![El superviviente sereno](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/pre2017/multimedia/RC/201701/27/on-extra/media/cortadas/21080974-knYD-U211690544540yqB-575x420@RC.jpg)
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IBON ZUBIAUR
Viernes, 27 de enero 2017, 16:42
Si cada enero toca rememorar la liberación del campo de Auschwitz por el Ejército Rojo (el día 27 es desde 2005, a instancias de la ONU, Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto), este año se cumple también el centenario de uno de los escritores que plasmó de forma más admirable la vida concentracionaria: el vienés Fred Wander (5 de enero de 1917 10 de julio de 2006).
La literatura más célebre sobre los campos suele ser la tendente a lo ensayístico: de Primo Levi a Imre Kertész, de Jean Améry a Jorge Semprún. Hay otros abordajes no menos valiosos, como la crudeza incomplaciente, sarcástica casi, de Tadeusz Borowski. Wander elude la abstracción intelectual y logra algo muy raro: preservar la inocencia de la voz que narra. Su tono resulta de un esfuerzo literario muy consciente, pero también de una biografía a ras de suelo.
Fred Wander había nacido como Fritz Rosenblatt, hijo de judíos ucranianos que, huyendo de los pogromos, se habían asentado en Viena solo en 1911. Creció en la calle y sin vínculos religiosos, pero sintiendo en carne propia el rabioso antisemitismo vienés. La tradición que decía haber heredado era la de los perseguidos: aprendió a observar en silencio, a reconocer el peligro, a recogerse.
A los catorce años entró a trabajar como repartidor de muebles y probó diversos oficios, pero cuando Hitler se anexionó Austria en 1938, aclamado por masas eufóricas que se lanzaron a vejar a sus vecinos judíos, cruzó la frontera suiza e inició una vida de vagabundaje por Europa. En París conoció los asilos para indigentes y los códigos del submundo. Más tarde exaltaría el valor liberador de la privación: quien nada tiene que perder desarrolla un sentido especial para las riquezas inmateriales.
Al estallar la guerra fue internado en los campos franceses, donde vio sucumbir a cientos que no estaban preparados para esa ignominia. Tras la capitulación vagó por el sur y trató de obtener un visado en Marsella. En septiembre de 1942 cruza a pie a Suiza, pero es devuelto encadenado a las autoridades de Vichy, que se encargan de deportarlo a Auschwitz. De allí irá a una fábrica con trabajadores esclavos en Hirschfeld (actual Jenelia Góra) y más tarde lo enviarán al campo de Buchen-wald, donde es liberado en abril de 1945.
Repatriado a Viena, aunque desarraigado (de toda su familia solo ha sobrevivido un hermano), empieza a trabajar como reportero y fotógrafo. En 1952 conoce a la joven Elfriede Brunner, que pasará a la historia de la literatura como Maxie Wander. Se casan en 1956, tras divorciarse Fred de su primera mujer, Otti. En Maxie encuentra al amor de su vida y su pareja ideal para entrevistar a personajes atípicos, marginales. En 1958 se trasladan a la República Democrática Alemana: las editoriales de este anómalo país son las únicas que se interesan por su trabajo. Escriben reportajes y guiones para la radio y la televisión, pero la consagración literaria de Fred llegará en 1971, con 'El séptimo pozo' (traducción española de Teresa Ruiz Rosas).
El inframundo
Aunque las dos obras mayores de Fred Wander han sido editadas ya en castellano, cabe soñar con que su centenario le reporte nuevos lectores y otras traducciones. Una opción de evidente actualidad sería la novela 'Hôtel Baalbek' (1991), de virtudes muy similares a 'El séptimo pozo'. En un hotelucho de Marsella se hacinan refugiados de las más diversas condiciones todos sueñan con un visado que les permita salir de Francia, antes de que los alemanes ocupen la 'zona libre'. Con su acreditada sensibilidad hacia los excluidos, Wander retrata aquí otra galería de personajes al borde del abismo (desde músicos a un tragafuegos) y plasma sus esperanzas y anhelos, sus grandezas y miserias. Hoy que los desplazados se cuentan por millones y el debate sobre su suerte alcanza cotas nuevas de ruindad, merece la pena leer esta obra sobre un tiempo no tan lejano. No solo por piedad humanitaria
La originalidad de la novela reside en que no persigue la denuncia, ni siquiera el testimonio, sino una suerte de elegía personal. Su tono está libre de rencor y patetismo, y si se eleva por encima de la sobriedad es solo por cantar la vida, los milagros ínfimos del existir y la camaradería. El horror es el paisaje por el que desfilan episodios y voces, y aunque los campos reúnen a ricos y pobres, a asimilados y ortodoxos, Wander muestra su predilección por ese elenco abigarrado del inframundo judío: trotamundos, pícaros, actores, tratantes, iluminados, curanderos, artistas del hambre. La obra termina con una experiencia extática, el día de la liberación, en «el punto cero del mundo»: en la sonrisa de un cadáver, en la humanidad instintiva y huraña de unos niños embrutecidos por el campo, el narrador atisba una señal de la esperanza.
'El séptimo pozo' es la gran novela de Fred Wander, aunque su fama la eclipsaría casi la sensación que supuso en 1977 el reportaje de Maxie 'Buenos días, guapa': vendió 60.000 ejemplares sólo en su primer año e inauguró un auténtico aluvión de protocolos de entrevistas (como los de Svetlana Aleksiévich). Maxie apenas pudo disfrutar de aquel impacto: murió de cáncer en noviembre de ese mismo año y ascendió a autora de culto, consagrada por los diarios y cartas que Fred editó póstumamente.
Después de su frustrada fuga a un caserón rural en Mecklemburgo (donde atrajo, eso sí, a todo tipo de hippies y náufragos de la vida), Fred terminó por regresar a Viena, sin dejar nunca de escribir. Octogenario casi, publicó la que quizá sea su obra maestra: 'La buena vida o De la serenidad frente al horror. Memorias' (1996, edición aumentada en 2006, traducción castellana de Richard Gross). Todo el aplomo adquirido en sus años trashumantes, toda la empatía que aquilataron la errancia y la persecución, pero también las amistades y la singular complicidad de Maxie, encuentran su expresión en este libro entrañable, un verdadero manifiesto de vitalidad benévola. Cada cual tiene su historia; Fred Wander fue un proscrito y asistió en directo al Holocausto. Supo dar cuenta de ello con rara altura moral y literaria.
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