Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
El cuadro se titula 'Caminante frente a un mar de nubes', y cuelga de una de las paredes de cierto museo de Hamburgo. El fondo consiste en un burbujeo de ondas pardas y grises, entre las cuales se eleva la punta ocasional de algún risco: ... el subconsciente, dice la opinión más extendida, el caldo final de que se componen los espantos y las esperanzas de todos. Enfrente, de espaldas al espectador, está el caminante, o su sombra: la silueta de un redingote, una coronilla, un bastón en diagonal que se asoman sobre el abismo, siempre a punto de precipitarse en él, siempre en busca de un apoyo más sólido sobre la cresta de roca que los sostiene. Sobre esa silueta existe una leyenda: que el pintor que la trazó no dominaba las proporciones del cuerpo humano, y que por ello eligió plasmarlo en escorzo, a contraluz, deformado por el resplandor alucinado del océano de abajo.
Durante años, la pintura obsesionó a un filósofo que terminaría por volverse loco y que, mesándose las guías del bigote, paseaba una y otra vez frente al mar de niebla, también los domingos. Este filósofo tenía la manía, entre otras, de emprender inmensas caminatas que le conducían a cumbres parecidas a la de la silueta del cuadro, y allí, como ella, se asustaba y complacía en contemplar la garganta llena de cosas que se abría bajo sus pies. Tiempo más tarde, llegaría a escribir un libro que se llamaría 'El caminante y su sombra', y a acuñar una frase que muchos repiten sin saber de dónde salió: el peligro de asomarse al abismo es que el abismo puede devolverte la mirada. El filósofo, ya lo he dicho, tenía un bigote en forma de cepillo y dos ojos como ampollas clavados debajo de la frente pensativa. Se sentaba en la banca del fondo de la sala y se allí se quedaba, observando la escena, horas enteras, hasta que el bedel comenzaba a bostezar y el gas se atenuaba en las lámparas. Después de que el extraño visitante se marchara hasta la tarde siguiente, el mismo bedel se aproximaba intrigado a la pintura en busca de una pista. Fue así como descubrió que la figura principal no estaba de espaldas, ni era una sombra, ni miraba a las profundidades. Pero como nadie aparte de él lo sabe, dejaremos que abandone el museo ese anochecer y que trate de digerir lo que vio durante los años de vida, no muchos, que le quedan.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.