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ELENA SIERRA
Viernes, 6 de enero 2017, 10:52
Dos poetas muy distintos se encuentran en el efervescente Bilbao anterior a la Guerra Civil española y, pese a todas sus diferencias (edad incluida), van a mantener una relación afectuosa y de mutua admiración durante toda su vida. Son Gerardo Diego y Blas de Otero, los dos protagonistas del libro escrito por Juan José Lanz, profesor Titular de Literatura Española en la Universidad del País Vasco, especialista en Literatura Contemporánea, publicado por la Fundación que lleva el nombre del poeta cántabro. 'Gerardo Diego y Blas de Otero entre Santander y Bilbao' se nutre del archivo de esta institución; allí se encontraban unos poemas mecanoscritos enviados por el bilbaíno a su amigo cántabro y también cartas y otros documentos hasta ahora inéditos que ayudan a contar su historia. Gracias a ese material, Lanz ha podido reconstruir un periodo histórico, el que discurre entre 1935 y 1950, que fue «tan importante para la formación del poeta bilbaíno», además de recuperar «poemas de ese período que no se han incluido en sus Obras completas» y estudiar «la relación que Gerardo Diego mantiene estos años con escritores y personas del entorno bilbaíno de Blas de Otero, como los hermanos Pablo y Antonio Bilbao Arístegui, Antonio Elías Martinena, José Miguel de Azaola o Javier de Bengoechea».
Todos ellos vivieron aquel Bilbao de tertulias culturales, revistas literarias, experimentos poéticos, visitas de grandes artistas. La relación del cántabro (1896-1987) con la ciudad venía de lejos, ya que su madre era de Azkoitia, uno de sus hermanos había estudiado Ingeniería en la Villa y otro vivía allí. «Además, él estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Deusto, donde comenzó en 1912», señala Lanz. En la Universidad conoció a su íntimo amigo Juan Larrea y se metió de lleno en la vida cultural bilbaína, de la que no se desligaría nunca. «Participará muchas veces en conferencias y recitales. Muy pronto, en 1916, ofrece allí un recital de piano y en 1919 pronunciará en el Ateneo bilbaíno su conferencia 'La poesía nueva', que habría de revolucionar el ambiente poético nacional».
A Blas de Otero (1916-1979) lo conocería a mediados de la década de los años treinta en el entorno de jóvenes poetas que andaban revolviendo esa vida cultural y que crearon el grupo ALEA en febrero de 1936 Lauaxeta, Jaime Delclaux, Bilbao Arístegui. «Para unos jóvenes de menos de veinte años era un lujo tener próximo a un poeta de la altura de Gerardo Diego, que les daba noticias de los autores del 27, como Alberti, Lorca o Salinas, o de su admiradísimo Juan Ramón Jiménez, y que además atendía sus preocupaciones estéticas y leía sus primeros esbozos literarios», recuerda el autor de 'Gerardo Diego y Blas de Otero entre Santander y Bilbao'.
Poco citado
De hecho, el cántabro fue muy importante en los primeros pasos del bilbaíno, tanto por los consejos o la ayuda que recibió de él como por la huella que dejó en sus poemas y en los de otros autores que vendrían más tarde pese a que, como explica Lanz, «es curioso que Gerardo Diego, que es una de las presencias más habituales en las revistas y publicaciones poéticas durante los primeros años de la posguerra, al menos hasta 1952, sea sin embargo escasamente citado o reconocido, mientras que nombres como los de Vicente Aleixandre o Dámaso Alonso son más mencionados».
Lanz asegura que esa huella es muy visible en la obra de Blas de Otero, que al parecer admiraba en particular el libro 'Alondra de verdad', de 1941, «un ejemplo de maestría en la escritura del soneto» que tuvo siempre muy presente. Esto queda a la vista en algunos de sus propios poemas y en las cartas que le envió al cántabro, que era ya una figura consagrada cuando se conocieron. Compartía con él referentes culturales y poéticos, pese a ser en apariencia muy diferentes y cultivar estéticas muy distantes. «En cuanto acercamos la mirada vemos que ambos comparten muchas cosas: son poetas cultos, con admiración por autores muy concretos de los Siglos de Oro (San Juan de la Cruz, Lope de Vega, el Conde de Villamediana, Góngora); ambos tienen en principio una semejante raigambre religiosa (aunque evolucionan de distinto modo); sienten mucho respeto por la poesía de Juan Ramón Jiménez pero también por la vanguardia; ambos son taurófilos y melómanos, etcétera», enumera Lanz.
Clasicismo y vanguardia
Diego era «un poeta que logra aunar clasicismo y vanguardia, ruptura y arraigo». A ojos de Blas de Otero, «será siempre el alto poeta de 'Alondra de verdad', pero también el antólogo excepcional de la más brillante generación de poetas del siglo XX y el admirado editor de la poesía de Lope de Vega y de Villamediana». Para su amigo, perteneciente a otra generación, el de Bilbao sería siempre «el sonetista excelso de los primeros libros, el poeta autoconsciente de su capacidad, el poeta de intensa vida interior, concentrado y capaz de todas las explosiones violentas e intermitentes, aunque se sienta más distante del 'giro social' que emprende su poesía a mediados de los años cincuenta». Giro del que ya iba siendo testigo directo desde finales de la década de los cuarenta, ya que Blas de Otero le envió copia de los textos de 'Ángel fieramente humano' (1950) y 'Redoble de conciencia' (1951) como «muestra de la confianza que tenía en su juicio». Varios de estos textos, conservados entre las páginas de un volumen de 'Ángel fieramente humano' en la Fundación santanderina, son los que han «permanecido inéditos durante años o presentaban variantes notables».
De Otero llegaría a ser «un poeta revolucionario en todos los sentidos». Su poesía social no fue, por lo que sabe, tan del gusto del cántabro como su trabajo anterior, aunque su admiración mutua no se vio afectada por ello. Cuando se publicó 'Pido la paz y la palabra', lo elogió en una reseña «a pesar de no parecer muy de acuerdo con las 'agudas y voluntariamente ambiguas intenciones' del título del poemario», recuerda Lanz. Y fue «uno de los primeros en apuntar la decadencia de la poética social en un artículo publicado el 13 de julio de 1962 en 'ABC', donde significativamente ensalzaba la obra de Blas de Otero y Gabriel Celaya, más allá de las corrientes poéticas a la moda».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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