Se despide del cine y de la vida protagonizando el suicidio asistido de Sol Roth en 'Cuando el destino nos alcance' (1973), de Richard Fleischer. Edward G. Robinson padece un cáncer terminal cuando rueda la película basada en la novela '¡Hagan sitio!, ¡hagan sitio! (1966), ... de Harry Harrison. Encarna a un viejo y nostálgico profesor, ayudante y amigo del detective Robert Thorn, que interpreta Charlton Heston. Sobreviven en un distópico Nueva York de 2022, contaminado, asfixiante, hipercontrolado, con cuarenta millones de habitantes y sin apenas recursos. Los alimentos frescos, el agua, la luz y los pisos de lujo son para las élites. Ellos viven en un claustrofóbico cuchitril y comen 'Soylent Green', «el alimento más energético», obtenido del plancton marino. Al escasear debido a su popularidad, se oferta a la población huir de la penuria con una muerte placentera en El Hogar con una ceremonia audiovisual al gusto del cliente. Es lo que elige Sol Roth al descubrir que el Soylent Green se fabrica con cadáveres humanos.
Nunca falta ni llega tarde al rodaje. Robinson tiene 79 años. Está casi sordo. Solo oye si le hablan directamente al oído. Sus diálogos se repiten varias veces para que asimile el ritmo y responda al interlocutor como si le escuchara. Cuando el director Fleischer grita «¡corten!», sigue actuando porque no se entera. Pero sus ojos centellean de emoción en la muerte de Sol Roth, mientras suenan la 'Patética' de Chaikovski, la 'Pastoral' de Beethoven y la 'Peer Gynt Suite' de Edvard Grieg. Y la añoranza de su mirada traspasa la pantalla al ver los paisajes del mundo que el hombre aniquiló: ríos, cascadas, océanos, arrecifes, aves, bosques, campos, montañas, ciervos, atardeceres… Aunque rueda esa escena sin música ni imágenes, que se añaden en producción.
Solo Charlton Heston conocía su enfermedad. Él entregó a su esposa el Oscar honorífico que la Academia le concedió en 1973
Triunfa con el gánster Cesare Bandello de 'Hampa dorada' (1931). Para entonces Emanuel Goldenberg (Bucarest,1893), que emigró con su familia a Nueva York huyendo del antisemitismo en Europa, se ha curtido en los escenarios de Broadway y se llama Edward G. Robinson. Se sube al carro del cine sonoro. Trabaja con Howard Hawks, Raoul Walsh, Fritz Lang, Billy Wilder, John Huston. En la década de 1950 es el mafioso estrella de la Warner, junto a James Cagney, Humphrey Bogart, George Raft y Paul Muni. El Comité de Actividades Antiamericanas le condena al ostracismo. Lo rescata Cecile B. DeMille para 'Los diez mandamientos' (1956). Superados los 60 años brilla con 'Millonario de ilusiones' (1959), de Frank Capra; 'Dos semanas en otra ciudad' (1962), de Vincente Minnelli; 'El gran combate' (1964), de John Ford; y 'El oro de Mackenna' (1969), de J. Lee Thompson.
Es culto, refinado, curioso. Renacentista. En la pantalla es un hombre duro; en la vida, afable y educado. Le gusta escuchar. Y conversar. El crac de 1929 le pilla a cubierto «porque tenía el dinero invertido en cuadros». Reúne una colección valorada en tres millones de dólares, con obras de Toulouse-Lautrec, Van Gogh, Picasso, Matisse, Modigliani, Renoir, Cézanne… Selecciona personalmente lo que compra. Desde su juventud es asiduo de galerías y museos, y se asesora con expertos. Lo esencial es la conexión entre el comprador y el artista, afirma en 'Todos mis ayeres', memorias escritas con Leonard Spigelgass. «¿Hay algo más importante?», plantea.
En 'Cuando el destino nos alcance', las empresas rechazan asegurarlo por su edad; y la Warner le rebaja el caché a dos pagos de 25.000 dólares, el segundo aplazado. No está para esperar, advierte. Es cierto. Ni siquiera hasta el estreno de la película, el 18 de abril de 1973. Muere el 26 de enero. Según Dick Van Patten, horas después de rodar la escena en que él le conduce al catafalco. Intimidado por su fama, cambia «por aquí, por favor, señor Roth» por «venga conmigo, señor Robinson», y se repite la toma.
Al día siguiente, Charlton Heston informa al equipo. Solo él conocía su enfermedad, calló por la admiración y el respeto que le tenía. «¿Sabes que me estoy cansando de ti?», le reprocha en la película. «Sí, pero me quieres», le replica Robinson. Ese cariño es mutuo y real. Heston le lleva a diario quesos y vinos de todo el mundo, porque sabe que es un sibarita. Y entrega a su esposa Gladys el Oscar Honorífico que le concede ese año la Academia. Ella lee su discurso póstumo. «No podría haber llegado en mejor momento», reconoce. «Nada es tan profundo como ahora». Agradece los colegas y amigos, «íntimos, cálidos, creativos y talentosos» que tiene. Y pregunta: «¿Puedes llegar a ser más rico en la vida?».
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