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No hubo en la Antigüedad otro imperio como el atlante. Su hogar era una isla más grande que el norte de África y Asia Menor juntas, situada en el Atlántico. Sus dominios se extendían por el sur de Europa hasta Italia y por el norte de África hasta Egipto. La capital tenía una acrópolis central y una sucesión de anillos de tierra dedicados a diferentes usos, separados por otros de agua. Había templos y palacios con fachadas recubiertas de metales preciosos, grandes estatuas de oro, fuentes de agua caliente y fría, abundancia de productos del campo y minerales, astilleros llenos de trirremes… Los atlantes «poseían tan gran cantidad de riquezas como no tuvo nunca antes una dinastía de reyes ni es fácil que llegue a tener en el futuro y estaban provistos de todo de lo que era necesario proveerse en la ciudad y en el resto del país», escribió Platón (427-347 antes de Cristo).
El filósofo griego relata el ascenso y la caída de la Atlántida en dos diálogos, el 'Timeo' y el 'Critias', a través de un anciano Critias que recuerda lo que Solón (638-558 aC), uno de los padres de la democracia ateniense, le contó a su abuelo. En un viaje a Egipto, los sacerdotes de la ciudad de Sais revelaron al legislador que 9.000 años antes Atenas había protagonizado «la hazaña más heroica». «Nuestros escritos refieren cómo vuestra ciudad detuvo en una ocasión la marcha insolente de un gran imperio que avanzaba del exterior, desde el océano Atlántico, sobre toda Europa y Asia», le dijeron.
Descendientes de Poseidón, justos y virtuosos, los atlantes se corrompieron cuando «se agotó en ellos la parte divina porque se había mezclado con muchos mortales y predominó el carácter humano». Entonces, se lanzaron a la conquista del Mediterráneo oriental y, cuando todo parecía perdido, Atenas, sola, se enfrentó a ellos y los derrotó. «Alcanzó así una gran victoria e impidió que los que todavía no habían sido esclavizados lo fueran y al resto, cuantos habitábamos más acá de los confines heráclidas, nos liberó generosamente», contaron los sacerdotes egipcios a Solón. Los dioses castigaron la soberbia de los atlantes y, «tras un violento terremoto y un diluvio extraordinario, en un día y una noche terribles», su isla se hundió en el mar.
Desconocida hasta tiempos de Platón, Estrabón, Posidonio y Plutarco creían que la Atlántida había existido, mientras que Orígenes, Porfirio y Amelio la consideraban un mito. Ya en la Era de los Descubrimientos, el sacerdote e historiador Francisco López de Gómara la identificó con el Nuevo Mundo. «No hay para qué disputar ni dudar de la isla Atlántide (sic), pues el descubrimiento y conquistas de las Indias aclaran llanamente lo que Platón escribió de aquellas tierras, y en México llaman a la agua 'atl', vocablo que parece, ya que no sea, al de la isla. Así que podemos decir cómo las Indias son las islas y tierra firme de Platón», escribió en su 'Historia general de las Indias' (1552). El cosmógrafo Pedro Sarmiento de Gamboa, entre otros, sugirió que las culturas americanas tenían sus raíces en el Imperio atlante.
La Atlántida como un reino idílico, y no una tiranía abominable, se la debemos a Ignatius Donnelly (1831-1901). Antiesclavista y promotor del voto femenino, fue vicegobernador de Minesota y congresista, pero ha pasado a la historia por ser el padre de la moderna atlantología. En la segunda mitad del siglo XIX, tras dejar la política, reescribió el mito en 'Atlantis: the antediluvian world' (1882), libro del que bebió Helena Blavatsky, la inventora de la teosofía. Donnelly localizaba la isla continente en el Atlántico, de acuerdo con Platón, quien escribió que estaba más allá de las columnas de Heracles, como llamaban los griegos al estrecho de Gibraltar.
Según él, «fue el lugar donde el hombre pasó primero de la barbarie a la civilización». Allí se desarrollaron la agricultura, la ganadería, la metalurgia, la escritura y otros avances. «La humanidad primitiva vivió siglos en paz y felicidad» hasta que una catástrofe, que el autor identifica con el Diluvio bíblico, hundió la Atlántida en el mar. Pero no todo se perdió. Parte de su legado pervivió en sus colonias de Egipto, México, Perú, la península ibérica… Las pirámides egipcias y mesoamericanas son copias de las del imperio desaparecido; la flora y la fauna de Europa, África y América son parecidas porque la isla era un puente entre las dos orillas del Atlántico; y los dioses griegos, fenicios, indios y escandinavos eran en realidad los reyes y héroes de la Atlántida.
«En casi todas las páginas (de 'Atlantis: the antediluvian world') hay un ejemplo de una suposición precipitada, una conclusión apresurada, un razonamiento circular o un argumento basado puramente en la retórica. Muchas afirmaciones de hechos no son de hechos en absoluto», advierte el filólogo clásico Edwin S. Ramage en 'Atlantis: fact or fiction' (1978). La idea de Donnelly del paraíso perdido está en los cimientos de la atlantología contemporánea, esa que anuncia de vez en cuando el hallazgo de ruinas que se corresponderían con las del imperio del relato platónico. Una Atlántida que se ha localizado en la Antártida, el Ártico, las Bahamas, América, el mar del Norte, los Países Bajos, Irlanda, Andalucía, Creta, Sicilia, Chipre, Cerdeña, el mar Negro… ¿Tiene sentido alguna de esas ubicaciones?
Para los griegos del siglo IV aC, el mundo habitado o ecúmene se limitaba a Europa, el norte de África (Libia) y Asia hasta India. Platón es claro respecto a la isla continente: está más allá del estrecho de Gibraltar y es «mayor que Libia y Asia juntas». Así que sus restos tendrían que encontrarse en el fondo del Atlántico. Pero ahí topamos con la geología. La superficie terrestre está formada por un conjunto de placas que se mueven y hacen que los continentes se desplacen. El Atlántico empezó a abrirse hace unos 150 millones de años. Por su cordillera central sale magma que se incorpora al lecho marino y separa cada vez más Norteamérica y Sudamérica de Europa y África, y no hay ni rastro de que alguna vez hubiera entre ambas orillas una gran masa terrestre que ahora esté bajo el agua.
Algunos autores han localizado la Atlántida en las Bahamas, Irlanda y Andalucía, pero ninguno de esos enclaves encaja con la descripción del 'Timeo' y el 'Critias'. Si situamos el imperio en el Mediterráneo, estaría más acá de las columnas de Heracles y no más allá. Además, Platón fecha la guerra entre atlantes y atenienses 9.000 años antes de su época y hace 11.400 años no había ningún imperio, ni ciudades ni ejércitos. El territorio ateniense estaba poblado por bandas de cazadores-recolectores.
Los atlantólogos incumplen continuamente alguno o todos estos requisitos. Consideran a Platón una fuente histórica fiable, pero pasan por alto que los atlantes son hijos de Poseidón y «una mujer mortal», y juegan a su antojo con la antigüedad de los hechos narrados, las dimensiones de la isla y su localización. Como dice L. Sprague de Camp en su libro 'Lost continents' (1954), «no puedes cambiar todos los detalles de la historia de Platón y seguir diciendo que se trata de la historia de Platón. Eso es como decir que el legendario rey Arturo es 'realmente' la reina Cleopatra: todo lo que hay que hacer es cambiar el sexo, la nacionalidad, la época, el temperamento, el carácter moral y otros detalles de Cleopatra y el parecido es evidente»
Los historiadores creen hoy que los atlantes fueron un recurso del filósofo para advertir a sus compatriotas contra el imperialismo. En 'La Atlántida. Pequeña historia de un mito platónico' (2005), Pierre Vidal-Naquet interpreta el relato como un enfrentamiento de «la Atenas tal como Platón hubiese querido que fuera, la primitiva, contra la imperialista tal como se formó tras las guerras médicas apoyándose en la flota de guerra». Este experto en la antigua Grecia afirma que con este episodio «Platón ha inventado un género literario aún muy vivo, la ciencia ficción».
Más lejos va el arqueólogo y antropólogo Kenneth Feder. «¡Los diálogos atlantes de Platón son esencialmente una versión griega antigua de 'La guerra de las galaxias'!», sostiene en 'Frauds, myths and mysteries' (1990). Y destaca los paralelismos con la historia de un puñado de valientes que derrotó a una todopoderosa tiranía hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana. «La Atlántida, con su avanzado ejército y su enorme marina, se asemeja al Imperio con su Estrella de la Muerte. Los atenienses son los homólogos de los rebeldes liderados (finalmente) por Luke Skywalker. Los rebeldes y los atenienses salen victoriosos no porque sean superiores militarmente, sino porque la Fuerza está con ambos».
George Lucas recurre en su saga galáctica a episodios y personajes históricos, mitos, leyendas e influencias culturales diversas. Platón hace lo propio. El conflicto con los atlantes recuerda a las guerras médicas, en las que se enfrentaron las ciudades-estado griegas con el Imperio persa entre 490 y 449 aC. «El gigantismo del ejército y de la flota atlantes evoca el del ejército de Jerjes», escribe Vidal-Naquet. La victoria de los atenienses solos contra los invasores es similar a la de la batalla de Maratón contra las tropas de Dario I en 490 aC. Los rasgos de la Atlántida recuerdan los de la civilización minoica de Creta, y la catástrofe que hunde la isla, a la erupción del volcán de Santorini entre 1639 y 1616 aC, aunque también pudo haberse inspirado en la más cercana destrucción en 373 aC de la ciudad de Helike.
Para Feder, la Atlántida y 'La guerra de las galaxias' son mitos usados para entretener y transmitir lecciones morales. Las dos son igual de fantásticas» y se desarrollan en los límites de la realidad: más allá de las columnas de Heracles y en una galaxia muy lejana. Tampoco es accidental que los egipcios, que acostumbraban a registrarlo todo, pero de los que no conocemos ningún texto sobre la Atlántida, sean la fuente en el relato del filósofo. «Platón era un consumado maestro del arte de revestir sus más atrevidas fantasías con la sólida apariencia de hechos establecidos», advierte Vidal-Naquet.
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