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En la poesía de postguerra cundió el prurito de clasificar a los poetas por generaciones, sin duda por la estela influyente de la Generación del ... 27. Pero tanto la nómina de los poetas magníficos de la evocación gongorina como las de generaciones que vinieron, con más pereza que acierto (generación del 36, del 50, etc.), conllevan un formato excluyente, pues en todas hubo más poetas, hombres y mujeres, cuya obra tiene alta significación lírica, histórica y testimonial. En esas nóminas se ha citado a un grupo exclusivo y se ha desconocido a su vez a poetas que están a su misma altura intelectual. Incluso se han inventado generaciones clasificando a los poetas por el año de nacimiento.
Tres mujeres poetas, Ángela Figuera Aymerich (1902-1984), María Beneyto (1925-2011) y Angelina Gatell (1926-2017), no aparecen en esas clasificaciones caprichosas, pero su obra tiene la excelencia y sentido histórico que les debe situar en los estudios de la crítica y en las antologías a la par de todos los que están, porque ellas también son. A Figuera se le puede considerar una mujer del 27, porque su cultura, poesía, ideología y mirada sobre el mundo es heredera de la Institución Libre de Enseñanza, aunque no publique hasta 1948. Algo parecido ha sucedido con Angelina Gatell o María Beneyto, mujeres de pensamiento solidario, amigas entre sí y de Figuera, que cuentan y cantan las verdades del tiempo, el dolor y desgarro del mundo y la vivencia cotidiana familiar como los poetas de la llamada poesía social o testimonial.
Bartleby Editores, que ha publicado diversos libros de Gatell, nos ofrece ahora el primer volumen de su Poesía Completa, 'Sobre mis propios pasos', que agrupa los libros publicados entre 1955 y 2017. Antonio Colinas en el prólogo y Marta López Vilar, responsable de la introducción y edición, resaltan el humanismo piadoso de Gatell, a la manera en que Zambrano entendía la piedad. Toda la poesía de esta mujer, rebelde con causa frente al tiempo gris que le tocó vivir, es un recorrido testimonial, desde la infancia a la desembocadura, por la memoria de una sociedad, unas gentes, un paisaje, una comprensión del mundo y una aspiración de libertad y compromiso, que pone su obra al nivel de sus más queridos maestros, como Machado, o colegas, a quienes entronizó con don Antonio en el pasillo de su casa y en su corazón: Miguel Hernández, Neruda, Blas de Otero y José Hierro.
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