
Lo que dice Jesús Aguado sobre India
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Su vínculo profundo con Oriente no ha dejado de dar fruto, del diario de viaje sobre Benarés a la antología 'Los 108 nombres de Dios'Carlos Aganzo
Sábado, 25 de noviembre 2023, 00:00
Traductor, ensayista, antólogo y crítico literario, Jesús Aguado (1961) es sobre todo poeta. Un autor con voz singular y nombre propio en el panorama de ... la poesía española contemporánea. Un nombre ligado a una obra abundante y generosa, siempre sorprendente, por igual volcada hacia la creación personal, con profundidad de campo sin límites, y hacia el estudio y la reivindicación de la creación ajena. Poesía, toda la poesía y nada más que la poesía. El testimonio, en fin, de una vida fundamentalmente poética.
Una vida poética y viajera, ya que nació en Madrid, vivió desde los dos años en Sevilla y después pasó por Benarés, en la India, por Málaga, de nuevo por Madrid y finalmente Barcelona, donde reside hoy. Espacios desde los cuales ha ido publicando, sin solución de continuidad desde los años ochenta, algunos de sus libros de poemas, desde aquellos 'Primeros poemas del naufragio', de 1984, hasta 'Todos mis amores imposibles', publicado este mismo año, pasando por 'Semillas para un cuerpo' (1988), 'Los amores imposibles' (con el que ganó el Premio Hiperión en 1990), 'El fugitivo' (1998), 'La gorda y otros poemas' (2001), 'Heridas' (2004), 'La luna se mueve quieta' (2015), 'Carta al padre' (2016) o 'Heridas que se curan solas' (2020).
Además de diferentes compilaciones, como 'El placer de las metamorfosis' (1996) o 'La insomne. Antología esencial' (2013), en 2011 publicó su poesía reunida con la editorial Vaso Roto, bajo el título de 'El fugitivo, Poesía reunida: 1984-2010'. Pero tan relevante como su obra propia, concebida en diálogo entre su experiencia y sus incansables lecturas, es su trabajo como antólogo y editor en diferentes colecciones de poesía, así como sus ensayos y estudios, con títulos como 'La casa se mueve. Antología de la nueva poesía cubana', firmado junto a Aurora Luque en 2001; 'No pasa nada. Los poetas beats y Oriente' (2007) o 'Fugitivos. Antología de poesía española contemporánea' (2016).
En toda esta ingente labor de escritura, entre lo propio y lo ajeno, en la trayectoria de Jesús Aguado hay, sin embargo, una marca indeleble que, desde que se produjo su encuentro con la India no ha dejado de dar fruto: su vínculo profundo con Oriente. Autor de varias colecciones de haikus, como 'Paseo' (2017) o 'Completamente siendo' (2020), en 2018 publicó su diario de viaje 'Banarés, India', en el que escribe sobre esta ciudad sagrada del hinduismo y el jainismo: «Una parte en la tierra, semillas de ojos y de brazos y de ideas, y otra parte en el cielo, ese granero del vacío. Lo más real y lo más irreal a un tiempo: tan antigua que hace siglos que ya no existe y tan presente que, en efecto, y sin necesidad de ser hindú para sentirlo, uno presiente que es el centro de eso -Eso, lo que sea- que nos otorga peso y medida».
Peso y medida y, al mismo tiempo, levedad absoluta sobre la tierra, que el poeta ha reflejado y sigue reflejando en sus ensayos, sus artículos o sus versiones de poetas indios en libros como 'Therigatha. Poemas budistas de mujeres sabias' (2016), '¿En qué estabas pensando? Poesía devocional de la India, siglos V-XIX' (2017) o 'No le hagas preguntas a la tristeza. Canciones y poemas de las tribus de la India' (2018). Colecciones que se funden y se confunden con su propia creación poética, en libros como 'Dice Kabir y otros poemas' (2019) o en los extraordinarios versos de su heterónimo Vikram Babu, un poeta cestero que vivió a orillas del Ganges y cuyo espíritu recogen los versos de Jesús Aguado.
Una buena manera de acercarse a este vínculo, ya indisoluble, entre la India y la vida y la poesía de Aguado es, sin duda, la lectura de su (pen)última entrega: 'Los 108 nombres de Dios', una antología en la que recoge fragmentos de algunos de sus libros e inéditos y poemas sueltos, en un paseo personal por «un país poético» cuya cultura barroca, heterogénea y abigarrada en realidad «no oscurece la mente, sino que la aclara: porque la expulsa del dualismo racionalista, porque la educa para una nueva sensibilidad», muy diferente por cierto a la de Occidente.
Una sensibilidad a un tiempo profundamente lírica y vibrantemente filosófica, que se resuelve en cada poema con un hallazgo, y en cada libro con un pequeño manual de cómo mirar la vida sacando de la vida lo que de verdad contiene en su turbia belleza. Pero sin hollar ni mancillar la tierra, sino ejerciendo sobre ella el menor peso posible. La pregunta permanente sobre todas las preguntas, en el intento de nombrar y volver a nombrar el mundo: «No sé nombrar el mundo porque el mundo / se esconde de las letras cazadoras, / del arpón o la bala, de la trampa / que es tener un sentido, del redil / de la interpretación y sus estacas, / del lento fragmento inteligente / tanta luz a cuchillo, tanto fuego». La búsqueda, entre todos sus nombres y apariencias posibles, del propio nombre del hombre. Es decir, del propio nombre de Dios: «No sé nombrar el mundo que me nombra, / no sé nombrar el mundo: ¿ese es mi nombre?». Una aventura espiritual que tiene en la poesía de Jesús Aguado su más firme guía.
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