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Detalle de una obra de la pintora Lita Cabellut.
La canción, un arma para la igualdad de género

La canción, un arma para la igualdad de género

Las raperas vascas consolidan su presencia cuando se cumplen 60 años del primer álbum con canciones feministas

JOSEBA MARTÍN

Sábado, 3 de marzo 2018

Con la vista puesta en el Paro Internacional de Mujeres del próximo jueves, 8 de marzo, las emisoras preparan canciones de índole feminista, de ‘Ella’, de Bebe, a ‘María se bebe las calles’, de Pasión Vega, pasando por Malú, Rosana, Julieta Venegas, María Jiménez, Mari Trini, Alaska, Ana Belén, Mecano, Tahúres Zurdos o Maixa ta Ixiar. Pero esta fórmula no es nueva: el catálogo ‘Suffragist Sheet Music’ (2002), con partituras de canciones que reclamaban la igualdad y el voto femenino, se inicia con una publicación de 1795. Ya en el siglo XX los cánticos se multiplicaron: bastaba con cambiar la letra a canciones populares, himnos de iglesia y marchas militares.

La llegada del blues supuso una revolución, liderada por artistas negras. La activista e investigadora Angela Davis lo cuenta en ‘Blues legacies and black feminism’ (1999), donde analiza las canciones de ‘Ma’ Rainey, Bessie Smith y Billie Holiday; cuestiones como la libertad sexual, el lesbianismo, el abandono emocional o la salida de un matrimonio tóxico aparecen en ‘Cell bound blues’, ‘Sam Jones blues’, ‘You let me down’, ‘Barrel house blues’ o ‘Prove it on me blues’. Llegó después el folk: en 1958 Elizabeth Knight publicaba ‘Songs of the suffragettes’ (Folkways), con 16 canciones sufragistas de principios de siglo. El voto femenino no fue simultáneo y su conquista resultó especialmente violenta en Reino Unido, donde ahora celebran su centenario; en España habría que esperar a 1931 y en Francia e Italia a que acabara la Segunda Guerra Mundial. Del folk tardío es ‘I’m gonna be an engineer’, compuesta por Peggy Seeger en 1970, toda una declaración laboral de intenciones.

También el country, abrumadoramente masculino, tuvo agitación. Dolly Parton reclamaba la igualdad sexual en ‘Just because I’m a woman’ (1968), Jeannie C. Riley denunciaba la hipocresía social sobre las buenas costumbres femeninas en ‘Harper Valley, P.T.A.’ (1968), Wanda Jackson anunciaba su intención de responder al maltrato con su sartén de hierro en ‘My big iron skillet’ (1969) y Loretta Lynn denunciaba el estigma de la mujer divorciada en ‘Rated X’ (1972) y proclamaba la libertad que suponía la píldora anticonceptiva en ‘The pill’ (1975). Además, Hazel Dickens y Alice Gerrard denunciaban la hipocresía de quienes acudían a los prostíbulos en ‘Don’t put her down (you helped put her there)’ (1973).

En Bilbao reinan La Basu, Aneguria, Mad Muasel y Ni Nago

La década de los 90 trajo dos movimientos paralelos: el ‘riot grrrl’, nacido en el ambiente universitario de Olympia, cerca de Seattle, en torno al rock alternativo (Bikini Kill, L7, Sleater Kinney, Babes in Toyland, Bratmobile…), y el nuevo country. En Nashville muchas artistas cogieron la ola: la figura del maltratador aparece a menudo, y en ocasiones con un final violento: en ‘Goodbye Earl’ (Dixie Chicks, 1999) y en ‘Church bells’ (Carrie Underwood, 2015) lo envenenan; en ‘Independence day’ le queman la casa (Martina McBride); en ‘Gunpowder and lead’ (Miranda Lambert, 2007) la mujer espera con una escopeta al marido, recién salido de prisión. En ocasiones el hombre aparece como un palurdo, al que solo le interesa ver partidos y tomar una cerveza tras otra, como en ‘Guys do it all the time’ (2003) de Mindy McCready, en ‘She went out for cigarettes’ (1999) de Chely Wright, o en la irónica ‘¿Me depilé para esto?’ (1995) de Deana Carter. Abundan las canciones que animan a las chicas a seguir su camino, a dejar atrás un matrimonio fallido, a decir ‘no’ de manera rotunda (Lorrie Morgan, ‘What part of no’, 1992) y a denunciar los abusos sexuales sufridos en la infancia (Iris DeMent, ‘Letter to Mom’, 1996). Y las debutantes Maddie & Tae arremetían contra los estereotipos femeninos del ‘bro-country’, subgénero machista de ventas millonarias, en ‘Girl in a country song’ (2014).

Muchas canciones animan a las chicas a seguir su camino, a decir ‘no’ de manera rotunda

Hip hop vasco

Desde hace unos años, el rap de mujeres conoce un pequeño boom en Euskadi, en sintonía con la escena internacional: el disco colectivo ‘Femcees, Flow Feminista’ (2014) dio visibilidad a las voces de Latinoamérica, y también a la escena vasca, con La Furia o La Omega. Bilbao y San Sebastián son ahora el epicentro del rap hecho por mujeres en Euskadi. En la capital vizcaína reinan La Basu, Aneguria, Mad Muasel y Ni Nago, junto a voces que llegan desde Durango (Madame La Dama), Barakaldo (Laize, Ziztada) o Bermeo (Herbalist Faian). En Donostia están La Furia, Mai Beloki y Fani (de Nizuri Tazuneri) y en Irún Natsu Monk. En Vitoria se mantiene La Omega y en Pamplona, La Chula Potra y Zirze.

La más veterana es La Chula Potra (Julia Itoiz, Pamplona, 1970), muy popular en su barrio, La Rotxapea, a raíz de la canción ‘La bofetada’, dedicada a la entonces alcaldesa de Pamplona, Yolanda Barcina. El caso llegó a los tribunales; la rapera navarra recuerda: «Me salvó mi abogado, Pepe Uruñuela, con su saber hacer». El de Julia es un caso atípico: «Empecé en el punk a los 17 y en el hip hop a los 32. Tengo tres hijos y a veces escribo mi opinión feminista sobre la maternidad porque no me veo representada en el discurso oficial». Reconoce que es una mujer que hace «política anarquista con el rap, lo que me hace automáticamente feminista». En cuanto al episodio judicial, afirma que «casos como el de La Manada no me inspiran, me dan asco. Podría escribir una canción sobre mi asco, pero no, ni siquiera me inspiran esos imbéciles».

La Basu (Elena Caballero, Bilbao, 1983), impulsó en 1999 Jungla Urbana, colectivo de rap integrado por mujeres: «Creé un grupo solo de mujeres porque me apetecía y lo necesitaba; no me sentía muy respaldada por los hombres que nos rodeaban. Nuestras letras no eran feministas, hablábamos de cosas que nos pasaban, del barrio… Entonces ni siquiera sabía lo que era el feminismo, yo solo quería hacer rap». Desde 2013 comparte con Aneguria el proyecto Eskina Femenina, con encuentros de apoyo a mujeres, talleres de escritura y eventos de hip hop El proyecto sigue viento en popa: «En diciembre hicimos la tercera edición del Bazter Fest en Bilborock y fue todo un éxito». La Basu cuenta con dos discos, ‘Aire es vida’ (2015) y ‘Ni naiz izotz erregina’ (2017); reconoce que si tuviera que buscar colaboradoras en euskera, «sería muy complicado, porque somos muy pocas».

Aneguria (Ane San Miguel, Bilbao, 1984) llegó al hip hop «por accidente». Cree que una mujer es feminista «cuando cuestiona y trabaja para cambiar las desigualdades relacionadas con su rol de mujer» y que una rapera puede serlo «sin utilizar necesariamente las palabras del currículum feminista, de manera no explícita». Aneguria considera el rap «muy autorreferencial; sirve de reflejo de la sociedad y de lo que sucede a diario. En algunos casos es muy machista, como en la realidad que vivimos, y se merece un análisis. Creo que el artista tendría que ser consciente de que la palabra es una herramienta y que, como cantante, tiene una responsabilidad social». Con su disco ‘Horchata de chufa’ recién publicado, se reconoce como mujer y asume todos los problemas que sufren: «Mis letras hablan de lo cotidiano y de todo lo que pasa en el día a día. Mis letras reflejan una realidad entre varias».

Mucha difusión

La Omega (Saioa García, Vitoria, 1987) está prácticamente sola en el territorio alavés: «Siempre ha habido buenos grupos de rap, como Kódigo Norte o Indarrap; cuando empecé estaba Madame Lírika. Otras lo intentaron, pero lo dejaron. Creo que soy la única que sigue en la brecha». Tras comenzar a los 16 años con casetes TDK, sus maquetas empezaron a ser más elaboradas a partir de 2009, con mucha difusión en la península. Quizá por eso fue llamada a participar en el disco colectivo ‘Femcees Flow Feminista’: «Junto a mi ex dj, Dj Rubi Real, pateamos carreteras como nunca, lo queríamos todo. Fue un subidón muy grande, verme junto a aquellas artistas latinoamericanas fue un sueño cumplido». Dentro del hip hop, los artistas que más venden, los protagonistas de los grandes festivales o de las Peleas de Gallos son, salvo alguna excepción, hombres. La Omega recuerda que «en los talleres de rap que imparto a menores, las chicas tienen mayor facilidad para escribir, para rimar, nos sale más fácil, más fluido». El reto es convencerlas de que «sí se puede».

Latinoamérica, un hervidero de raperas

Latinoamérica es, ahora mismo, un hervidero de raperas; cantan contra la violencia de género, la desigualdad o el racismo. Las redes sociales, los portales de vídeo, el streaming y los festivales han eliminado las fronteras: mismo idioma, mismos objetivos. En Argentina encontramos a Miss Bolivia, Nathy Peluso y Sara Hebe, en México a Mare Advertencia Lirika y Jezzy P, en Chile a Ana Tijoux y a Belona Mc, en Guatemala a Rebeca Lane, en Ecuador están Caye Cayejera y Rima Roja en Venus, en Cuba Krudas Cubensi (que viven en Austin) y Danáy Suárez, en Venezuela Anarkía Ruiz y Gabylonia, en Colombia Diana Avella, Spektra de la Rima y Midras Queen, en Puerto Rico, Audri Nix, en Uruguay, Eli Almic, en Perú destacan Las Damas, HDU (Hermanas del Underground) y Sky Sapiens y en Nicaragua Gaby Baca. Esta es, al menos, la ‘short list’. Las mujeres han llegado y no quieren volver a irse.

La Furia (Nerea Lorón, Cascante, 1983) no sintoniza con el concepto de ‘rap femenino’, y admite que está «un poco cansada de que a las mujeres se nos ubique siempre en subcategorías». Y va más allá: «La mía es una feminidad subversiva, la voy redefiniendo cada día, porque soy feminista, eso sí soy. Soy una mujer, como posición política, y hago rap. Mi rap es feminista, no como meta sino como necesidad vital». Lo mejor de participar en el disco ‘Femcees Flow Feminista’ fue «cantar en Madrid con otras compañeras y ver la sala llena», con la pena de que no estuvieran las artistas de Latinoamérica. Pero La Furia no para: ha participado en ‘Call me Femcee’ y, si todo va bien, estará en París en septiembre. Lleva cuatro años ofreciendo talleres para «generar espacios de debate y crecimiento a través del feminismo y el rap, es una manera maravillosa de hacerlo». Su nuevo CD, ‘Vendaval’, incluye ‘Necesito rap’; lo considera «una herramienta para ayudar a sanar mis heridas y conectarme con mis sentires más profundos; el hip hop es una filosofía vital que busca la transformación social, la paz, el respeto y la unidad dentro de la cultura».

La donostiarra Mai Beloki (1986) comenzó en el rap a los 15 años, tras estudiar piano clásico, y afirma que ser rapera no supone, necesariamente, cantar desde un punto de vista feminista, «implica recitar lo que tu corazón te marque, desde tu esencia». Califica la situación en Gipuzkoa de «floja», pero va mejorando poco a poco. Su canción más conocida, ‘Caperucita Roja’, surgió de una situación personal: «Mi lobo interior quiso liberarse en esa canción de las relaciones emocionales tóxicas. No era la primera vez que me llamaban Caperucita por mi físico y por llevar a menudo la capucha puesta; me vino esa historia a la cabeza y convertí el original en el cuento del lobo cazado». De la grabación del vídeo, realizada de noche, recuerda que se presentaron guardias municipales porque los vecinos, al ver las luces, pensaban que eran ladrones.

A La Omega, educadora social, le gustan Krudas Cubensi y Gata Cattana, favorita personal de La Chula Potra, quien pone en lo más alto a la Mala Rodríguez, así como a Nathy Peluso, Aneguria, La Basu, su comadre Zirze y Nicki Minaj, «de la que no me asusta su rollo hipersexualizado». La Basu tiene una extensa lista: Keny Arkana, Shadia Mansour, Lauryn Hill, Ana Tijoux, Diam’s, Wöyza, Zeidah, La Ziega, Mai (La Revenge)... Aneguria destaca a Anita Tijoux y los colectivos Fememc o Famtastic y sueña con ver en directo a Elliphant, Yarah Bravo o IAMDDB. La Furia disfruta con Princess Nokia, Nathy Peluso, Pupil·les, KT Gorique, Rebeca Lane, Anita Tijoux o Keny Arkana, y Mai Beloki sigue de cerca a las raperas latinoamericanas y a las francesas, así como a las de Barcelona.

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