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Un día de 1817, un francés de 34 años que visitaba la iglesia de la Santa Croce de Florencia sufrió un episodio de temblor, palpitaciones y vértigo. Estaba tan abrumado por la belleza de la ciudad y de ese templo en concreto que se vio al borde de la muerte. «La vida estaba agotada en mí», escribió más tarde. La emoción era de tal intensidad que no albergó temor ni tristeza. Entre lo vivido por aquel hombre, llamado Henri Beyle y hoy conocido en todo el mundo como Stendhal, y lo protagonizado hace dos semanas en un concierto de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles por una mujer cuyo nombre no ha trascendido hay tan solo una pequeña diferencia. Stendhal llegó al punto mismo del éxtasis. La mujer gozó de un aparatoso orgasmo mientras la orquesta interpretaba el segundo movimiento de la Sinfonía Nº 5 de Chaikovski. El arte suscita las más poderosas sensaciones y desata pasiones y placeres:vahídos, llanto, orgasmos y éxtasis. No hay nada igual.
El llamado 'síndrome de Stendhal' está documentado. En 1989, una psiquiatra llamada Graziella Magherine publicó un trabajo en el que había analizado los síntomas mostrados por 106 turistas atendidos en Florencia a lo largo de diez años con sensaciones muy parecidas a las del autor de 'La cartuja de Parma'. En la mitad de los casos, según explica en la revista 'Neurología' el profesor de la Universidad de Santiago de Compostela Manuel Arias, eran personas con antecedentes de patología psiquiátrica y muchos se consideraban artistas o al menos grandes aficionados al arte.
Lo sucedido con la mujer de Los Ángeles no está aún estudiado. Las versiones de los testigos presenciales no son del todo coincidentes. Parece que no había mano alguna, ni propia ni ajena, sobre su cuerpo en el momento en que se produjeron los gemidos. ¿Es posible un orgasmo de esa manera? La sexóloga Lourdes Lavado asegura que no ha conocido nunca «un caso así», pero no se atreve a decir que sea imposible. «La emoción y sus manifestaciones son diferentes en cada persona y es factible que pudiera haber sentido algo al menos parecido», explica.
O que, por algún motivo, lo fingiera, como en la célebre escena de 'Cuando Harry encontró a Sally' (Rob Reiner, 1989) en la que el personaje interpretado por Meg Ryan simula tener un orgasmo en mitad de un restaurante. Incluso aunque sea así –o aunque se ayudara con algún artilugio mecánico–, la impostura no invalida la premisa: el arte suscita grandes emociones.
«Las personas altamente sensibles son el 15-20% de la población y esa mujer puede estar en ese grupo», sostiene Aitor Aritzeta, profesor de la Facultad de Psicología de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU). «Su umbral de activación neuronal es más bajo y eso se manifiesta en un procesamiento profundo de las sensaciones, una sobreestimulación, una alta intensidad emocional y empática y una gran capacidad para percibir cuestiones sutiles, como sabores, olores o gestos. Eso hace que reaccionen ante estímulos que a los demás no nos llaman la atención».
Disfrutan así en mayor medida de lo placentero pero también sufren más ante otros estímulos. «Tienen una alta capacidad creativa pero –advierte Aritzeta– pueden desarrollar depresiones y somatizan la emoción hasta el punto de que ver en una película una catástrofe o una injusticia les causa dolor y molestias físicas».
Además, con frecuencia buscan ese placer. Por eso es habitual ver personas extasiadas, que han perdido el sentido del tiempo y el espacio leyendo poemas y novelas, mirando fijamente el 'David' de Miguel Ángel, el busto de Nefertiti o 'Las meninas' de Velázquez, por citar solo algunos ejemplos. «Una obra de arte te suspende en el tiempo y eso es el placer estético», asegura Ismael Manterola, decano de la Facultad de Bellas Artes de la UPV/EHU. «Es una vivencia que se sale de lo normal y genera una experiencia estética y de conocimiento. La primera se percibe con los sentidos;la segunda, con la razón. Yes inexplicable de otra forma».
Es algo sabido desde hace mucho tiempo. El propio Manterola recuerda que «ya los griegos hablaban del teatro como algo catártico, incluso Aristóteles lo decía. Y en el Renacimiento se menciona que había colas para ver ciertas obras, lo que apunta que su visión suponía un placer para esas personas».
Otros testimonios pueden no ser tan claros pero sugieren mucho. ¿Qué expresión tiene el rostro de la santa en 'El éxtasis de Santa Teresa' de Bernini? «El espectador se siente casi transportado con esa obra. De hecho, desde el punto de vista de la ciencia, el éxtasis podría considerarse», escribe Manuel Arias, «una situación de placer supremo». Yahí entran el placer sexual, por supuesto, junto «al desencadenado por la música y la contemplación repetida de obras artísticas».
Precisamente la música tiene un papel especial en este aspecto de la capacidad del arte para despertar emociones y suscitar placeres de todo tipo. Los especialistas hablan de «epilepsia musicogénica» y se produce en algunas personas al escuchar un fragmento concreto o una pieza de un compositor. Por supuesto, difiere en cada persona, pero el efecto es el mismo y se plasma en cambios en los gestos de la cara, taquicardia, aumento de la presión arterial, hormigueo en las manos e incluso enrojecimiento. Con un añadido: es predominante en las mujeres.
Si la contemplación de obras arquitectónicas, pinturas y esculturas puede derivar casi en aturdimiento, la música despierta emociones aún más visibles. Muchos intérpretes han visto llorar a algunos espectadores en ciertos momentos de sus actuaciones. O bailar sin control hasta el paroxismo. Se habla de 'música erótica' sin que a veces quien lo dice sepa muy bien a qué se refiere. Hay pocas dudas de que la canción 'Je t'aime... moi non plus' (Serge Gainsbourg, 1969) narra un acto sexual, orgasmo incluido. Pero la condición de erótico del 'Bolero' de Ravel –pese a la reiteración y el 'crescendo' del tema– está más vinculada a su uso en la película '10, la mujer perfecta' (Blake Edwards, 1979).
Esas características de 'crescendo' y reiteración no se dan en el segundo movimiento de Chaikovski, que contiene una de las melodías más bellas y conocidas de su autor. Pero, al menos en teoría, es posible que suscite una emoción, incluso de índole similar a la sexual, que conduzca a una persona hasta una situación de abandono absoluto. El éxtasis, dicen los especialistas, puede estar desencadenado por estímulos muy diversos, lo que incluye las drogas, una experiencia artística o la música. «También puede considerarse una hiperfunción para la que ciertos individuos serían superdotados», sostiene Arias. Lo de la mujer de Los Ángeles pudo ser fingimiento o experiencia real. Solo ella y tal vez su marido –que según los testigos del prodigio la miraba con asombro– tienen la respuesta. El arte todo lo hace posible.
Unas amigas salen del cine. En sus rostros hay aún restos de las lágrimas que han vertido durante la proyección. Una de ellas se dirige a las otras:«¡Cómo hemos disfrutado!» Las amigas asienten casi sin poder articular palabra aún. Es el placer que suscita llorar sin freno ante una historia triste que nos toca el corazón. Puede provocarlo la literatura, pero es más fácil que suceda con el cine o el teatro. O con la música, la disciplina artística con el mayor poder de evocación.
La razón es que todos tenemos una banda sonora de nuestras vidas. Y en ella hay temas que asociamos a momentos felices y otros, a días tristes. Con los primeros, revivimos el placer que nos proporcionaron. Con los segundos, el dolor al que acompañaron. Pero incluso ese dolor retrospectivo, esas lágrimas que se deslizan por el rostro, suponen el placer de la liberación. La espectadora que, sentada en la primera fila de un concierto no puede evitar el llanto cuando el pianista toca un 'Nocturno' de Chopin como propina, se libera. Puede que llore por la música o porque le recuerda a una persona querida que ya no está. El efecto es el mismo.
Y es mayor con unas músicas que con otras. En el relato 'La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada', García Márquez cuenta cómo la abuela contrata una pequeña orquesta para amenizar la espera de los clientes para estar con su nieta, a la que ha prostituido para que salde así una deuda que tiene con ella. La mujer ha pactado un precio por cada canción que el grupo toque. Cuando terminan su actuación y el líder de la banda le presenta la cuenta, la abuela ve que las canciones tienen una tarifa diferente. ¿Por qué?, pregunta. Porque las canciones tristes cuestan más, responde. García Márquez, gran melómano, tenía la clave: la música triste tiene un mayor poder de evocación. Yde generar algún tipo de emoción y placer.
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Doménico Chiappe | Madrid
Javier Bienzobas (Gráficos) y Bruno Parcero
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