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I. EZKERRA | L. LAZCANO | E. VIÑUELA | B. GÓMEZ MORAL
Sábado, 1 de junio 2019, 00:55
Una epopeya de estas característas tenía que ser necesariamente objeto de interés por parte de los artistas. Ya mucho antes de julio de 1969, las artes y las letras se habían ocupado de la conquista de la Luna, y a partir de esa fecha se ... multiplicaron las obras que la toman como referencia. Lo que sigue es solo una pequeña muestra de todo lo que se puede leer, ver y escuchar.
La generación que aún rondaba la niñez cuando Armstrong posó su bota en la Luna inició a partir de aquel día de julio de 1969 una extraña relación con la literatura fantástica. El futuro que había contado Verne en 'De la Tierra a la Luna' (1865) y en 'Alrededor de la Luna' (1870) era ya arqueología. Ese era también el caso de los selenitas de H. G. Wells en 'Los primeros hombres en la Luna' (1901). La narrativa futurista en la que se inscriben esas obras no era nueva. Ya en el siglo II d.C. el sirio Luciano de Samósata escribió 'Historia verdadera', una sátira que inauguró el género de la ciencia ficción, y en 1638 el clérigo inglés Francis Godwin imaginó a un español haciendo la travesía lunática en 'El hombre en la Luna o discurso de un viaje hasta allí por Domingo González, el raudo mensajero'. Abundando en ese humor que ha marcado al género, Allan Poe publicó en 1835 su relato 'La incomparable aventura de un tal Hans Pfaall' en el que un tipo acosado por las deudas huye al satélite en un globo aerostático y James Blaylock escribió su novela 'El hombre en la Luna' (2002). Dentro de la crítica seria al viaje del Apolo 11 puede citarse 'Un fuego en la Luna', un ensayo que Norman Mailer publicó en 1970, o 'El viento de la Luna', novela publicada por Muñoz Molina en 2006. Aquel viaje fue tan literario que convirtió en escritores a dos de sus astronautas. De Buzz Aldrin cabe recordar 'Volver a la Tierra' (1970) y de Michael Collins 'Llevando el fuego' (1974). A Armstrong, sin embargo, le tuvo que hacer la biografía James R. Hansen en 'El primer hombre' (2005), llevada recientemente al cine. Y luege está 'Figuras ocultas' (2016), un libro emocionante donde Margot Lee Shetterly cuenta la epopeya silenciada de un grupo de mujeres afroamericanas que ayudaron a ganar la carrera espacial.
Si el tema ha sido fértil para la literatura, el cine no se ha quedado atrás. George Méliès inauguró todo un subgénero de viajes espaciales en la pantalla con 'Viaje a la Luna' (1902), brindando uno de los planos más reconocibles de la historia del cine: el cohete aterrizando en el ojo de la Luna. Otra expedición lunar, aunque esta vez en busca de oro, es la que firman Fritz Lang y Thea Von Harbou en 'La mujer en la Luna' (1929). Con una de las secuencias de lanzamiento de cohete más extraordinarias de la época, el trabajo de documentación de Lang se refleja en la cuenta atrás y los efectos de la fuerza centrífuga en los viajeros. La incertidumbre ante la negrura de un espacio infinito ejecutado mediante panorámicas dominadas por paisajes monocromáticos únicamente rotos por el gris metálico del vehículo espacial es una constante en la 'space opera'. Pero no fue hasta 1968 cuando Stanley Kubrick rodó su travesía espacial en '2001: Una odisea en el espacio' a ritmo de vals para examinar un extraño monolito que prueba la existencia de vida extraterrestre.
En el ámbito de la música se produce una casualidad verdaderamente singular. Solo cinco días antes del despegue del 'Apolo 11', David Bowie publicó 'Space Oddity'. La BBC utilizó la canción en su cobertura del alunizaje. Cuesta pensar en una elección menos apropiada, ya que su protagonista, el comandante Tom, acaba flotando a la deriva por el espacio tras perder el contacto con la Tierra. En un descanso de la retransmisión, Pink Floyd tocó en directo 'Moonbeans', un tema compuesto especialmente para celebrar aquel histórico evento.
El 20 de julio de 1969, el optimismo que caracterizó los años sesenta llegó a su punto álgido. Pero la euforia se disipó rápidamente. Músicos como Gil Scott-Heron no entendían que habiendo tanta pobreza en el mundo se destinaran millones a enviar al hombre a la Luna. «No puedo pagar la factura del médico. Sin agua caliente, sin retrete, sin luz… Y los blancos en la Luna», denunciaba en 'Whitey On The Moon'.
Los niños ya no querían ser astronautas, porque como cantaba Elton John en 'Rocket Man', «es solo un trabajo, cinco días a la semana. Y el espacio es tan solitario. De hecho, hace un frío infernal». Cuando en 1972 la NASA puso fin a las misiones tripuladas, las promesas de un futuro plagado de posibilidades infinitas se disolvieron como lágrimas en la lluvia. «¿Qué se supone que debo hacer, ahora que la carrera espacial ha terminado?», protestaba Billy Bragg en 'The Space Race Is Over'.
No es solo una cuestión literaria o tan escasamente física como el cine o la música. En la Luna hay una pieza de arte público como la de cualquier rotonda en la Tierra. Aunque lleva allí desde el 7 de agosto de 1971, es poco conocida y no porque la NASA tenga algo contra el arte, sino porque llegó sin su consentimiento.
El autor, Paul Van Hoey- donck, es un artista belga que, igual que millones de personas en todo el mundo, sentía como suya la trepidación de la carrera espacial mientras intentaba abrirse camino en Manhattan. A partir de la estética futurista que destilaba, su marchante concibió un plan para llevar una escultura al recién hollado satélite. Varias casualidades y mucho esfuerzo permitieron reunir al artista con David Scott, comandante de la expedición Apolo 15. Acordaron que la pieza debía ser ligera, resistente y pequeña, para poder esconderla en el traje espacial. Además, puesto que representaba a la Humanidad, no podía tener marcas de género o raza. Lo que el escultor no supo hasta mucho después es que la figurita de 8,5 centímetros, fabricada en aluminio hueco, serviría de monumento, de homenaje a los astronautas rusos y estadounidenses caídos en el intento por llegar allí.
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