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Guillermo Gómez Muñoz
Viernes, 29 de marzo 2024, 16:25
La Semana Santa se anuncia a ritmo de tambor, toque de corneta, y paso solemne de recién estrenada primavera. Avergonzados por su majestuosidad, los árboles ... desnudos lucen sus primeras hojas. Entre vida que brota y procesiones de Viernes Santo que anuncian su final, caminan los nazarenos acribillando el cielo con sus afilados capirotes.
El capirote, ese «cucurucho de cartón cubierto de tela que usan los penitentes en las procesiones» (RAE), es un derivado de 'capa'. Esta palabra se origina a partir del latino 'cappa', de origen desconocido e introducción tardía en la lengua de Roma. Los primeros testimonios se hallan en el s. VI y el término alude, en principio, a una pieza de tela que cubre la cabeza. El derivado 'capirote' se encuentra por primera vez en castellano en el s. XIV y procede del gascón 'capirot', que alude a un capucho. No obstante, en los romances peninsulares, este término convivió con otros como 'caperote', 'caperot', 'capirón' o 'caperón', relacionado este último con el francés 'chaperon' (caperuza o capirote).
Desde las aceras, el paso de los nazarenos se observa desde el fervor religioso, la indiferencia folklórica o el pavor del turista estadounidense que se cree inmerso en una distopía supremacista. Yo me quedo con la mirada infantil de esa niña que, mientras los señalaba, tan solo decía «cucurucho, susto».
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