
Los autores y sus tormentos
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'La letra herida' recorre la literatura a través de los conflictos personales de los escritoresEl talento, a menudo, se acompaña de una fatal tendencia a la autodestrucción. 'La letra herida. Autores suicidas, toxicómanos y dementes' (Ed. Berenice) repasa la Historia de la Literatura desde ese prisma de la devastación personal. El crítico literario Toni Montesinos proporciona una relación sorprendentemente amplia y minuciosa de quienes triunfaron en la ficción, pero cuya realidad resultó, a menudo, un fracaso personal, a veces consciente, en otras, involuntario, excitante, culpable o inspirador y siempre doloroso. «Si no puedo existir a mi manera, entonces la existencia es imposible», escribió Ernest Hemingway.Los nombres incluidos en este ensayo, uno de los más interesantes entre los publicados en el año que finaliza, dan buena cuenta de esta aparente contradicción. El autor recorre dos siglos de literatura a través de algunos de sus mejores exponentes, un abanico que puede comenzar en Friedrich Nietzsche y acabar, por ejemplo, en David Foster Wallace, el responsable de 'La broma infinita', que puso fin a su vida hace catorce años. Cabe sospechar que la relación de infortunados no finalizará y que la combinación de riguroso culto a la creación, enfermedades mentales y adicciones seguirá desembocando en el drama. 'Territorios' aporta algunos de los más significativos.
J.D. Salinger
El mito de la torre de cristal, a veces, se convierte en estricta realidad. Hay autores como Cormac McCarthy o Thomas Pynchon que han conseguido la aclamación de la crítica huyendo de los imponderables del mercado editorial. Ambos mantienen una vida de reclusión, ajena al 'star system'. Su carácter misántropo solo parece superado por el de J.D. Salinger, el autor de 'El guardián entre el centeno', recibida como un clásico de la literatura contemporánea desde su publicación en 1951.La lucha por preservar su privacidad es ya legendaria. Salinger se recluyó en un pequeño pueblo donde se esforzó por huir de toda la atención de los medios e, incluso, renunció a publicar. Pero esa vocación eremítica no lo aisló del mundo. Llegó a demandar a un biógrafo porque reproducía parte de su correspondencia. A pesar de este esfuerzo por aislarse, sus estudiosos coinciden en que el autor, fallecido en 2010, vivió atormentado por su experiencia bélica en la Segunda Guerra Mundial y un perfeccionismo extremo, característico de otros maestros de la literatura.
Malcom Lowry
Malcolm Lowry temió que las claves de su compleja obra 'Bajo el volcán' no fueran desentrañadas, pero también, curiosamente, se sintió defraudado por una acogida que no esperaba. En cualquier caso, la creación de este gigante de la literatura se antoja una trasposición de su turbulenta vida. Sus problemas mentales y la adicción al alcohol le exponían, según la opinión de un psiquiatra, a hacerse daño a sí mismo o a otra persona. Así ocurrió. Su mujer huyó cuando la amenazó con una botella rota y el escritor perdió la vida en 1957 a causa de una sobredosis de barbitúricos mezclados con la bebida.Esa tortura se puede hallar en otros autores que también crearon obras robustas y, curiosamente, proyectaron una imagen valiente y hedonista antes de sucumbir a sus demonios particulares. 'La letra herida' recoge el caso de Ernest Hemingway, que se disparó en la boca con una escopeta pocos días después de salir de una clínica donde se habían tratado sus paranoias con electrochoques. El suicidio fue, posiblemente, la manera de enfrentarse a la ruina personal tras el fin de sus aventuras y, sobre todo, la imposibilidad de escribir.
Primo Levy
El judío italiano Primo Levi no se rindió a su suerte y se unió a la Resistencia en su lucha contra el régimen fascista. Fue capturado en 1944 y enviado al campo de Auschwitz, donde sufrió la deshumanización y el maltrato diario. Pudo contarlo y, a su regreso, escribió 'Si esto es un hombre', una obra clave del siglo XX y sus espantos.No resulta sencillo explicar su muerte, por qué se arrojó por el hueco de una escalera. Algunas voces rechazan la idea de la muerte voluntaria y otras aseguran que le venció la culpa por haber sido el favorecido donde otros mucho sucumbieron. El texto asegura que cumplió el deber de dar testimonio hasta que le faltaron las fuerzas.
Yukio Mishine
Todos los caminos conducen a la muerte en Japón, según el autor. El peso del pasado o de la conculcación de la norma puede ser tan desmesurado que el suicidio se convierte en una manera honorable de escapar de la angustia vital, tanto en la realidad como en la narrativa. Montesinos se remonta al siglo XII para contar la peripecia del poeta y guerrero Minamoto no Yorimasa, que se clavó un sable en el vientre mientras declamaba, abrumado por rencillas entre clanes.
El hecho más conocido en Occidente es el sumamente espectacular fin de Yuko Mishima. El autor de la fascinante 'Confesiones de una máscara' intentó en vano convencer a los soldados de una base militar para que dieran un golpe de Estado. Tras comprobar el fracaso, se abrió el abdomen según el antiguo ritual del seppuku y fue decapitado por uno de sus fieles. Pero proliferan todo tipo de casos de esa apetencia, algunos tan sorprendentes como el de Masafumi Oka, precoz poeta que en 1975 se lanzó al vacío desde su apartamento cuando tenía solo trece años.
La inmolación es un recurso habitual en la literatura nipona y tiene antecedentes tan reveladores como 'Suicidio por amor en Sonezaki', datado en 1703, y que habla de dos amantes que se inmolan debido a que su distinta condición social impide el romance. La narrativa actual apela a la búsqueda de la muerte como recurso y, por ejemplo, está muy presente en 'Una cuestión personal', la novela más conocida del premio Nobel Kenzaburo Oé.
Virginia Wolf
Virginia Woolf se rindió en 1941. Antes de sumergirse en el río Ouse con piedras en sus bolsillos, redactó una carta a su marido. «Estoy segura de que, de nuevo, me vuelvo loca. Creo que no puedo superar otra de aquellas horribles temporadas. No voy a curarme en esta ocasión… estoy haciendo lo que me parece mejor… No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo».
La intelectual, icono del feminismo, sufrió varias crisis nerviosas que la condujeron al suicidio al menos en tres ocasiones. La última situación emocional, aquello que la condujo definitivamente a su desaparición, fue el fruto de diversas circunstancias adversas, propias y colectivas. El espanto de la Segunda Guerra Mundial se había acrecentado en Inglaterra, donde los bombardeos parecían anunciar la inminente invasión y Montesinos cita a su biógrafo Nigel Nicolson que alude al miedo a fracasar como escritora.
La inestabilidad interior nunca fue compensada por los estímulos de la vida exterior, los contactos con el grupo de Bloomsbury o el amor de su marido, Leonard Woolf. Su inteligencia y exquisita sensibilidad no pudieron hacer frente, como en otros casos, al desequilibrio mental.
Johann Wolfgang von Goethe
La moda del frac azul y el chaleco amarillo, y la incitación a darse muerte son dos tendencias que recorrieron Europa a lomos del éxito de 'Las desventuras del joven Werther'. La melancolía y el tedio vital, tan característicos de Romanticismo, se expandieron con sus terribles consecuencias. Al parecer, según el estudio, el propio autor pudo a través de sus obras enfrentarse a esta inclinación, generada por su elevada autoexigencia. y evitar la tentación de utilizar el puñal que guardaba junto a su almohada.
Algunos de sus contemporáneos no tuvieron tanta suerte. Heinrich Von Kleist, figura clave de la literatura alemana, padeció todo tipo de fracasos que nutrieron tendencias autodestructivas. En 1811 se disparó junto al lago Wannsee, cerca de donde se planeó la 'Solución Final' para los judíos, después de disparar a su amante, enferma de cáncer.
Caspar David Friedrich, el pintor que plasmó sobre el lienzo ese hastío de vivir, también fue una víctima de su tiempo y de esa melancolía que se instauraba entre los lectores. El escritor recuerda que sufrió varias crisis depresivas y que, incluso, intentó quitarse la vida a los 27 años.
Emilio Salgari
La aventura clásica tiene el nombre de Emilio Salgari. Pero su vida careció de ese halo de exotismo y podría enclavarse en el género del terror. El autor italiano escribió profusamente para huir de una miseria que siempre lo acorraló. El escritor se suicidó mediante el harakiri en un bosque cercano a su casa turinesa. El agotamiento y la enfermedad nerviosa pudieron con él. Al parecer, su dedicación a la escritura era esclavista ya que debía entregar por contrato cuatro títulos anuales por una suma insuficiente para que su familia sobreviviera dignamente, y tenía que recurrir a seudónimos para subvertir la exclusividad editorial.
La muerte era un asunto cercano para el creador del Corsario Negro y Sandokán. Su padre había fallecido de la misma manera y dos de sus hijos sucumbieron a esa inclinación. La nota que dedicó a sus editores revela la absoluta desesperación. «A vosotros, que os habéis enriquecido con mi piel, manteniéndome a mí y a mi familia en una continua miseria o más aún, solo os pido que, en compensación por las ganancias que os he proporcionado, paguéis los gastos de mi entierro. Os saludo rompiendo la pluma».
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