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La cotidiana electricidad
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Solo han pasado 137 años desde que empezó a funcionar la primera central de generación, que atendió a 85 clientes y permitió encender 400 bombillasmauricio-josé schwarz
Viernes, 20 de septiembre 2019
Está uno tecleando en su ordenador, viendo la televisión, subiendo en un ascensor o caminando de noche en una calle bien iluminada cuando de pronto se interrumpe la alimentación eléctrica.
La confusión es profunda.
Generalmente una interrupción es asunto de minutos, salvo que haya ocurrido algún incidente de consideración, pero nos da una mínima idea de lo que puede significar quedar sin electricidad durante días, como sucede a las víctimas de un desastre natural. Y es que la electricidad parece algo tan fiable y olvidable como la luz del sol o el agua potable. Incluso, en estos tiempos, exigimos que nuestros transportes compartan su electricidad con tomas USB en las que podamos cargar nuestros teléfonos (que lo son todo ya menos teléfonos) y otros dispositivos.
Cuesta trabajo pensar que nadie, literalmente nadie en todo el mundo, tenía electricidad en sus casas antes del 4 de septiembre de 1882, cuando la estación de generación eléctrica de Pearl Street, en la isla de Manhattan en Nueva York, empezó a funcionar atendiendo a los 85 clientes pioneros del servicio eléctrico, con la impresionante potencia necesaria para encender 400 bombillas. Bombillas que Thomas Alva Edison, por cierto, apenas había patentado el 27 de junio de 1880.
La primera experiencia humana con la electricidad, sin que lo supiera, se dio con los relámpagos y truenos, cuya estremecedora potencia los convirtió en parte de todas las mitologías, desde los rayos que lanzaba un Zeus enfurecido hasta Dianmu, la madre de los rayos en China, que usaba sus espejos para dirigirlos, aunque el origen de los mismos era un misterio. Los egipcios también conocían la presencia de anguilas eléctricas, a las que llamaban 'el trueno del Nilo', y griegos y árabes descubrieron que si se frotaban el ámbar o el azabache, estos adquirían la curiosa propiedad de atraer objetos de poco peso y emitir tenues chispas, pero por supuesto no tenían idea de que esa característica estaba relacionada con los relámpagos.
Aún así, Plinio el Viejo anotó que las descargas de animales como la mantarraya torpedo podían transmitirse por conductores, y observó que se utilizaban como tratamiento para los dolores de cabeza.
La electricidad tuvo que esperar a la llegada de un personaje poco conocido, aunque sin él no habríamos tenido a Edison, Watt, Volta, Franklin y todos los demás que desarrollaron el conocimiento de la electricidad: William Gilbert (1544–1603).
Gilbert fue un verdadero pionero del método científico, rechazando la escolástica y la filosofía aristotélica e inclinándose por la experimentación en una época en la que esta práctica no tenía demasiado reconocimiento. Educado como médico, llegó a ser el principal responsable de la salud de Isabel I en los últimos años de su reinado y posteriormente de su hijo, llegando a ser presidente del Real Colegio de Médicos. Pero es más conocido por dedicar gran parte de su tiempo a experimentar con imanes. Reunió los resultados de su trabajo en un tratado sobre imanes y el «gran imán de la Tierra» que publicó en 1600, donde por primera vez se sugería que el planeta era magnético y no era la estrella polar la que atraía la aguja de la brújula hacia el norte. Fue también el primero en utilizar la palabra 'electricidad' derivándola del antiguo griego 'elektron', ámbar.
Pasaron todavía 20 años hasta que Francis Bacon publicó su libro 'Novum organum', que fundaba el moderno método científico y consagraba la experimentación como uno de sus pilares, un elemento básico para lo que vendría después, pues el camino abierto por William Gilbert inspiró a numerosos inventores europeos que fueron ampliando y desarrollando la comprensión de esa extraña fuerza.
Otto von Guericke creó en 1660 la primera máquina capaz de generar electricidad estática, antecesora de todos los generadores de hoy. En 1729, Stephen Gray descubrió los principios de la conducción de la electricidad, diferenciando entre materiales aislantes y conductores, y en 1733 Charles Francois Du Fay descubrió que la electricidad tiene dos expresiones, las que hoy conocemos como negativa y positiva. En 1745, el alemán Ewald Georg von Kleist y el holandés Pieter van Musschenbroek crean las 'jarras de Leyden', botellas capaces de almacenar una carga eléctrica de alto voltaje, una herramienta esencial para los investigadores subsecuentes. En 1752 Benjamin Franklin descubrió la conservación de la carga y confirmó que los relámpagos que asombraron a los antiguos eran potentes descargas eléctricas. El siglo concluyó con los trabajos de Luigi Galvani, que descubrió el concepto de voltaje y que en 1800 construyó la primera pila eléctrica.
Todos estos descubrimientos, junto con los desarrollos teóricos y matemáticos que explicaban cada uno de ellos, dieron origen a las primeras aplicaciones prácticas de esta energía cuando en 1816 el británico Francis Ronalds inventó el primer telégrafo eléctrico. Con su difusión y el desarrollo del código Morse en 1844, a cargo precisamente del estadounidense Samuel Morse, comenzaba la era de la electricidad ya no para la ciencia y la experimentación, sino para cambiar radicalmente la vida de cada vez más seres humanos.
Así, en 1856 se instalaba el primer faro totalmente eléctrico en el norte de Inglaterra, dotado de su propio generador, y seguirían los inventos del micrófono, el generador y motor de corriente directa, el teléfono de Alexander Graham Bell en 1876, la primera experiencia de iluminación pública eléctrica en París en 1877 y, ese mismo año, la invención del fonógrafo de Edison. En 1901 aparecería, de la mano de Alva John Fischer, una de las máquinas ahorradoras de trabajo doméstico que cambiaría la vida principalmente de las mujeres: la lavadora de ropa eléctrica.
Todas y cada una de estas innovaciones, y la industria generada a su alrededor, fueron dándole forma a un mundo en el que, hoy, casi el 90% de los seres humanos cuentan con electricidad y todos los aparatos, máquinas y sistemas que dependen de ella, ya sea para el entretenimiento, el cuidado de la salud, el trabajo, las comunicaciones y todas las actividades humanas. Quizás es la electricidad y su omnipresencia lo que más ajeno encontraría en nuestra sociedad un viajero que proviniera del pasado oscuro previo a 1882.
La idea de que había una estrecha relación entre el magnetismo y la electricidad no fue confirmada hasta 1864, cuando el escocés James Clerk Maxwell presentó su teoría de que, más que estar relacionadas, ambas fuerzas eran expresión de una misma, el electromagnetismo, que explicó matemáticamente en 1873 con las leyes que llevan su nombre. Como muchos científicos de su época, Maxwell no se limitó a la física, sino que estudió los mecanismos de la visión a colores y la dinámica de gases, entre otros temas.
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