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Deirde Mask es una brillante abogada y autora norteamericana que acaba de publicar su primer libro. Se trata de un ensayo tan original y ameno ... que ya lleva un montón de traducciones, entre ellas el español. Se titula 'El callejero' y metiéndonos en sus entrañas, podemos enterarnos de un montón de cosas tales como que en EE UU hay gente que carecía de dirección postal y adjudicársela es un método para que salgan de la pobreza. De la misma manera, informa sobre el impacto social y económico que tiene el callejero en una ciudad. Cierto es que allí suceden cosas insólitas para nosotros, pero Mask habla de otro tipo de circunstancias que sí están vigentes por estos lares. ¡Qué me van a decir!, este es el país de las trifulcas políticas a cuenta de los homenajes que se hacen a personajes de todo tipo por el sistema de ponerle su nombre a una calle. No hace mucho tiempo resonaron tambores de guerra entre derecha e izquierda por la pertinencia de bautizar una calle de Madrid con el nombre de Almudena Grandes. Ya ven que no es necesario haber pertenecido a la esfera política para que la polémica estalle a propósito de este tema.
Parece que estemos hablando de algo importante y crucial, ¿cierto?, pues ya será menos. Una servidora, en su minúscula talla de escritora, tiene dos calles con su nombre en dos pueblos distintos. Una, en Almansa, porque allí nací. Podrá pensarse que la recepción de semejante honor estuvo adornada de solemnidades y pompas varias, pero ¡qué va!, me enteré de casualidad. Había dado una conferencia en esa localidad y al final, una señora me preguntó: «¿Qué le parece lo de su calle?» Pensé que estaba desvariando y la señora lo notó. Como nos encontrábamos en un hotel, fue a recepción y vino con un plano de la ciudad. En efecto, allí estaba mi referencia en todo su esplendor dotando de nombre a la avenida de un polígono industrial. Nadie se había puesto en contacto conmigo para comunicármelo. La segunda calle me la adjudicaron en Torre Pacheco, lugar al que nada me une excepto la gratitud por ello. De esto me enteré por un amigo. Allí figuro en un barrio en el que las calles llevan nombres de escritoras.
Me siento honrada, me divierte y sé que cualquier día algún alcalde me mandará a freír espárragos, y supongo que tampoco me lo comunicarán. Desafortunadamente ni Almansa ni en Torre Pacheco acertaron ni de lejos al escribir Bartlett en la placa.
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