La casa definitiva de la poesía de Irazoki
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'Los descalzos' reúne su obra desde 1976 e incluye como novedad 'Música incinerada', el cierre de un gran ciclo vital y poéticoCarlos Aganzo
Sábado, 23 de marzo 2024, 00:08
Desde que se inauguró en 1976, con 'Árgoma', la poesía de Francisco Javier Irazoki (Lesaka, 1954) ha sido como un río intermitente, pero constante. Un río en el que se alternan las aguas tumultuosas y los remansos de una paz nunca exenta de tensión. Y ... sobre todo los meandros, en los que el agua del presente se enfrenta cara a cara con el agua del pasado, a veces incluso con la del futuro, constituyendo esa fe de vida que, de una manera o de otra, es siempre la poesía, como decía el gran José Hierro.
Una fe de vida en la que la poesía, desde los tiempos más tempranos de su existencia, ha acompañado el devenir vital de Irazoki, miembro de aquel grupo encendido CLOC que buscaba, en San Sebastián, la «tercera revolución surrealista», y también conocido y reconocido periodista musical en el Madrid de la Movida y más allá. Un musicólogo y poeta que al final se quedó a vivir en Francia, donde fue a estudiar Armonía y Composición e Historia de la Música desde el año 1993, si bien con los puentes permanentemente tendidos hacia España. Un año antes, en 1992, la Universidad del País Vasco publicó la que hasta entonces era su poesía completa, formada, además de por 'Árgoma', por los poemarios 'Desiertos para Hades' (1988) y 'La miniatura infinita' (1990). Más tarde, tras un paréntesis de más de diez años, irían apareciendo nuevos títulos, alternando, como es característico en la obra de Irazoki, «poemas en prosa» y «poemas en verso»: 'Notas en el camino' (2002) 'Los hombres intermitentes' (2006), 'Retrato de un hilo' (2013), 'Orquesta de desaparecidos' (2015), 'El contador de gotas' (2019) y 'Oración laica', edición para coleccionistas publicada junto al artista plástico abulense Ángel Sardina.
Dejando al margen las antologías propias y las colectivas, el décimo libro exento de Francisco Javier Irazoki lleva por título 'Música incinerada' y se incluye como novedad en la edición de su poesía completa (1976-2023), que reúne Hiperión bajo el título de 'Los descalzos'. Un libro en el que «la emoción y el disfrute están garantizados», en palabras del prologuista, Fernando Aramburu, compañero de aventuras en CLOC (junto a Álvaro Bermejo y José Félix del Hoyo) y autor de 'Sinfonía corporal', su propia poesía reunida hasta 2023, de cuya edición precisamente ha sido responsable Irazoki. Y un libro, de nuevo según Aramburu, que constituye la «casa definitiva» de la poesía del escritor navarro. Una casa construida sobre tres centenares de poemas a lo largo de una vida en permanente pulsión creativa.
En 'Música incinerada', que, efectivamente, tiene ese carácter de cierre de un gran ciclo vital y poético, quizás con los ojos ya puestos en una nueva etapa diferente de la existencia, Irazoki elige la memoria para dar continuidad, en realidad para desarrollar en profundidad el poema del mismo título que escribió en una de sus obras más personales, 'Orquesta de desaparecidos'. Memoria fundamentalmente articulada alrededor de sus recuerdos de infancia y juventud en Lesaka, y de sus vivencias y experiencias en París. El París de la pequeña bohemia contemporánea, con sus músicos diurnos y nocturnos, sus blues de piedra, sus brasas musicales y sus personajes de leyenda, como ese músico voluntariamente sin nombre con cuya evocación se abre el libro. Un personaje cien por cien de París para quien el anonimato «formaba parte de su concepción de la belleza», y que tocaba en las terrazas de la ciudad utilizando cada vez el atavío y los instrumentos adecuados a su estado de humor.
Música incinerada, quizá, pero permanente en el oído del que lee y escucha los poemas en prosa y en verso de Irazoki, que una vez más, como en todas sus obras anteriores, además del sentido musical, fundamental para comprender su poesía y su vida, se centra sobre todo en la especial capacidad del poeta para captar visiones y conceptos. En el fondo, la labor de un incansable «coleccionista de asombros», como él mismo dice en uno de sus versos, que busca cada día los «minúsculos prodigios» que suceden a su alrededor. Acontecimientos mínimos, tal vez, pero cargados de un inmenso significado. El significado de esa «construcción moral del hombre» que late en el fondo ético, más allá del estético, de la obra poética de Irazoki.
Un ancho concepto de lo poético donde, ante todo y sobre todo, lo que se muestra es una rara y conmovedora interpretación de la belleza. Una belleza construida «con las treguas del dolor» y tejida «con los huesos de la música», que en este libro, más que en ningún otro, se asoma, sobre todo en los versos finales, a una nueva realidad que va más allá de lo vivido y se pregunta sobre lo por vivir. Una belleza levantada sobre «el esqueleto del júbilo», sin duda, pero cosida también «con los hilos rotos de una mortaja». Ese diálogo permanente en la obra de Irazoki entre lo que está y lo que no está, porque fue o porque todavía no ha sido, como en los meandros del río de la poesía. Una pregunta que nadie responde. O que se responde en todos y cada uno de los poemas de este libro de libros.
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