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Pío Baroja
Lecturas

Pío Baroja

La mirada ·

Sábado, 26 de noviembre 2022, 00:03

El calendario nos recuerda que Baroja nació en San Sebastián el día de Inocentes de 1872, hecho que invita a conmemoraciones. El pretexto de la cultura a fecha fija removerá al menos su memoria. Ahí la publicación de uno de los libros capitales en su 'Desde la última vuelta del camino', como es 'Familia, infancia y juventud', en Cátedra, con prólogo de Pío Caro-Baroja. En Madrid se le ha nombrado hijo predilecto, pues de sus novelas, sus visiones de las gentes, el paisaje urbano y el discurrir cotidiano de la Villa, se aprende mucha historia, como lo fueron las novelas de Galdós. En otros muchos lugares, Baroja será recordado, como en la dinámica biblioteca de Alovera (Guadalajara), por solo citar uno.

En el País de los Vascos, la memoria de Baroja provoca en cambio sentimientos y reacciones de difícil comprensión, si se conoce la obra de don Pío. Pero el amor silente, el de verdad, el que no alborota, pervive, porque es aquí donde más se lee a Baroja y donde, mal que bien, algunos particulares, ciertas instituciones desarrollan actividades. Ahí la edición del libro 'Pío Baroja, novelista y médico', promovida por el Gobierno vasco.

Donde peor lo tiene Baroja es en Donostia. En cuanto se le nombra, siempre hay, a derecha y a izquierda, aventadores de las ideas sociales o políticas que tenía, haciendo un presentismo perverso contra el novelista que más amó a San Sebastián. Muerto Adrián de Loyarte, su azote libresco, siempre hay alguien que remueve los peores sentimientos en los plenos municipales. Lo que dijo Baroja de algunos donostiarras no es distinto a lo que dijo Salaverría (ensalzado en estatua en Alderdi Eder), o lo que dijo Gil Baré (Gabriel M. Lafitte, alcalde de la ciudad), o Mercedes Sáenz-Alonso, sobre la burguesía parásita. Y Lafitte sabía de qué hablaba, porque era parte de la misma. Sáenz-Alonso convocó en 1972 un encuentro con su obra, que alivió la orfandad que sintieron los intelectuales de la Academia Errante en 1956, en la muerte del autor de 'Los pilotos de altura', su novela más donostiarra.

Oteiza nos dijo en 1996 que un país que da tipos como Baroja y Unamuno ya es un país, pero que es preciso darse cuenta de ello y reconocerlo. Leamos sus obras para no hablar por hablar. Vamos a ver qué pasa.

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