A Alfonsina Storni le apasionaban la poesía y el teatro. E. C.
Cultura

Alfonsina Storni y el suicidio como libre albedrío

Un canto universal ·

Desde niña hizo compatible su extraordinaria vitalidad y su trato de tú a tú con la muerte

Carlos Aganzo

Domingo, 27 de octubre 2024, 19:09

Tenía 17 años cuando se asomó, quizás por primera vez, al abismo. Allí la encontraron, al borde de un barranco, cerca de la ciudad de Coronda. En la pensión donde vivía, Alfonsina Storni había dejado una misiva en la que decía: «Después de lo ocurrido ... no tengo ánimos para seguir». Lo ocurrido fue que el día anterior, en San Lorenzo, a unos cien kilómetros de Coronda, mientras cantaba un bis de la 'Cavatina', de 'El barbero de Sevilla', alguien dijo haberla identificado como la cantante de un local de dudosa reputación de Rosario. Con las consiguientes burlas del público.

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Desde niña, la escritora había hecho compatible su extraordinaria vitalidad con su trato de tú a tú con la muerte. Algo que quizá heredó de su padre, un suizo «melancólico y raro» que llegó a la provincia de San Juan, en Argentina, en 1880, para fundar la compañía Cerveza Los Alpes, y montar un local. Durante un tiempo, la familia volvió a Suiza, donde nació Alfonsina en 1892, antes de regresar de nuevo a Argentina, ya para siempre. Un melancólico que eligió el nombre de su hija, Alfonsina, y le aseguró que significaba «dispuesta a todo». Y cuyas ilusiones terminaron en una mesa de su establecimiento cervecero, donde su mujer le levantaba de noche, completamente alcoholizado, para acostarlo en la cama.

De sus mixtificaciones da testimonio ella misma, con su primer recuerdo de niña: «Estoy en San Juan, tengo cuatro años; me veo colorada, redonda, chatilla y fea. Sentada en el umbral de mi casa, muevo los labios como leyendo un libro que tengo en la mano y espío con el rabo del ojo el efecto que causo en el transeúnte. Unos primos me avergüenzan gritándome que tengo el libro al revés y corro a llorar detrás de la puerta». Según su madre, la pequeña Alfonsina tenía grandes dificultades para decir la verdad: prefería inventarse sucesos que nunca ocurrieron, para pasmo de los demás. Empezó fregando platos a los diez años, y a lo largo de su vida desarrolló todo tipo de oficios para poder ser independiente: desde obrera en una fábrica de gorras hasta directora de una escuela, pasando por maestra, empleada de farmacia, dependienta, periodista, profesora de declamación y hasta «corresponsal psicológico».

Poesía y teatro

«A los doce años escribo mi primer verso. Es de noche; mis familiares ausentes. Hablo en él de cementerios, de mi muerte. Lo doblo cuidadosamente y lo dejo debajo del velador, para que mi madre lo lea antes de acostarse. El resultado es esencialmente doloroso; a la mañana siguiente, tras una contestación mía levantisca, unos coscorrones frenéticos pretenden enseñarme que la vida es dulce. Desde entonces, los bolsillos de mis delantales, los corpiños de mis enaguas, están llenos de papeluchos borroneados que se me van muriendo como migas de pan», escribe Alfonsina Storni.

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Así fue, hasta convertirse en una de las tres grandes de la poesía hispanoamericana de su tiempo, junto a la uruguaya Juana de Ibarbourou y a la chilena Gabriela Mistral. Aunque nunca le pudo pagar la edición al impresor, y tampoco tuvo una buena aceptación entre el público ni la crítica, lo cierto es que su primer libro de poemas, 'La inquietud del rosal', que publicó con 24 años, le sirvió de pasaporte para integrarse en las tertulias y los círculos intelectuales de su tiempo. En 1918 publicó 'El dulce daño', en 1919 'Irremediablemente', y en 1920 su libro 'Languidez', que ganó el segundo premio Nacional de Literatura, la consagró. Más tarde escribiría 'Ocre'(1925), 'Poemas de amor' (1926) o 'Mundo de siete pozos' (1934).

Quizás tanto como la poesía le apasionó el teatro, donde se inició con 15 años, sustituyendo a última hora a una actriz que hacía de San Juan Evangelista, ya que se había aprendido de memoria todos los papeles de la obra. Más tarde, con la compañía de José Tallavi recorrió buena parte del país representando los 'Espectros' de Ibsen, 'La loca de la casa', de Galdós, y 'Los muertos', de Florencio Sánchez. A su regreso de la gira escribió su primera obra de teatro, 'Un corazón valiente'. La segunda, que se estrenó en marzo de 1927, cuando la escritora tenía 34 años, fue un auténtico fracaso ante la crítica y a los tres días fue retirada del cartel. En 'El amo del mundo', Alfonsina Storni hablaba, en clave autobiográfica, de su propia experiencia con los hombres.

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Según algunos críticos, tanto en su poesía como en su teatro, su prosa y su correspondencia, no es difícil seguir los rastros de la neurosis que acompañó a Alfonsina Storni a lo largo de toda su vida. Envuelta en una mezcla de reivindicación feminista, dolor, miedo, incomprensión, desacuerdo con el mundo y sentido de exclusión y marginalidad, a pesar de sus éxitos. Tal vez por todo ello en diferentes ocasiones reivindicó el suicidio como fruto del más puro albedrío de los seres humanos. El suicidio, que empezó a perseguirla en 1928, con la muerte de su amigo el poeta Francisco López Merino, pero que verdaderamente llegó a obsesionarla con el suicidio de su amigo y amante Horacio Quiroga.

A Quiroga le había conocido en una reunión familiar en 1919, cuando ella tenía 27 años y él 41: jugaban a las prendas y a ambos les tocó besar al mismo tiempo las dos caras de un reloj de bolsillo que sostenía Horacio; el poeta uruguayo levantó el reloj en el momento en que Alfonsina iba a posar sus labios en él, y la prenda se convirtió en un beso. Durante años Alfonsina y Horacio compartieron tertulias literarias, conciertos musicales y sesiones de cine, hasta que el escritor conoció a María Elena Bravo y se casó con ella, en 1927. Cuando éste se suicidó, diez años después, Alfonsina escribió, como un presagio: «Morir como tú, Horacio, en tus cabales, / Y así como en tus cuentos, no está mal; / Un rayo a tiempo y se acabó la feria... / Allá dirán. / Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte / Que a las espaldas va. / Bebiste bien, que luego sonreías... / Allá dirán».

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«¿A quién le pagan el premio?»

Ese mismo año, 1937, Alfonsina escribió su último libro, 'Mascarilla y trébol', publicado al año siguiente, el mismo en el que se enteró también del suicidio de Leopoldo Lugones y de la hija de Horacio, Eglé, que tenía tan solo 26 años. Como es bien conocido, mientras se bañaba en el mar una ola le golpeó con fuerza en el pecho, y perdió el conocimiento. A raíz de ahí descubrió un bulto que resultó ser un cáncer de pecho. La mastectomía terminó por deprimirla del todo, y de alejarla de sus amigos. Cuando presentó 'Mascarilla y trébol' al concurso de poesía de la Comisión Nacional de Cultura le preguntó a su presidente: «¿Y si uno muere, a quién le pagan el premio?».

Lo demás es parte de la leyenda: las cartas y el poema dictados a la mucama Celinda, que la cuidaba en el balneario de Mar del Plata, 'Voy a dormir': «Dientes de flores, cofia de rocío, / manos de hierbas, tú, nodriza fina, / tenme puestas las sábanas terrosas / y el edredón de musgos escardados. // Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. / Ponme una lámpara a la cabecera, / una constelación, la que te guste, / todas son buenas; bájala un poquito. // Déjame sola: oyes romper los brotes, / te acuna un pie celeste desde arriba / y un pájaro te traza unos compases // para que olvides. Gracias... Ah, un encargo, // si él llama nuevamente por teléfono // le dices que no insista, que he salido...».

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Sobre la escollera de la playa de La Perla quedó uno de los zapatos de Alfonsina, que se había enganchado con los hierros antes de que se arrojara al mar y al abismo de la muerte. La zamba 'Alfonsina y el mar', que compusieron Ariel Ramírez y Félix Luna y que grabó por primera vez Mercedes Sosa, sugiere un final más romántico, con la poeta adentrándose en las aguas y dejando en la blanda arena el perfil de sus huellas. Y se convirtió en un canto universal.

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