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Juan Manuel Díaz de Guereñu
Sábado, 22 de junio 2024, 00:17
Lo llaman «noveno arte», etiqueta que asoma con alguna insistencia en prensa y libros. Tal denominación no tiene, que yo sepa, padre o madre conocidos, pongamos un divulgador responsable del bautizo, que, hecha la cuenta de las disciplinas artísticas, explicara la novena. Lo evidente es ... que los panegiristas del cine anduvieron más espabilados.
La denominación se difundió en nuestro Occidente allá mediado el siglo XX, cuando las historietas en prensa dejaron de ser el entretenimiento familiar por excelencia, sustituidas por la televisión, y la industria optó por infantilizar el producto, eligiendo su sector del mercado impreso. Ese proceso de degradación indujo a estudiosos y aficionados a afirmar el valor estético de la historieta en sus mejores realizaciones. De ahí lo de reclamarla como arte, aunque fuera el noveno.
La propensión a asimilar el cómic a lo que no es serio ni podría serlo venía de lejos. Incluso en su edad de oro, el valor de los cómics y demás monigotes en prensa estuvo lejos de un reconocimiento generalizado. Las connotaciones que acarrean las denominaciones habituales del medio en español no engañan. Tanto «tebeo» como «historieta» son términos con resonancias despectivas y uso denigratorio. Cuando algo es «de tebeo» se entiende que es risible, facilón; y una «historieta» queda muy por debajo de una historia.
Frente a todo eso, «noveno arte» es una designación reivindicativa, que reclama respeto para un lenguaje que ha sabido sobreponerse al desdén de la gente seria. Pero no deja de sonar petulante o, al contrario, como una súplica, lo que, a mi juicio, aconseja usarla con circunspección.
El mercado del cómic -o historieta- ha cambiado visiblemente en las últimas dos o tres décadas entre nosotros. Ahora los cómics se codean con otros libros en catálogos editoriales, bibliotecas y librerías, los reseñan en suplementos culturales, son materia de estudio y exposición; hasta tienen su Premio Nacional, como otras disciplinas artísticas. Marjane Satrapi recibe un Premio Princesa de Asturias y nadie se extraña. Aunque esta nueva aceptación generalizada concede solo a un puñado de autores el privilegio de vivir de su trabajo.
Este clima favorable satisface a unos aficionados habituados hasta ahora a otros más desapacibles. Ahora pueden proclamar que el cómic es un arte. Habitualmente no lo es. El cómic es un lenguaje que mediante combinaciones de palabras y dibujos produce obras de valor desigual. En los usos de tal lenguaje anida la rara posibilidad de una expresión estética que sepa apabullarnos por su belleza y sacudir nuestra conciencia. Como cualquier obra de arte. Hace falta un talento excepcional, el de Satrapi, los hermanos Hernandez o Paco Roca. La posibilidad justifica que uno lea historietas como devora novelas o ve cine, a la espera de esa revelación, aunque sea modesta e infrecuente.
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