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Respecto a la cuestión la RAE ha determinado: es preceptivo no acentuar el adverbio 'solo' (aunque no será anatemizado quien se empecine en lo contrario), y se admite hacerlo, de modo optativo, cuando en una construcción sintáctica se produzca una duda de significado. «Pidió un ... café solo». No queda claro si solamente pidió un café o si lo quería sin leche. Es decir que tras la controversia, la RAE mantiene más o menos el mismo criterio que antes.
No acentúo nunca 'solo', y si caigo en una ambigüedad modifico la frase. Así mismo, tampoco pongo tilde a los pronombres demostrativos 'este', 'ese' y 'aquel' ni a sus plurales. Sí me costó acostumbrarme a escribir 'guion' sin acento. Fueron muchos años de escribirlo acentuado, que además coincidieron con mi periodo (también se admite período) de guionista. 'Truhan', que al igual que 'guion' perdió el acento en 1999, también se me hizo raro. Las formas verbales 'fue', 'vio', 'dio' y 'fui', cargaron con una tilde hasta 1959. Tengo ediciones anteriores a ese año en que aparecen esos 'fué', que chocan. Y es error ortográfico frecuente encontrar en libros y artículos publicados en la actualidad 'vió' y 'dió', así: mal. Otra falta que abunda es ponerle acento a 'huida'. Una tilde que me parecía innecesaria, por exceso de precaución, y que ya ha desaparecido, es la de la conjunción 'o' cuando iba entre cifras para que no se confundiera con un cero.
La RAE cambia a lo largo de los años las reglas de acentuación de algunas palabras. No en normas básicas como cuándo hay que acentuar las palabras agudas, llanas o esdrújulas, pero sí en casos como los que he citado. Más allá de las tildes, la dichosa ortografía en general, que tantos iletrados e iletradas mancillan y consideran un adorno superfluo. Se puede comprobar en numerosos comentarios a artículos en las ediciones digitales de periódicos, donde la rudimentaria y en ocasiones incomprensible sintaxis va adornada con faltas de ortografía bochornosas. Los mensajes por 'whatsapp' tampoco suelen ser un dechado de respeto ortográfico. Son indicativos de incultura o, quizá aún peor, muestra de desidia. Algo parecido a la dejadez de presentarse en una reunión con los zapatos embarrados y la camisa llena de lamparones.
García Márquez se lució en 1997 en un congreso internacional sobre la lengua española en Zacatecas (México). Allí dijo: «Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer 'lagrima' donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver». Sin embargo, Gabo prescindió de ser consecuente con esa jubilación y en sus libros posteriores no hay la menor falta de ortografía.
En unas lejanas clases de guion que di a licenciados en Periodismo y otras carreras de Letras, les ponía deberes que consistían en escribir el guion de un cortometraje o secuencias sueltas de películas o series inexistentes. Recuerdo a una chica que me presentó un trabajo que no estaba mal en su desarrollo, pero tenía más faltas de ortografía que muescas en la culata del revólver de Billy 'The Kid'. Ante mi estupor al respecto, adujo que la ortografía era una convención y citó el nefasto consejo del autor de 'Cien años de soledad'. Le dije que mantener esa militancia me parecía arriesgado: en una prueba de evaluación para un periódico era probable que juzgara su escrito alguien que valorara de manera decisoria la ortografía. Y, lo más importante, que leer un texto con faltas de ortografía distrae de hacerlo con la debida atención.
En mi colegio, el de los maristas, las faltas de ortografía acarreaban una contundente punición. Uno de los curas, tras la corrección de un dictado, mandaba ponerse en fila a todos los que habían tenido más de cinco faltas, según el baremo de suspenso de un punto menos por cada una. Y repartía sendas galletas, no precisamente María Fontaneda. Al menos era tarifa plana: cobraba lo mismo el de seis faltas que el de una docena. Y le gustaba hacernos corear, para evitar al menos ese error con «las haches rupestres»: «Hasta con hache preposición, asta sin hache cuerno, señor». Me gusta más aquel chiste de Gila en que un indocumentado preguntaba a otro: «¿Cómo se escribe horchata, con hache o sin hache?». «Con hache, animal, si no sería 'orcata'».
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