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«Las sometía a su sexualidad animal, las domesticaba, las hechizaba, las devoraba y las aplastaba en sus lienzos. Después de pasar muchas noches extrayendo su esencia, una vez desangradas, se deshacía de ellas», afirma Marina Picasso, nieta del pintor, en sus memorias. Narcisista y ... misógino, el malagueño convertía en musas a las mujeres de su vida y, a menudo, cuando se cansaba de ellas, las deformaba en sus cuadros, y las hería profundamente.
Su biografía sentimental es una crónica oscura y retorcida. Su primera esposa fue Olga Khokhlova, una bailarina rusa que conoció en Roma. Se casaron en la Primera Guerra Mundial y tras el nacimiento de su hijo Paulo, comenzaron las infidelidades de Picasso y, al parecer, el maltrato. Cuando tenía 45 años, inició un romance con Marie-Thérèse Walter, de 17. En el libro 'Picasso: creador y destructor', su autora, Arianna Huffington, asegura que el pintor quemaba con cigarrillos a Marie-Thérèse -quien acabaría suicidándose-, y en un capítulo singularmente turbio, la hospedó durante unas vacaciones en un campamento para niñas para romper el tabú de estar con una menor. Tuvo una hija con esta mujer, a pesar de seguir casado con Khokhlova, pero al poco de nacer la niña, Maya, inició una relación con la artista francesa Dora Maar, a quien debemos la documentación gráfica de la realización del 'Guernica'.
«Cada vez que Picasso cambiaba de mujer, todo cambiaba. Se trasladaba a otra casa, cambiaba de amigos, de perro y, por supuesto, de estilo», dijo Maar. Cuando Picasso la rechazó, ingresó en un psiquiátrico. El malagueño, que contaba ya con 62 años, había conocido a otra artista, François Gilot, de 21. Tuvieron dos hijos. Gilot fue la única capaz de abandonar a Picasso. «Soy -cuenta en uno de sus libros- la única mujer que no se sacrificó al monstruo sagrado (…) y está viva para contarlo». «Era una persona maravillosa para estar con él -añade-, era como fuegos de artificio. Asombrosamente creativo, tan inteligente y seductor. Si estaba de humor para fascinar, era capaz de hechizar hasta a las piedras, pero también era muy cruel, sádico y despiadado con los demás y consigo mismo (…). Fue el amor más grande de mi vida, pero había que tomar medidas para protegerse». Su última musa y segunda esposa fue Jacqueline Roque. La conoció en 1953. Se suicidó en 1986, años después de la muerte de Picasso.
Por supuesto, en la vida del malagueño, que empalmaba unas relaciones con otras, hubo muchas otras mujeres. A todas las consideraba, de alguna manera, suyas. Paula Izquierdo, autora del libro 'Picasso y las mujeres', cuenta que en una ocasión en la que Dora Maar cenaba con su nueva pareja, Picasso hizo una escena de celos porque decía que ese hombre no podía tener trato «con una mujer que llevaba su propia marca».
«Todas esas mujeres no están posando como una simple modelo aburrida. Están atrapadas en la trampa de esos sillones como pájaros encerrados en una jaula. Yo mismo las he aprisionado en esta ausencia de gesto». Es una frase que aparece en la biografía de Picasso que escribió Gilot, y que induce a pensar que el propio Picasso fue una trampa, a veces mortal, para las mujeres.
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