Otras épocas
Alicia Giménez Bartlett
Sábado, 19 de octubre 2024, 00:01
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Alicia Giménez Bartlett
Sábado, 19 de octubre 2024, 00:01
Hubo épocas pasadas (verdad incontestable). No voy a decir si fueron mejores o peores que la actual. Fueron muy, muy distintas (otra verdad). La palabra, los debates y las polémicas tenían diferente dimensión. Todo era más florido, más divertido y más enriquecedor. Pensar que en ... otros tiempos los políticos o los intelectuales se amaban tiernamente dedicándose piropos y aplausos es una absoluta falsedad. En los inicios del siglo XX el Parlamento también bullía de controversias y ataques personales, pero las perlas que intercambiaban sus señorías estaban llenas de ingenio y buena retórica, aunque contuvieran una soterrada maldad.
Sin citar nombres, recuerdo una historia. Un diputado de la derecha interrumpe a gritos a un diputado de izquierda que habla de cambio y revolución. «¿Usted revolucionario? ¡Pero si es de los que duerme con camisón rosa y de seda!». Contestación del interpelado: «Lamento que su esposa haya sido tan indiscreta». ¡Zas! Una bofetada con guante blanco y humor animaba el cotarro y elevaba la ironía como arma inteligente y necesaria para discrepar. ¿Es necesario que pongamos ejemplos del Parlamento actual? Aparte del tono bronco, el lenguaje y la oratoria son planos, vulgares y repletos de frases hechas. Escaso humor. Otras épocas.
Me remitiré a la Literatura, el campo que mejor conozco. Los escritores hemos ido reduciendo nuestros foros de opinión hasta limitarnos a hacer declaraciones de prensa mientras promocionamos nuestros libros. Sé que los sustanciosos intercambios verbales entre Góngora y Quevedo son ya remotos y tampoco son cercanos los de Rubén Darío y Pío Baroja, por poner dos célebres ejemplos. Pero de ahí a que hoy en día seamos incapaces de ejercer la más mínima crítica estética o ideológica de un colega por diplomacia o autocensura, hay un abismo vacío de contenidos. Sería deseable discrepar con argumentos entre nosotros, lanzarnos públicamente alguna puya chispeante o, al menos, dar nuestro parecer sobre temas que no se circunscriban al intento de vender lo que hemos escrito. Y es que, se lo aseguro, luego en la intimidad nos ponemos a parir. El lenguaje que empleamos no resulta selecto ni elocuente, aunque en ocasiones sirva para echar unas risas. Otras épocas, ya digo.
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