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Una criba entre festivales
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Perlas reúne los mejores títulos vistos en otros certámenes,entre ellos la última Palma de Oro en Cannes para Bong Joon-hoJOSU EGUREN
Sábado, 14 de septiembre 2019, 05:00
Lllega esa época del año en la que los cinéfilos tiran de calendario, mapa, reloj y plantillas para confeccionar el cronograma del Zinemaldi. ¿Cuántas películas puede ver un ser humano antes de colapsar? ¿Cuánto se tarda en llegar a la carrera desde la sala 2 del Kursaal hasta los Cines Príncipe? Son algunas preguntas que nadie inmune a esta enfermedad es capaz de entender, pero que afligen a los que hacen cola frente a la pantalla del ordenador rezando para que este año los servidores web que gestionan la taquilla del festival no envíen sus peticiones de entradas al limbo. Nada es seguro, salvo que entre las 19 perlas seleccionadas están, si no las mejores películas del año, sí al menos muchas de las que darán que hablar este próximo curso. De entre todas ellas seleccionamos seis títulos, a sabiendas de que se quedan fuera pesos pesados como Pablo Larraín y Steven Soderbergh, Oliver Laxe, Sydney Pollack e Hirokazu Koreeda.
La gran deseada, triunfadora incontestada de la última edición del Festival de Cannes donde el coreano Bong Joon-ho batió a rivales de la talla de los hermanos Dardenne, Pedro Almodóvar y Terrence Malick. 'Parásitos' es una seductora propuesta que lleva al límite los presupuestos del subgénero de invasiones domésticas con el afilado retrato de ida y vuelta de la alta burguesía infiltrada por una familia de buscavidas.
Humor negro, garrafones de vitriolo crítico, sexo, violencia y sorprendentes giros argumentales enmarcados por una elegante puesta en escena que reflexiona sobre el arte y el espacio cinematográficos sin que el director interfiera en el hundimiento de una mansión que se torna en brutal pesadilla.
Si Bong Joon-ho es la metáfora, Ken Loach es el martillo. Los protagonistas de 'Sorry We Missed You' existen en el mismo universo que Daniel Blake, viven a escasos metros de la barriada obrera en la que se fraguaba la tormentosa 'Ladybird, Ladybird' y sufren las mismas condiciones laborales de 'En un mundo libre'.
Un nuevo drama social firmado a dúo por el director de 'Kes' y su colaborador habitual, Paul Laverty, que vuelven a alzar la voz por los que no tienen voz a expensas de un estilo seco y directo, especialmente diseñado para ahuyentar a espectadores equidistantes o acríticos. Cine militante en el que repiquetea un mensaje político combativo que suena a réquiem por la clase media británica.
El Premio Nobel de Literatura J.M. Coetzee se adapta a sí mismo para poner 'Esperando a los bárbaros' al servicio de la primera película que Ciro Guerra rueda fuera de Colombia y en un idioma que no es el suyo. Guerra tiene bajo su mando el temperamento de dos estrellas –Robert Pattinson y Johnny Depp– pero no deja de pisar terreno conocido porque, como en 'El abrazo de la serpiente' y 'Pájaros de verano', aquí vuelve a articular una lectura crítica del imperialismo extrapolable a cualquier parte del mundo.
Pese a la asincronía entre el tiempo en el que se desarrolla la novela y nuestro presente político, resulta inevitable que la interpretaciones del cuarto largometraje del director colombiano incidan en ese muro de Adriano tras el cual se parapeta el magistrado de una pequeña ciudad colonial, a la vez que cuestiona los designios de un imperio al borde de la ruina.
Al estadounidense Robert Eggers se le esperaba con ganas en la sección oficial de Cannes tras las buenas críticas con la que fue recibido el tratado de brujería que desglosó en su ópera prima, también con cierto escepticismo, un recelo que fundamenta su origen en la dificultad de encasillar a un director sin filias especialmente reconocibles. Afortunadamente, 'El faro' confirma la orientación autoral de un cineasta que para el desarrollo de su segundo largometraje ha escogido el camino más difícil: ser fiel a sus señas de identidad sin proyectar sobre su trabajo la sombra del déjà vu.
Dos hombres obligados a convivir en el faro de una solitaria isla de Nueva Inglaterra –un pedazo de tierra azotada por los mismos vientos que hacían zozobrar el 'Pequod' de Herman Melville– se asoman al abismo de la locura durante cuatro semanas en las que Eggers pone a prueba los límites de su resistencia física enmarcando el relato en un formato peculiar –el 1,19:1– que acentúa la violencia psicológica de una historia donde se citan Edgar Allan Poe y el recuerdo de Innsmouth.
Con 'Retrato de una mujer en llamas' la francesa Céline Sciamma corona una trayectoria impecable que la sitúa ya entre los cineastas europeos más notables de su generación, y muy por delante de otros directores expertos en generar ruido mediático. De nuevo fiel a los temas clave de su corpus fílmico, Sciamma escenifica el cortejo entre una pintora y su modelo, una joven esquiva que evita ser retratada para impedir que su madre use el lienzo como anticipo de un matrimonio concertado con un caballero desconocido.
Lo que en principio se articula a modo de discreto juego amoroso en una casa solar de la Bretaña francesa a finales del siglo XVIII, antes de que se desate el deseo concupiscente que inflamará el tercio final de la película, deriva en una interesante inflexión de la mirada que se curva discretamente para capturar el universo de pequeños gestos y situaciones que envuelven y contextualizan la pasión de las protagonistas.
No solo está en discusión la (im)posibilidad de aprehender aquello que amamos a través del dibujo –la propia Sciamma trata de hacer lo propio con su pareja, la actriz Adèle Haenel–, en la otra parte del cuadro hay una mujer que se resiste a asumir su condición de musa.
La ironía quiso que el último largometraje del tándem formado por Olivier Nakache y Eric Toledano clausurase una edición de Cannes marcada por el debut en la sección oficial de Ladj Ly, activista y realizador del colectivo Kourtrajmé, con el que filmó un corto documental ('365 jours à Clichy-Montfermeil') sobre los violentos disturbios que se produjeron en los barrios periféricos de las capitales francesas tras la muerte de dos jóvenes musulmanes de origen africano que escapaban de la policía en 2005.
La ironía ha vuelto unir el último trabajo de los directores de 'Intocable' (un cuento de hadas sobre la integración de un joven exconvicto procedente de un barrio marginal) con este drama ambientado en la 'banlieue' parisina, donde a las tensiones raciales, la delincuencia, el abandono social y la pobreza extrema se le suma la presión que ejerce un dispositivo policial montado para desarticular las bandas organizadas que operan en un barrio donde el estado se percibe como algo lejano a la vida diaria.
Ladj Ly no puede escapar a la influencia de un estilo de representación que ficciones televisivas como 'Gomorra' han etiquetado como lugares comunes, pero la rabia que palpita bajo su mirada es poderosa y genuina.
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