Cuando el editor John Martin, de Black Sparrow Press, le prometió una paga de cien dólares mensuales de por vida, el escritor dejó de inmediato su trabajo como cartero para entregarse de lleno a la literatura. Corría el año 1969, Bukowski tenía 49, y ya ... era una leyenda underground en su ciudad, Los Ángeles. La cosa duró lo que duró, y al final el poeta, debido fundamentalmente a sus excesos, terminó convirtiéndose en el símbolo mayor del realismo sucio estadounidense: una suma de alcohol, pobreza y abandono que, sin embargo, fue perfectamente compatible con su imparable trabajo como escritor: seis novelas, una docena de libros de relatos, diarios y ensayos sin concesiones y, sobre todo, más de treinta libros de poemas. Tan denostados por unos como encumbrados por otros, en su capacidad de llegar hasta los espacios más profundos del alma y la condición humana.
En la forja de su mitología, antes de que se lo llevara por delante una leucemia, con 73 años; de que sus restos mortales fueran conducidos por una compañía de monjes budistas, y de que dejara encargado para su lápida el epitafio 'Don't try' (No lo intentes), hay que registrar una capacidad sin precedentes de combinar la vibrante ternura soterrada que encierran todos y cada uno de sus poemas con un lenguaje escatológico, vulgar y deliberadamente sórdido. Eso que, más allá de Los Ángeles y los Estados Unidos, haría de Bukowski un poeta de culto cuando, en sus publicaciones en Europa, se encontrara con unos «traductores geniales de la hostia», según sus propias palabras.
Combinaba la ternura soterrada con un lenguje escatológico, vulgar y sórdido
Tuvo una tormentosa relación con su padre, otro hombre de excesos que murió de pie mientras se servía un vaso de agua
Indigna dignidad
Algo de esa maravillosa magia de la traducción, que nos hace sentir cuando lo leemos en español casi como si Bukowski se expresara en nuestra lengua, encontramos ahora en la versión de 'A veces te sientes tan solo que tiene sentido' (You Get So Alone at Times That It Just Makes Sense), que aparece de la mano de la editorial Visor. La indigna dignidad de un trozo de vida publicado en 1986, cuando el escritor tenía 65, en un momento de «quietud insólita» de su existencia. Algo que podría parecerse bastante a su madurez poética. O por lo menos a una extraordinaria capacidad de penetrar en el mundo, a través de la palabra, aplicándole una mirada tan escrutadora como contemplativa. Una mirada transformadora, en todo caso, que se refleja por igual en la manera de seleccionar el objeto de reflexión poética que en su modo de consignarlo en el poema. Con ese modo personal de Bukowski de colocar las palabras importantes al principio de cada verso, dejando las partículas desvanecerse en su final.
La poesía de Bukowski en uno de sus momentos más intensos de expresión. Tal vez en ese segundo «puro, delicado», como dice en uno de sus poemas, en el que merecen la pena «siglos de existencia», de gracia o de sufrimiento, solo para disfrutar del instante de «rascarte el cuello / mientras miras por la ventana / una rama pelada». A salvo de todo, incluso de uno mismo. Recordando su particular manera de morir sin estar muerto cuando, después de una borrachera, se quedaba dormido en un descampado, frente al cementerio. Convocando a la calma, después de la tormenta. Y resucitando al cabo de la amargura y la tribulación absolutas, como cuando dice: «Uno de los mejores versos de Lorca es: / agonía, siempre agonía… / piensa en eso cuando / mates una / cucaracha o / cojas una cuchilla para / afeitarte / o despiertes por la mañana / para / arrostrar el / sol». La voluntad de vivir, a pesar de la vida, y de escribir poesía tal vez como última tabla de salvación. También de repasar incluso algunos momentos de su vida, incluida la tormentosa relación que tuvo con su padre: otro hombre de excesos que murió de pie mientras se servía un vaso de agua, y que fue el responsable de que el escritor abandonara la universidad y se echara a la calle… convirtiéndose en poeta. «Y yo pensaba, si ser un holgazán es ser lo / contrario de lo que es este / hijoputa, entonces eso / seré».
Escuela de dolor, la vida, en la poesía de Bukowski. Pero también de homenaje permanente al arte y a la literatura. A la creación. A esa «imposibilidad de ser humano» que lleva en sí cada artista maldito, como en el poema titulado 'Bestias a la carga a través del tiempo', en el que habla desde «Van Gogh escribiéndole a su hermano para pedirle pintura» hasta de «Nietzsche totalmente enloquecido», pasando por «Sylvia con la cabeza en el horno como una patata asada» o «Chatterton tomando raticida». O Shakespeare como un pertinaz «plagiario». «Estos granujas / estos cobardes / estos campeones / estos perros rabiosos de gloria / acercándonos un poquito de luz / increíblemente». Eso, y una inmensa piedad hacia el sufrimiento de las gentes de la calle. Tal vez un retrato inmisericorde de la sociedad americana de su tiempo. Obedeciendo al título, no como decía Sartre, eso de que el infierno eran los otros, sino que los otros al final no son más que el reflejo de la propia soledad, del infierno que puede llegar a ser el interior de uno mismo. Charles Bukowski en estado puro.
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