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Itxaso Elorduy
Sábado, 13 de abril 2024, 00:05
Ser artista y mujer era algo extraordinario en 1942, cuando nació en Bilbao Mari Puri Herrero. «No recuerdo cuándo empecé con el arte, pero sí que veía un lápiz, un trozo de cal, un ladrillo o una teja rota en la calle y la golpeaba ... contra el suelo para sacar el polvillo», cuenta. Y la esencia se mantiene, «estoy pintando con pigmentos preciosos que yo misma preparo y dan una luminosidad muy bonita a los colores. Nunca había pintado sobre papeles tan grandes, ayer mismo tenía entre manos uno de 1,84 cm. Los papeles orientales son muy resistentes porque están hechos con fibras muy largas; son preciosos, como telas, y en ellos realizo el planteamiento de un cuadro, en cuanto a composición, materia y colores. Me interesa que esta nueva muestra sea una serie. Es imposible hacer lo mismo ahora que antes, en cada época de la vida creas algo diferente», dice sobre la exposición que inaugura hoy en la galería Álvaro Álcazar de Madrid.
Esta muestra enlaza, en parte, con la serie de 'El color de los días' que presentó en la Galería Arteko de San Sebastián, «aunque no sea exactamente una continuación». Su color favorito, el que protagoniza obra y vida, es el azul. «Azul del mar, azul del aire, azul Bilbao, que tiene unas connotaciones muy bonitas para mí. Y azules son también varias de las enigmáticas pinturas que conforman la muestra madrileña.
«El tiempo pasa y te trae temas nuevos. La vida se mueve y nosotros tenemos que movernos con ella», afirma. «El arte es mi vida, me acuesto y me levanto con la ilusión de pintar, aprovechando la luz natural. En el día hay detalles del color de la noche y, en la noche, aspectos de la luz del día». Tener el estudio en casa es una ventaja, «porque gano mucho tiempo y si hay algún quehacer lo intercalo con la pintura».
Al hablar del proceso creativo explica que nunca empieza de cero. «En general el punto de partida es una idea vaga, algo que vislumbras, que parece estar dentro del lienzo y hay que sacarlo afuera. Esa idea muchas veces va derivando hacia otro lado y eso es bueno. Te advierto que muchas veces escucho a la gente que habla de su obra y no les creo; me da la impresión de que esas explicaciones son a posteriori, porque es el arte el que te lleva por sus propios caminos».
Mari Puri Herrero recuerda con claridad la imagen de una ciudad unida al campo, su Bilbao natal, «y el atronador ruido que un día nos sobrecogió, el de la construcción del puente de La Salve». «El ambiente cultural de la villa no me divertía y con dieciséis años me fui a Madrid a estudiar en la Academia del Círculo de Bellas Artes, donde encontré gente de otras provincias con otras inquietudes. Los 60 fueron importantes porque viajé muchísimo». Su vinculación con Bilbao no desapareció. Evoca «el apoyo de buenos amigos como Santiago Díez, que vendía mis grabados en Tango», la tienda que regentaba antes de abrir el mítico Perro Chico, donde exhibió algunas de sus obras.
La faceta más popular de la creadora es el diseño de Marijaia, el símbolo de las fiestas de Bilbao. Aunque no sea «muy amiga de fiestas», reconoce que esta figura «es el producto del momento de la Transición y ha quedado porque la ciudad quiso que se quedara». Artista polifacética, pinta sobre soportes diversos, tela o papel, y es una excelente grabadora. De hecho tiene un tórculo, una prensa para estampar, en su casona de Menagarai, rodeada de naturaleza y de la obra de compañeros como Ricardo Toja o José María Ucelay.
Busca hacer pensar al espectador al crear escenas en las que los sueños se mezclan con la realidad. Integra «la naturaleza y alguna figura, entre ver y no ver, como la vida misma. A veces queremos definir algo con claridad, pero eso no es posible. Está todo mezclado, porque onírico es también lo que vemos por la calle. La realidad no está tan definida y ese es el mundo que me gusta».
Considera que en la actualidad «se mezclan las cosas serias con las triviales, se frivoliza demasiado». «Cada época se expresa como puede, pero en realidad no hay tantas diferencias entre unos momentos y otros«, sostiene. «Sigo viendo con gusto las obras asirias o de los egipcios, no son algo extraño para mí. Un lenguaje plástico visual que te atrapa e impresiona. Incluso si vas a las cavernas, se desconoce el origen de aquellas pinturas y quién las realizaba. Solían decir que eran los hombres y ahora afirman que son las mujeres, que machacaban barro o piedras con aglutinantes. Si la pintura ha durado a lo largo de los siglos es porque es algo atávico, aunque cada época haya tenido su manera de utilizar los temas y los elementos con los que contaban».
«Empecé con el grabado en Madrid, pero mejoré la técnica en Holanda en el Rijksmuseum, donde la gran mayoría eran pintores-grabadores. Descubrí la técnica de Rembrandt y trabajé con la técnica del linóleo y el aguafuerte. Mi marido y yo vivimos temporadas en París, la gente decía que iba a dejar de pintar cuando me casara, pero no les hice caso y pensé: ya verán si lo dejo o no». La tienda de pinturas Sennelier me chifla, solía frecuentarla Picasso y allí me surtí de papeles orientales, protagonistas indiscutibles de la nueva exposición en Madrid. Cuando mi galerista me dijo que me tocaba exponer respondí que iba a presentar papeles. Él se echó a reír, pero confió desde el principio y después le encantaron».
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