El abrazo de los amigos del espacio tiempo
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Eduardo Chillida y Jorge Oteiza pasaron de ser amigos a protagonizar un desencuentro que duró 30 años y al que pusieron fin en 1997 con un encuentro que pasó a la historiaJavier Guillenea
Domingo, 7 de enero 2024
Se miran en la distancia y también se abrazan sin que lleguen a tocarse. Llegó primero el 'Peine del Viento', de Eduardo Chillida, que se abrió al público en 1977. Mucho más tarde, en octubre de 2002, el Ayuntamiento de San Sebastián instaló en el ... Paseo Nuevo la escultura de Jorge Oteiza 'Construcción vacía'. Chillida había muerto tres meses antes. Su amigo o enemigo, según el momento, no le sobrevivió mucho tiempo.
Alejadas pero también cercanas, las dos esculturas simbolizan la tensa relación que mantuvieron los dos artistas a lo largo de su vida. Sus desencuentros, propiciados sobre todo por Oteiza, dividieron a la escena artística vasca, que tuvo que optar entre apoyar a uno o a otro. La convulsa situación social y política que se vivía en Euskadi hizo el resto. En aquellos años era difícil mantenerse al margen de lo que estaba ocurriendo.
Ante todo fueron amigos, aunque a su manera. Chillida y Oteiza, que cimentaron las bases de la nueva escultura vasca, lideraron el grupo Gaur, que nació a finales de 1965 con el fin de subvertir la escena cultural en Euskadi. El grupo duró dos años, el tiempo suficiente para lograr su objetivo. Con ellos cambió todo, pero sus caminos se bifurcaron.
Los dos escultores se habían conocido durante su época de estudiantes en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid. En 1948, ambos coincidieron en París, ciudad en la que se zambulleron en las ideas estéticas innovadoras que estaban emergiendo en Europa. Fue allí donde cimentaron su amistad y compartieron sus puntos de vista con respecto a la escultura.
El nacimiento de Gaur marcó el principio del fin de esta relación. Muy pronto Oteiza comenzó a acusar en público a Chillida de haber seguido su estela y caer en «las trampas del mercado» frente a la supuesta independencia del creador de Orio. A finales de 1969, un artículo en la revista de arquitectura 'Nueva Forma', editada en Madrid, dinamitó sin pretenderlo la amistad entre los dos escultores.
En el artículo, el crítico de arte Santiago Amón hablaba sobre la efervescencia artística en el País Vasco y mencionaba a Chillida y Oteiza en términos que no acabaron de gustarle a este último. Tras leer el texto, llegó a la conclusión de que el crítico situaba al donostiarra en un nivel superior, lo que le llevó a enviar una airada carta de protesta al director de la publicación, el arquitecto Juan Daniel Fullaondo.
Comenzó así una guerra soterrada que dividió a la cultura vasca en dos bloques en los que se mezclaron arte y política. Pese a su compromiso con causas sociales como el movimiento antinuclear, Chillida, de ideología próxima a la democracia cristiana, era visto por sus detractores como un escultor institucional que recibía muchos encargos públicos. Por el contrario, la figura de un Oteiza próximo a la izquierda aber-tzale que había lanzado la idea del frente cultural vasco, venía a representar lo revolucionario y alternativo.
La confrontación pronto adquirió vida propia alentada por los entornos de los dos escultores, que no dudaron en agitar las aguas para obtener réditos personales. En los años 70 Oteiza multiplicó las críticas contra su viejo amigo, muchas veces mediante cartas a los periódicos. «Es el único artista vasco que se ha opuesto a la escuela vasca», le reprochó. «Chillida ha querido ser él solo. No solamente ha sido incapaz de nombrarnos a los artistas de su país, de hablar de nuestro movimiento cultural, sino que ha dejado perder oportunidades para que la atención internacional se volcara en nuestro país», llegó a escribir.
Mientras sus partidarios acusaban a Oteiza de actuar movido por la envidia, Chillida guardaba silencio. Tan solo respondió en una ocasión. «Que cumpla el consejo bíblico que dice 'honrarás a tu padre y a tu madre'», dijo una vez acuciado por las preguntas de los periodistas.
Las descalificaciones del oriotarra fueron subiendo de tono hasta desembocar en 1991 en 'El libro de los plagios', en el que lanzaba un ataque demoledor contra el artista donostiarra. En el texto, Oteiza intentó demostrar que los artistas contemporáneos vascos, en especial Chillida, habían estado copiando su trabajo. «Lo que me parece mal es que me plagie y disimule, lo que me parece mal es que niegue la escuela vasca. Sin escuela vasca, sin familia, no sería nadie. Lo que me parece mal es que haya sido cómplice en una política cultural de ineptos, en el Gobierno vasco, y con Gernika traicionada», escribió.
Tuvieron que pasar 30 años para que los viejos amigos se volvieran a encontrar. El 11 de diciembre de 1997 se recibió en el domicilio de los Chillida una carta certificada de Oteiza que llamaba a la reconciliación. El artista donostiarra aceptó de inmediato y cuatro días después se produjo el encuentro en la finca Zabalaga, en Hernani, donde tres años más tarde se abriría el museo Chillida Leku. La imagen del abrazo entre ambos, ante la escultura 'Besarkada' (El abrazo) tuvo un fuerte valor simbólico en un contexto marcado por la violencia de ETA. Esa misma tarde emitieron un breve comunicado, firmado por ambos, en el que señalaban que «más allá de nuestras diferencias habrá siempre un espacio-tiempo para la paz».
No hay constancia de que se volvieran a ver, al menos no lo hicieron en público. Chillida murió el 19 de agosto de 2002. Oteiza, el 9 de abril de 2003. Por encima de sus diferencias queda su obra. Y el abrazo en el espacio entre el 'Peine del Viento' y 'Construcción vacía'.
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