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Me identifico con aquel personaje de Robert Crumb, el misántropo profesor Wanowski, que tiene ataques de cólera ante el ruido que lo rodea y acosa. Se queja de que Estados Unidos zumba como un inmenso panal de abejas por el estruendo de motores, máquinas, música ... abominable que invade cualquier espacio y voceras que gritan como si se hubieran criado con unos padres sordos. No es exagerado conjeturar que el monstruoso zumbido fue una de las razones por las que Robert Crumb y Aline Kominsky se largaron de Estados Unidos y han vivido en Sauve, un pueblito del sureste de Francia, desde 1990. Más allá del ruido ambiental, la abominable evolución política y social del país (y faltaba todavía mucho para llegar a las aberraciones esperpénticas bajo Trump), en lo que se estaba convirtiendo durante la presidencia de George Bush padre, que había sucedido a Ronald Reagan, los terminó de convencer para hacer las maletas en California y facturarlas para un viaje solo de ida. Ahora, más de tres décadas después de aquella importante decisión, ha muerto a los 74 años Aline Kominsky, la compañera de Robert Crumb desde 1978, y lo ha dejado solo y desvalido ante la puerta de ser octogenario.
En 2013 convinimos que el Festival Ja! se hiciera con la programación en torno al tema del humor 'underground'. Por supuesto, surgió de inmediato el nombre de Robert Crumb y la idea de darle el premio del festival (dotado con 20.000 euros por la Fundación BBK) como única manera de tentarlo para que viniera, además de ser un nombre de categoría más que idónea para la filosofía del premio. Pero sabíamos que Crumb era inexpugnable en su retiro medieval francés, que no iba a nada y que apenas concedía entrevistas. No obstante, decidimos intentarlo. Su 'email' no lo tenía ni Emili Bernárdez, el editor de La Cúpula, que había publicado las obras completas de Crumb. Por medio de nuestro querido amigo Borja Crespo y de Ricardo Mena conseguimos su dirección postal y le hicimos el ofrecimiento por carta. La muy grata sorpresa fue que Robert contestó por 'email' con palabras amables: aceptaba el premio de buen grado y anunciaba que vendría a Bilbao en compañía de Aline.
La fama de huraño y de antipático de Robert Crumb se desvaneció a su llegada; era tímido y ensimismado, pero un hombre amable de sonrisa pronta. La voz cantante la llevaba Aline, una mujer atractiva llena de energía y encanto y un arquetipo físico de las rotundas mujeres que dibuja Crumb (de hecho, la ha dibujado en varias historietas autobiográficas). A mí, acérrimo admirador de su obra y de su persona, me parecía mentira tener a Robert Crumb al lado por la calle o en la mesa de un restaurante, como antes me había sucedido con Tom Sharpe y me sucedería después con John Cleese.
Aline cuidaba de Robert con atenciones casi maternales y lo reconvenía cuando posaba desgarbado para una foto o parecía estar más ausente de la cuenta; Robert le hacía caso como un niño obediente. Se notaba a la pareja muy unida y enamorada; ambos se prodigaban muestras de afecto con naturalidad y sin resultar empalagosos. Durante las comidas, Robert dibujaba en una libreta y se olvidaba de seguir con el plato. A Carolina Ontivero, mi compañera en la dirección del festival, le dedicó y regaló un dibujo original para envidia nada disimulada de todos los presentes, sobre todo de Santiago Segura, qué preguntaba con gracia y nerviosismo: «¿Qué hace?, ¿pero qué hace por Dios?». Santiago se encargó de entrevistar a su admirado Crumb ante el público en la Sala BBK cuando la entrega del premio. Se habían caído bien y fue una entrevista estupenda en la que Robert se mostró cómodo y contó cosas personales, algunas por primera vez, confesó. De hecho, decía que en las pocas entrevistas que da se desnuda demasiado y luego se arrepiente, pero que en esa ocasión no era el caso. Antes del regreso a casa, Aline también le hizo un dibujo a Carolina y le puso en la dedicatoria que tanto Robert como ella se habían sentido muy bien tratados y con cariño por todos nosotros y que estaban agradecidos y contentos de su paso por Bilbao.
Imagino hoy al anciano Robert en Sauve, arropado del frío de la soledad por su colección de 5.000 discos de música popular norteamericana de entre 1926 y 1932. Supongo que en el duelo pincha solo 'blues', recuerda los días felices y siente todo el amor de Aline, que abarca una vida.
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