Armonía y Contrapunto en la École Royale de Musique de Déclamation, el conservatorio. Al año, lo hacen profesor.
Como ha señalado Joaquín Pérez de Arriaga, que lo ha estudiado en profundidad, «dadas las escasas noticias existentes de la breve vida de Juan Crisóstomo, la mejor guía que puede seguirse nos la proporciona su propia obra». Se cree que en París compone Tres Cuartetos (c. 1823), la 'Obertura pastoral' (c. 1824) y la Sinfonía (c. 1824). Durante su estancia, su padre le enviaba cada dos meses trescientos francos de la época.
Músico al igual que el anterior, conocido como 'el último bardo', José María Iparraguirre (1820-1881), el del 'Gernikako arbola', este romántico que se expresaba en euskera huyó a Francia en tiempos de Isabel II. Recalará en la que llaman 'ciudad del amor', experimentándolo en carnes propias: en 1846 conoce a la joven Sophie-Adèle Picquart. Fruto de ese encuentro –o de esos encuentros, porque no se precisa en su biografía– y meses después, nacerá un hijo. El padre ha desaparecido. La madre lo cría en Belfort, de donde es su familia. No sabemos si esto influyó en su producción musical. Trotamundos. París ciudad de paso de algún modo para él, y donde deja huella, o mejor dicho semilla. Recorrerá cual nómada diferentes lugares, hasta que en 1851 decide regresar a Euskadi.
Adolfo Guiard (1860-1916) era más que consciente que para crecer como pintor, para avanzar en esa disciplina, había que encaminarse a la capital de las vanguardias. Según el reputado crítico Juan de la Encina, allí conocerá a Degas y Zola, así como al hermano de Renoir, que dirige la revista 'La Vie Moderne', que le publica algunos dibujos. Tiene 18 años cuando pone los pies en la Ville Lumière, donde frecuentará la academia de arte Colarossi.
Unamuno define años después la pintura del autor de 'La siega' y 'La promesa' de esta manera: «Lo que domina en el arte pictórico de Guiard es el contorno; sus figuras son siluetas. Diríase de sus cuadros, de reducidas dimensiones casi todos ellos, que más que de pintura son de dibujo iluminado». Y respecto al poso parisino, De la Encina apunta: «Los gérmenes que en su juventud trajo de París, aquí desarrollaron sin apenas nuevas aportaciones parisienses. Su arte, en efecto, evolucionó constantemente, pero siempre en una misma dirección y con prudente parsimonia. Guiard representó también en esto a su pueblo, y al traernos el arte y las tendencias artísticas que en un tiempo primaron en París, nos trajo con ellas las apetencias de nuevas formas de arte».
Como se sabe, Miguel de Unamuno (1864-1936) también vivió un periodo en la «ciudad lumbre», como le gustaba llamarla. Es en 1924, a a los 60 años, cuando abandona Fuerteventura y se traslada a la gran urbe. Destierro por culpa de la dictadura de Primo de Rivera. Jean-Claude Rabaté, que ha analizado ese periodo, ha escrito que «París da al luchador político y al poeta una tercera dimensión, la de un profeta», señalando que en este enclave continuará redactando su diario poético 'De Fuerteventura a París'. También emprende la escritura de 'La agonía del cristianismo', amén de otra obra que «ilustra perfectamente la visión del drama íntimo y del drama público». Se refiere a 'Cómo se hace una novela'.
Se aloja en una pensión cercana al Trocadero, acude a las tertulias de La Rotonde, el célebre café próximo a Montparnasse, y sobre todo escribe. Si está en la ciudad es gracias a Henry Dumay, director del diario de izquierdas 'Le Quotidien,' que lo ayudó a huir de las Canarias.
El eibarrés Ignacio Zuloaga (1870-1945) arriba de Roma en 1890 y se queda más de veinte años. El lugar elegido es el barrio más artístico, el de Montmartre, desde donde no solo se divisa la ciudad, sino algo para él más importante: las tendencias artísticas. Allí permanecerá hasta la Gran Guerra. Como Guiard, conocerá a Degas, entre la lista de colegas, estando muy próximo del trío catalán Casas, Rusiñol y Utrillo, y es asiduo de la Société Nationale des Beaux-Arts. A partir 1891 expone en Le Barc de Boutteville, galería de vanguardia ubicada en la rue Le Peletier (distrito 9).
En 2017 tuvo lugar una muestra en Madrid bajo el título 'Zuloaga en el París de la Belle Époque', que permitió apreciar una parte de la obra que había pintado en sus años parisinos, entre 1889 y 1914, en la que se palpa una 'España negra', debido en gran parte a la pérdida de las colonias en 1898. Está claro que es un periodo muy productivo para él.
«Creo que conozco París mejor que muchos franceses», dejó escrito Pío Baroja (1872-1956), en sus 'Memorias'. Al leerlo, cualquiera diría que no hay ápice de humildad en estas palabras, sino todo lo contrario. Se ha apuntado que, a lo largo de su existencia, el donostiarra visitó la capital gala una veintena de ocasiones –la primera, con 27 años, y en la que coincide con los hermanos Machado–; algo excepcional para su tiempo, sin las conexiones por tierra y aire que existen en la actualidad.
Sentía debilidad por el Barrio Latino, así como por detenerse en los 'bouquinistes', esos puestos de viejo junto al Sena. Si frecuenta la ciudad en diversas ocasiones de su vida es «para tener un punto de observación más ancho y más internacional que el nuestro», y al igual que le ocurre a Balenciaga, el también guipuzcoano Baroja se refugia en esta capital en cuanto estalla la Guerra Civil: estuvo cuatro años en el Colegio de España (entre 1936 y 1940), donde también se alojaba el filósofo guipuzcoano Xavier Zubiri.
Multitud de datos, de descripciones en más de una de sus obras, nos trasladan a la capital gala con lujo de detalles. Eso sí, se moverá entre la atracción y el rechazo si se le pregunta por los franceses y lo francés.
Para cuando Juan de Echevarría (1875-1931) llega, su colega Zuloaga lleva casi tres lustros. También se va a vivir a Montmartre, a un apartamento en el que se siente cómodo y donde fija su estudio. «Me levanto a las nueve de la mañana. Pinto en la 'seance' de la mañana, almuerzo en un cuarto de hora y acto seguido me pongo a dibujar desnudo. He empezado con una madame bastante grande. He metido ya una fulana del café Cyrano. Creo que tiene bastante carácter. El desnudo lo hago tamaño natural como minimum. He dado con una modelo que es de primera», le confiesa a su amigo Losada.
Comparte ratos y pasión de oficio con Francisco Iturrino, se siente de alguna manera desencantado con la vanguardia artística de comienzos del XX, así como con esa falta de criterio a la hora de seleccionar lo expuesto en el Salón de los Independientes de 1904. Demasiado pintor y poca obra que merezca la pena. Tal es así que decide irse por la senda autodidacta. Se encamina por un postimpresionismo a lo Echevarría, un fauvismo con una técnica suya. Conviene anotar que traba relación con el crítico de arte y poeta Morice, interesante a nivel profesional, y hasta interviene en la venta de un grabado de Gauguin, que lo adquirirá Leopoldo Gutiérrez Abascal.
Es evidente que sin París, Cristóbal de Balenciaga (1895-1972) no hubiera llegado a ser tan grande como lo fue a nivel internacional, el más sobresaliente de todos los creadores de la costura del siglo XX. A la capital francesa llegó en 1937, tras cerrar sus casas españolas. Abre atelier en el número 10 de la avenue George V, gracias al empuje económico de sus amigos Nicolás Bizcarrondo y Wladzio Jaworowski d'Attainville, que le adelantan una importante cantidad de dinero. Y logra hacer su primer desfile. La prensa lo ensalza. El centro de la moda y el lujo descubre a un genio. Rotundo éxito.
¿Cuáles son las particularidades de su costura? Amplios volúmenes y formas, cortes estructurados... Una creación de Balenciaga se reconoce por esto y por mucho más, por sus ricos tejidos y ese toque personalísimo que no puede ser más que obra suya. Gabrielle Chanel dijo que era el único modisto capaz de diseñar, cortar y montar una creación; mientras Christian Dior lo definió como «el maestro de todos nosotros».
Inspirado en el arte de Goya y Zurbarán, entre otros, su época dorada son los años 50, cuando las señoras se cambiaban hasta tres y cuatro veces de atuendo al día. En 1968, en pleno Mayo, y más por la cada vez mayor fuerza del prêt-à-porter, o la moda realizada en serie, que por las revueltas estudiantiles, decide cerrar. Grandes clientas como la condesa Mona Von Bismarck, aquella que le había encargado 150 vestidos una temporada, entran en depresión, llegando a estar esta última varios días encerrada en su habitación. «No se preocupen, a partir de ahora para seguir vistiéndose bien no tendrán más que atravesar la calle», las tranquiliza a todas, invitándolas por tanto a ir donde Givenchy, gran amigo.
En el periodo de entreguerras, otro guipuzcoano, el arpista Nicanor Zabaleta (1907-1993), vive su etapa parisina. De hecho, hay un extraordinario trabajo que habla de estas influencias en su carrera, que lleva la firma de Edmundo Ricardo Camacho Jurado. Fueron cuatro años los que vivió allí el músico, y como apunta su estudioso, «el arribo de Zabaleta a París no pasó desapercibido gracias a la iniciativa que tuvo su maestro para que fuese escuchado de manera privada por algunos músicos y críticos franceses, uno de los cuales recordaría en 1928 que lo había escuchado dos años antes y que le había parecido que era una gran promesa».
Al principio, se instala en una pensión de estudiantes próxima a los jardines de Luxemburgo, y pronto comienza a salir con nuevas amistades, entre las que se encuentra otro vasco, Julián Ajuariaguerra, que llegaría a ser reconocido psiquiatra. Es su compañero de fatigas en un París más canalla, el de la noche. Años fructíferos, que lógicamente dejan positivo poso en su obra, dando su primer recital en el 'ancien Conservatoire', junto a su paisano el violonchelista Santos Gandía.
El último de la lista es Paco Rabanne (1934), el único vivo de esta decena: 85 años, el pasado 18 de febrero. Aunque emigró a Francia con cinco años, este natural de Pasajes de San Pedro, de nombre Francisco Rabaneda Cuervo, siempre sintió sus orígenes, llegando a presumir en cierta ocasión de que «los vascos somos gente aventurera, con ideas y tenemos una imaginación de locura. Yo trabajé con uno, Cristóbal de Balenciaga. Para él, todo era posible. Poseo la misma mentalidad, no su talento, por desgracia, pero sí esa apertura que él demostraba», confesaba hace dos décadas.
El 'metalúrgico' lo llamaba Chanel, por no ser tejidos sus materiales ni utilizar hilos, sino metal y alicates –hasta el 19 de mayo se puede ver la muestra en la localidad gala de Ruán sobre él–. Hizo también alta costura, en algunos casos imposibles vestidos, estudió Arquitectura en París, donde ha residido la mayor parte de su vida, y hasta ha llegado a adentrarse en el mundo de las letras, con varios libros publicados, algunos de gran éxito, como 'Trajectoire' (1991), en torno a la reencarnación, en la que ha creído fervientemente.
¿Qué queda de todos ellos en territorio parisino? De Arriaga, una placa en la fachada de la casa (rue Saint-Honoré, 314), que pusiera la Embajada de España en 1976. Desde este año, otra placa (rue La Pérouse, 2) recuerda el paso de Unamuno. El Instituto Cervantes propone interesantes rutas tras las estelas de don Miguel, Baroja, y Balenciaga. De este último queda su boutique, de 1937, aunque nada tiene que ver con el creador. Otra tienda de París, ubicada en la rue Cambon, en la que Mademoiselle Chanel abriera su famosa boutique, lleva el nombre de Paco Rabanne.
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