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La catedral de Burgos es un bellezón. Habrá quien diga que las hay más recónditas y misteriosas, más proporcionadas arquitectónicamente, más esbeltas. Me da igual. Cada vez que he visitado la ciudad, me he plantado delante del templo y siempre me impresiona su magnificencia, su ... elegancia, la absoluta perfección del conjunto. Los expertos comparan su estilo con el gótico francés, como las de París y Reims. Sin embargo, un historiador del país vecino me dijo un día: «La diferencia entre las catedrales europeas en general y las españolas es que estas últimas están llenas de riquezas, mientras el resto se vació».
He entrado en tromba sobre este tema cuando en realidad no es el que me propongo tratar hoy. Me invitaron hace poco a dar una charla en el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua (Burgos). El lugar es un magnífico palacio neogótico (Palacio de la Isla) donde me informan que se alojó Franco con su familia durante la Guerra Civil. Parece que no escogió una trinchera aquel señor… aunque ese también es otro tema. En el Instituto, cuya existencia yo desconocía, se investiga sobre los orígenes del español, aparte de realizar actividades culturales de diversa índole. Pueden acudir libremente para consultas: estudiantes, profesores, estudiosos y curiosos, si bien de esos había pocos. El director me lo muestra con un orgullo especial. Me habla de los planes para la difusión y promoción del español, pero incide muy concretamente en la importancia de los estudios de la entidad para investigar los orígenes de la lengua. Menciona los logros de «las pizarras de la época visigoda» y «los Cartularios de los Monasterios burgaleses de Valpuesta y Cardeña». Añade que todo este saber ha pasado a formar parte de la enseñanza en escuelas de Primaria y Secundaria. Se expresa con inmediatez y pasión, como si hiciera sólo un rato que los visigodos camparan por aquí.
Es obvio que, mientras el planeta se mueve a toda castaña en el universo, mientras las Bolsas suben o bajan, mientras las redes sociales y sus dueños no descansan ni un minuto, hay gentes que viven en otra dimensión. Cada uno en una pequeña mesa de despacho, los trabajadores del Instituto se ocupan de cosas que no influyen en nuestro presente inmediato, pero nos muestran quiénes somos y de dónde venimos. Me gusta pensar que existen esos grupos ajenos al movimiento continuo y frenético del presente: estudiosos, historiadores, arqueólogos, investigadores… gente capaz de sentir emoción frente a un manuscrito medieval, un grabado renacentista… ¡qué sé yo! A veces, me da por pensar que están más vivos que los brokers o los directores de marketing. Otras, los envidio de corazón.
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