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La Mirada ·
A Juan Larrea y Gerardo Diego les unió Bilbao, la Universidad de Deusto, París y el rumor de la música, pero sobre todo les juntó de por vida la poesía y la amistadSecciones
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La Mirada ·
A Juan Larrea y Gerardo Diego les unió Bilbao, la Universidad de Deusto, París y el rumor de la música, pero sobre todo les juntó de por vida la poesía y la amistadA Juan Larrea y Gerardo Diego les unió Bilbao, la Universidad de Deusto, París y el rumor de la música, pero sobre todo les juntó de por vida la poesía y la amistad. Aunque ya conocíamos la esencia de ese binomio singular, la Fundación Gerardo Diego y la Residencia de Estudiantes nos ayudan ahora a completar las ramas del trayecto con la publicación del ‘Epistolario’ entre ambos testigos de la vanguardia. Una buena parte de estas cartas, las remitidas por Larrea, diálogos entre dos hombres de humanidad y tiemblo, se recogieron por Díaz de Guereñu y Cordero de Ciria en 1986, en ‘Cartas a Gerardo Diego’. Formaba parte aquel libro de un proceso editorial que llega hasta aquí, desde que en 1984, el propio Díaz de Guereñu convocó en San Sebastián y Bilbao las Jornadas Internacionales Juan Larrea, capitales para renovar la mirada sobre un poeta exiliado permanente y extrañado del mundo de los intereses intrascendentes. Larrea había vuelto al País Vasco en 1977, tras un largo exilio, para presentar su ensayo sobre el ‘Guernica’ de Picasso, pero regresó a América con la sensación de orfandad, pues en las pocas horas que recorrió el país encontró más ruido que poesía.
Son estas cartas diálogos de afecto, discusión sin distancias, miradas sobre la poesía y desde la poesía, contraste, entraña y vida. Ayudan a comprender la circunstancia en que escribieron su obra poética, pero son ante todo certificados de una conducta inquebrantable, que ni la ideología, ni una guerra de sangre lograron alterar. La correspondencia entre Diego y Larrea, Larrea y Diego, aparece así como una construcción emocional, cuyo nervio conductor es la poesía, retrato de un mundo que va de lo personal, amistoso e íntimo a lo trascedente y misterioso. Los editores, Díaz de Guereñu y José Luis Bernal, apuntan y acotan con precisión y conocimiento las vicisitudes, referencias y momentos de las misivas, situando en el tiempo el proceso. Cartas que a su vez conforman un tratado de historia de la cultura.
Entre 1916 y 1980, los amigos poetas, referencia de singular modernidad, se enviaron al menos de 414 cartas, cuyos originales se custodian en la Fundación Diego y en el archivo Larrea, en la Residencia de Estudiantes. Ambas instituciones han colaborado en otras ediciones, dentro del programa ‘Epístola’, dirigido por José-Carlos Mainer. Hubo más cartas entre ambos poetas, aunque no se conservan. Pero el conjunto que ahora puede conocer el lector, en el que se recorre, bien directamente, bien por referencias, el discurso literario de casi un siglo, aparece como una novela del tiempo, además de ser certificado de profundad amistad, cuando la amistad tenía ese nombre todavía.
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