Volvimos a Soria en invierno. El aire es más transparente. Junto al puente huele a leña quemada. El Duero apenas se mueve entre los chopos, mimbres y abedules, mientras da la curva de ballesta en torno a Soria. Lejanos los montes azules, altos los cielos ... violetas. El paseo de San Polo a San Saturio se prolonga ahora, tras pasar el puente de piedra, por la ribera, hacia San Juan de Duero y más allá. Cruza una pasarela y vuelve colgado sobre el río, pegado a las rocas y la muralla que están restaurando.
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En la entrada del monasterio de San Juan de Duero, donde los templarios salían de sus tumbas en 'El monte de las ánimas', han puesto una escultura voluntariosa de Bécquer, en bronce negro. Bécquer vivió en la provincia de Soria con su mujer, Casta, y allí nacieron sus hijos. En Soria escribió 'El monte de las ánimas' y también 'Los ojos verdes', 'El rayo de luna', 'La promesa' y 'La corza blanca'. Ya separado, volvió a la ciudad con su hermano Valeriano, el pintor. El aire de Soria le aliviaba la tuberculosis. En el monasterio de Veruela, cerca del Moncayo, vivió otra temporada por la misma razón, y allí escribió las 'Cartas desde mi celda'.
En el centro de la ciudad hay un redundante homenaje escultórico a los poetas. Gerardo Diego posa, sentado, en el soportal del casino provinciano. Machado y Leonor se turnan en bronce. Hasta el verdadero olmo seco es una escultura con la hendidura sujeta por chorretones de cemento plástico. Leonor ofrece al visitante la silla de su retrato de boda en la delantera de la iglesia en la que se casaron. Si dejáramos volar la imaginación diríamos que nos reclama como en una leyenda macabra de Bécquer.
Se han secado algunos juníperos en el camino de la Fuentona y en el sabinar de Calatañazor, donde Almanzor perdió la batalla y el tambor. Sobrecoge el silencio en el bosquecillo mágico de la Fuentona azul de Muriel, donde nace, entre roquedos, el río Abión, de aguas puras que ondulan las cabelleras verdes de los berros. De vuelta a la ciudad, las ardillas de la Alameda de Cervantes nos comen frutos secos en la mano. No están las cigüeñas de otras veces, a dónde habrán ido que luzcan mejor que lo hacían, dormidas sobre una pata, en los pináculos del palacio de Gómara, como puestas por el ayuntamiento.
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