Mi abuela me contaba que detrás de la casa miserable en que transcurrió su infancia había un viejo osario, y que a menudo los huesos de los muertos que todo el mundo había olvidado afloraban sobre el barro. Ella no iba a la escuela, ninguno ... de los niños que poblaban aquella calle turbia a las afueras del pueblo se había asomado jamás a una cartilla o un ábaco: en su lugar, bárbaros, desgraciados y libres, corrían por los terraplenes, se hacían armas con los palos de las basuras, esperaban el momento fatídico en que la conciencia de la pobreza los aniquilaría. A veces, jugaban con los restos del osario. Mi abuela me contaba, y aquí una risa de escándalo no podía evitar interponerse entre sus recuerdos, que una vez vio que los niños hacían rodar una calavera como si fuera un balón. La trasladaban por el fango a patadas, igual que en un partido de fútbol, que en una alegoría.
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Hay un cuento negro de la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda donde la narradora, o el narrador, ahora no me acuerdo, oye insistentemente golpes de pelota en la fachada de su casa recién ocupada. Se dice: el vecino tiene un niño, el niño juega a la pelota. Luego se entera de que la policía acaba de detener al vecino, que no vive con ningún niño, porque ha matado a su hija y le ha cortado la cabeza sirviéndose de un serrucho. Entonces la narradora, o el narrador, no lo sé, pasa los insomnios en vela repitiendo los golpes que oyó contra la fachada, uno, otro, y otro, y otro más, cada vez más segura de lo que los provocaba, del cráneo de la pobre hija como una granada abierta (sí recuerdo que había una comparación con frutas y pulpa), estrellándose contra los ladrillos. Probablemente Ojeda escribió otra alegoría, tal vez la misma de mi abuela.
Alegoría de qué, de cuándo. Lo sospecho ahora: de este espectáculo triunfal, inmisericorde, que en un país cubierto de decorados reúne a personas de colores frente a un balón, varios balones. Todo es cristal, luz, amable acero en esa ciudad, tan lejana del suburbio crepuscular de mi abuela; todo es nervio y satisfacción en estos jóvenes tatuados, que no sufren insomnio como en el relato de Ojeda. Los detalles distan, pero el deporte es el mismo. También ellos patean cabezas cortadas, también hay un aviso en cada patada y como un recuerdo lejano y una alegoría.
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