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JUAN MANUEL DÍAZ DE GUEREÑU
Sábado, 17 de febrero 2018
Pólvora mojada’ nace de la conjunción de los talentos del novelista y músico Konrad Lorenz (Hamburgo, 1942) y la ilustradora e historietista Isabel Kreitz (Hamburgo, 1967). Lorenz (a quien no se debe confundir con el etólogo del mismo nombre) escribió la novela autobiográfica ‘Rohrkrepierer’, en ... la que narra sus experiencias de infancia y adolescencia en el Hamburgo de los años cincuenta. Isabel Kreitz la ha adaptado al lenguaje de las viñetas. La novela no está traducida; publica el cómic en español Ediciones La Cúpula.
Kreitz, aunque también ha ilustrado libros para niños y firmado historietas infantiles y humorísticas, es conocida en el ámbito del cómic sobre todo por obras que han contado historias ocurridas en un pasado reciente. Es autora de ‘El caso Sorge’ y ‘Haarmann’, cuyas ediciones originales datan de 2008 y 2014, respectivamente, y que han conocido edición en castellano. En la primera narró las andanzas del espía de Stalin en el Tokio de 1941; en la segunda, las del siniestro asesino apodado el Carnicero de Hannover en el periodo de entreguerras.
Ambas historias, si bien muy diferentes una de otra y del título que nos ocupa, tienen en común con éste el carácter de relatos de época. El desarrollo eficaz de cualquiera de ellos requiere la representación visual acertada de ambientes, personas y cosas, en todos los cuales se percibe la impronta de su tiempo, con sus modos de vida y sus costumbres, sus cachivaches y sus rincones característicos.
Dibujar un relato de época exige documentarse para conocer al detalle y ser capaz de plasmar el aspecto que tuvieron las realidades de entonces; y seguramente induce a esa tarea cierto aprecio estético, que quizá se alimenta también de nostalgias. Isabel Kreitz ha desarrollado como historietista un estilo particularmente adecuado para ese tipo de relato, con un dibujo que, a fuerza de matizar los grises mediante lápices y aguadas, consigue un aire de vieja fotografía en blanco y negro, y con un modo de narrar conciso y directo, que evoca los modos de la novela realista.
En ‘Pólvora mojada’, Kreitz parece haber encontrado un relato singularmente idóneo para desplegar su particular talento narrativo. La historia de Konrad Lorenz, su paisano, se desarrolla en el Hamburgo natal de ambos y en un periodo, el de la inmediata posguerra, en que el peso del desastre reciente condicionaba aún la existencia cotidiana. Lorenz pertenece a la generación de quienes crecieron entre las ruinas y en esta historia recuerda cómo era ser niño y adolescente en aquellos días. Y aunque suena a paradoja, Kreitz, que pertenece a otra generación posterior, muestra con su lacónica adaptación de tal autobiografía el hilo emocional que la liga al pasado de su ciudad y a quienes lo vivieron.
Las casi trescientas páginas de ‘Pólvora mojada’ se distribuyen en dos partes, que narran escenas de la niñez y de la adolescencia del protagonista. Ninguna voz narrativa guía al lector en cada una de dichas partes ni tampoco en el tránsito entre ellas. Kreitz se limita a representar las acciones y los diálogos de un poblado elenco de personajes, que viven ante el lector escenas que no están ligadas por un hilo argumental, sino que se suceden con la apariencia azarosa de los episodios vividos.
El protagonista, Kalle, convive con otros niños de su edad en las calles del barrio de St. Pauli, y con su hermana, su madre y su abuela Bertha en la vivienda familiar. Sus correrías callejeras son las propias de los niños que crecen en la relativa falta de coerciones de las sociedades heridas por la guerra. En la primera escena del libro, curiosea con un amigo la actividad de las prostitutas, que ejercen su oficio en viejas camionetas aparcadas en los muelles. En otra posterior, Kalle casi se descalabra al caer desde un primer piso mientras juega en las ruinas. Entre medias, su amiguito Uwe sufre las iras de su padre lisiado, El Muletas.
Lorenz y Kreitz cuentan, con la secuencia casual de la memoria, cómo crecen Kalle y sus amigos en las calles de una ciudad en que aún son visibles las cicatrices causadas por los bombardeos y en el seno de familias en las que las heridas recientes están todavía abiertas. El padre de Kalle, dado por muerto largo tiempo, reaparece un día y fuerza, con su presencia, una reordenación de la convivencia familiar, que nunca prospera. Lo que fue ausencia forzada del prisionero de guerra se torna lejanía buscada: el padre se embarca como marinero porque no soporta la vida en ese hogar maltrecho.
En la primera parte de la obra, el protagonismo colectivo de la cuadrilla infantil domina las escenas callejeras. Kalle, Uwe, Fiete y los demás forman un organismo plural e indistinto, en el que importan menos los rasgos individuales que el comportamiento del grupo, movido por curiosidades, fantaseos y descaros fugaces. Los niños del barrio son en ‘Pólvora mojada’ una desconcertante y conmovedora mixtura de ingenuidades y picardías. El protagonismo individual de Kalle es más neto en la segunda parte, que da cuenta de su primer enamoramiento y de sus tropezones de adolescente con gentes y realidades.
El retrato de los ambientes familiares no es menos descarnado que el de la vida callejera. Bajo la tutela benevolente de la abuela, Kalle, su madre y su hermana, a quienes se suma su padre después, protagonizan disputas y desencuentros que apenas dejan lugar a muestra alguna de cariño. Una muerte en la familia conduce el relato a un balance desolador de resentimientos y pesares, del que Kalle se aleja embarcando, como hizo su padre.
Los lápices de Isabel Kreitz conducen con trazo seguro una historia en que la incierta maduración del protagonista desde su niñez pesa menos que el bullir afanoso de quienes lo rodean en callejas, pisos y tabernas de su barrio. Retrato de época y memoria colectiva se entrelazan y confunden con los recuerdos personales en una rememoración cruda, implacable y conmovida del transcurrir de aquellos días entre las gentes de Hamburgo.
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