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1. Aguatinta coloreada del Estrómboli en 1809.
En busca del fuego
Lecturas

En busca del fuego

artes plásticas ·

Pronto o tarde, por impulso o con premeditación, desde dentro o a miles de kilómetros, cuando el volcán habla, el arte escucha

begoña gómez moral

Sábado, 2 de octubre 2021, 00:57

William Ascroft salía de casa cada tarde con la caja de pinturas a la espalda y un rollo de pliegos de papel bajo el brazo. A los 51 años, era un reconocido paisajista; exponía con regularidad en la Royal Academy y no era infrecuente verlo ... en las orillas del río tomando apuntes. Pero ahora lo hacía de una forma febril. Las gruesas barras de color volaban en su mano trazando una escena tras otra. Cuando la falta de luz le impedía seguir, recogía y enrollaba los bocetos que había ido dejando caer al suelo medio aturdido por la concentración de horas dibujando. A veces regresaba a casa con decenas de dibujos en una sola jornada. La razón de toda esa actividad estaba en Indonesia, muy lejos de la apacible ribera del Támesis. Cuando el Krakatoa explotó a las 10.02 de la mañana del 27 de agosto de 1883, la nube de ceniza, lanzada por el volcán a 40 km de altura, ocultó el área circundante durante días; tsunamis de una altura y velocidad mucho más mortífera que el volcán se llevaron la vida de miles de agricultores. Hasta en Sudáfrica los barcos se estremecieron en sus amarres por la onda expansiva. En el punto opuesto del globo, cerca de Bogotá, los barómetros registraron anomalías durante varias jornadas, demostrando que el efecto del la erupción había recorrido la totalidad del planeta no una, sino cuatro veces. En Europa se temían los efectos atmosféricos tanto como se admiraba su dramatismo. En más de una ocasión vecinos de Londres, Hamburgo o Vancouver avisaron a los bomberos convencidos de que el color del cielo solo podía deberse a un incendio. El Krakatoa -Krakatau en el idioma local- había avisado con temblores, gases y humo meses antes de la erupción de agosto. Desde la cercana colonia neerlandesa de Batavia se habían acercado barcos repletos de curiosos. Algunos tomaron fotos de la densa bocanada negra que se elevaba sobre la montaña. A finales de agosto ya no existía. La violencia de la erupción había hecho saltar por los aires la mayor parte de la deshabitada isla.

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