El día que David Crosby nació, las tropas alemanas ocupaban la ciudad de Krivoy Rog, en Ucrania central. Había empezado ya la 'Operación Barbarroja'. Ian Kershaw cuenta, en su biografía de Hitler, que muchos generales alemanes se sentían optimistas; pensaban que la conquista de la ... URSS sería cosa fácil después de ver las penurias del Ejército Rojo en Finlandia. Hay una mecánica extraña en aquellos expansionismos, una elaborada autodestrucción. Es como si los invasores estuvieran preparando, día tras día, su cercano destino de invadidos. En el cuento de Borges 'Deutsches Requiem', el narrador es un nazi a punto de ser ejecutado por criminal de guerra. Al preguntarse por los motivos de su satisfacción, concluye que se debe a que el mundo se rige por la espada; esa Alemania ha contribuido a forjar ese orden. Y en esa forja estaban ocupados los nazis en agosto del 41.

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Al otro lado del mundo, la California desinhibida en la que nació David Crosby también anticipa la carrera del músico. Cuando Crosby habla de gaviotas que vuelan en círculo interminable en su canción 'Guinnevere' -tan onírica y remota, tan vagamente céltica y jazzística- está heredando una forma de vivir. Los paisajes que Crosby exploró cuando lo hizo -su breve amor con Joni Mitchell, sus días de Woodstock, su camaradería intermitente con Stills, Nash y Young- encajan en esa imagen suya a un tiempo tormentosa, sofisticada e indiferente. Que ahora estén extiguiéndose esos personajes causa una extraña perplejidad; el rock pareció en su día cosa de jóvenes invulnerables y mitológicos. Podía haber bluesmen viejos, pero el rock era otro asunto.

Ucrania, por su parte, heredó el destino de ser invadida; ahora hay tanques alemanes enviados a defenderla. La ley de la espada que el personaje de Borges preconiza se muestra en buena forma. El consenso que condena la maldad de una invasión, también- con excepciones extravagantes, pero también. Y el mundo cambia sin parar, y la música no se escapa a esos cambios. Música clásica es 'Paquito el Chocolatero', dice Torrente. ¿Tendrá razón? En los estruendos babilónicos de las redes, con asaltantes a la atención ajena más numerosos que los asaltados, la discreción es casi una forma (¿imperceptible?) de vanidad. Feliz febrero.

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