Cabezas bien tocadas
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El Musée des Confluences de Lyon muestra la generosa donación de Antoine de Galbert de ornamentos y sombreros llegados de todos los rincones del mundoABRAHAM DE AMÉZAGA
Viernes, 20 de diciembre 2019
Aquienes no lo conozcan, que puede que sean legión, es preciso señalar que Antoine de Galbert (1955) es un galerista y coleccionista de arte francés; alma inquieta que estuviera detrás de La Maison Rouge, alternativo espacio expositivo abierto en París entre 2004 y 2018. Entre ... los tesoros de Galbert, se encontraba hasta hace pocos meses su preciada colección de objetos para la cabeza. Es decir, de ornamentos que, al contemplarlos, vendría a tener «la jubilosa sensación de dar la vuelta al mundo, de realizar una especie de viaje inmóvil, de aventura interior y mental», como ha señalado el propio coleccionista, que cuenta con una fundación que lleva su nombre.
Una sensación parecida se tiene cuando se visita la exposición que, hasta el próximo 15 de marzo, se puede ver en el Musée des Confluences de la ciudad de Lyon, rompedor edificio inaugurado en 2014. Se trata del museo galo más visitado, tras los de París: anualmente son casi 700.000 personas las que descubren sus colecciones temporales y permanentes. Entre las que estos meses se pueden ver de manera temporal, sobresale 'Le monde en tête. La donation Antoine de Galbert' (El mundo en la cabeza. La donación de Antoine de Galbert).
Fue precisamente en la capital de la región Ródano-Alpes, hace tres décadas, cuando el coleccionista «comenzó a interesarse por el arte primitivo y en concreto por la manera en la que la humanidad se cubría la cabeza. Había descubierto que en todos los continentes, cualesquiera que sean los poderes divinos, diabólicos o humanos a los que uno cree que debería someterse o de los que debería atraer la benevolencia, la tradición era adornar el cráneo», escribe Hélène Lafont-Couturier, directora del museo. Una colección «hecha entre París y Bruselas», como confesaba De Galbert en 2007, por aquello de que, aunque parezca mentira, siempre ha preferido viajar más con su mente que hacerlo físicamente, y cuya aventura estaba hasta hace muy poco «en mis vitrinas», al guardar en la capital francesa lo que ahora se expone en Lyon.
En los más de 700 metros cuadrados de la gran sala del Museo de las Confluencias, en un espacio abierto, se puede recorrer la selección de más de 300 tocados, sombreros, máscaras así como trajes que, aparte de reflejar la disparidad y riqueza de culturas del mundo, nos hace conscientes de la creatividad y el saber hacer anónimos que reinan. Y es que una gran mayoría de algunas de esas creaciones que tenemos ante nosotros parecen salidas de los talleres de los más exquisitos artesanos de la costura parisiense, cuando en realidad son el fruto del trabajo de pueblos que beben de antiguas culturas y que se van pasando de generación en generación los secretos para que esas piezas destinadas a ornamentar la cabeza se sigan haciendo de igual o similar modo.
Para desvelar gran parte de la generosa colección, que se muestra sobre una veintena de mesas-expositores, se ha recurrido a más de cuarenta expertos, al objeto de documentar cada una de las piezas, que llegan en su mayoría de lugares como África, América Latina, Asia y Oceanía. Desde épocas anteriores al siglo XV, como un tocado del Perú precolombino, a otro para una boda de Bengala, de principios de este siglo, la variedad de materiales, de formas, tamaños, motivos y colores hacen que el visitante viaje con su mente a esos destinos, muchos de ellos exóticos. Gracias también al modo como están realizados, partiendo por ejemplo de las bellas plumas de la Amazonia.
Objetos que sobrepasan el concepto de moda o de simple accesorio, ante los que no hay un orden de visita, sino que se hace según las inquietudes de cada cual; de manera libre, decidiendo a nuestro antojo. Algo que, sin la generosidad de Antoine de Galbert, que empezaría coleccionando sellos, de niño, y más tarde botones, para luego pasar a libros y cómics, antes de dar el salto al arte contemporáneo y primitivo, no hubiera sido posible. Una exposición, la del Confluences, que seduce sin lugar a dudas tanto a grandes como a pequeños. De lo más recomendable, y como complemento, su catálogo, de más de 300 páginas, que incluye alrededor de 700 imágenes, muchas de ellas inéditas, donde términos como exotismo, rareza, sorpresa o fuera de lo común inundarán nuestra mente. Los mismos, o más, si cabe, que cuando visitamos la muestra.
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