Gerardo Elorriaga
Viernes, 23 de diciembre 2016, 16:57
La figura del Pantocrátor parece alzarse sobre la bruma irregular que oculta sus pies, como si se tratara de un superviviente de otra época que intenta zafarse de la niebla del tiempo y recuperar su magnificencia. La mirada de un espectador actual puede sugerir una ... interpretación contemporánea de la fe cristiana, pero el peculiar estado de la famosa déesis de Santa Sofía, la representación de Cristo flanqueado por la Virgen y San Juan Bautista, tan solo responde al intento de borrar los frescos que decoraban los muros de la catedral de Constantinopla. En el siglo XIII, cuando se pintó esta obra, considerada cumbre del Renacimiento bizantino, un dictamen del cadí Abu Zakaria Mohiuddin Yahya Ibn Sharaf An-Nawawi permitió a las tropas musulmanas hacerse con los templos de aquellos territorios conquistados si los tratados de rendición no reconocían el derecho a su propiedad y uso como lugar sagrado. La imagen sobrevivió, siquiera parcialmente, a la furia iconoclasta de los nuevos propietarios en un entorno de mixtura religiosa en el que también se pueden contemplar grandes medallones con versículos del Corán.
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La antigua basílica ortodoxa se convirtió en una mezquita tras la toma de la urbe por Mehmet II El Conquistador en 1453 y experimentó un proceso similar al de otros lugares de culto del antiguo Imperio Oriental tras su toma por los turcos. El altar y las campanas fueron retirados y se añadieron elementos arquitectónicos propios del Islam como el mihrab, el minbar y los minaretes. No se trata de un fenómeno extraordinario, sino de un recurso que nos retrotrae al origen de las civilizaciones. Constantino, el fundador de la urbe entre dos continentes, favoreció que la Iglesia Católica hiciera suyos templos de cultos anteriores, como el mitraico, y los mismos emplazamientos, generalmente privilegiados en entornos urbanos, han acogido sucesivas manifestaciones de la espiritualidad humana.
La diferencia de la religión musulmana radica en esa gran capacidad para reutilizar espacios y adecuarlos a su práctica religiosa. Las mezquitas han ocupado recintos de judíos y cristianos, pero también zoroastrianos, hindúes, budistas o de cultos preislámicos, como el que reunía numerosos ídolos en la Kaaba, actualmente el centro de peregrinación más importante para esta fe. El acondicionamiento llevado a cabo en iglesias implica el revoque de pinturas y la supresión de elementos previos como el altar o el coro, pero también mantiene estructuras subyacentes generando arquitecturas heterodoxas en la que se amalgaman elementos de la cultura occidental con otros procedentes de sus propios códigos estilísticos, proclives históricamente a la incorporación de elementos extraídos de culturas previas, caso del arco de herradura visigodo o la cúpula bulbosa bizantina.
Incorporar elementos
La expansión otomana por el Mediterráneo y Europa Oriental proporciona numerosos ejemplos de esta tendencia. Antes de su ocupación, Chipre fue un reino próspero en manos de los Lusignan, una noble familia gala implicada en las expediciones de los Cruzados. Los otomanos se hicieron con ella en el siglo XVI y permaneció en su poder durante tres siglos. A lo largo de este periodo, los gobernadores apenas erigieron mezquitas de nueva planta y las que permanecen son extraños híbridos entre la esbelta fábrica gótica francesa de estilo Rayonnant y la posterior imposición islámica, visible exteriormente por la escolta de elevados minaretes que reclaman su adscripción al Islam.
Las bellas fachadas, las bóvedas de crucería, las lápidas medievales y las ventanas de tracería delatan ese pasado en las mezquitas de Selimiye, la antigua catedral católica de Nicosia, o la Lala Mustapha Pasha, en la ciudad de Famagusta, la antigua seo de San Nicolás. Los intentos de conquista de Tierra Santa también provocaron un vaivén de construcciones y readaptaciones, como en el caso de la Gran Mezquita de Gaza, que fue primero un templo filisteo, posteriormente mezquita y catedral dedicada a San Juan Bautista y, de nuevo, edificio islámico. La Gran Mezquita de Al Omari en Beirut también tiene su origen en una iglesia bajo la misma advocación, aunque los últimos trabajos de restauración han descubierto la antigua cisterna de los baños romanos, su primera función.
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La ambición de la Sublime Puerta condujo a las tropas turcas hasta el corazón del Viejo Continente, llegando a asediar en dos ocasiones la ciudad de Viena. Su derrota en la batalla de Kahlenberg en 1683 supuso el fin de su expansión geográfica y el principio del repliegue, con trascendentales consecuencias en la arquitectura sacra de las zonas liberadas. A diferencia del proceso previo, las iglesias fueron recuperadas despojándolas de todo rastro de su transitoria condición islámica, como en el caso de la bellísima iglesia de Matías, en Budapest, y la mayoría de las construcciones de nueva planta levantadas por los orientales, incluidos baños y caravasares, fueron simplemente arrasadas, en un acto de revanchismo por la represión sufrida.
La mezquita de Bajrakli es la única excepción en pie de las más de doscientas obras religiosas y laicas erigidas por la Administración turca durante sus cinco siglos de permanencia en Belgrado, la capital serbia. Pero existen excepciones de extraordinario valor. La iglesia gótica de San Bartolomé, en la ciudad húngara de Pecs, fue transformada en la mezquita de Pasha Gazi Kasim y reconvertida en templo barroco tras ser entregada a la orden jesuítica. Restos de versículos coránicos permanecen en las paredes y la pila bautismal se encuentra en el mihrab, el nicho orientado hacia La Meca. La cúpula de 23 metros y sus ventanas ojivales constituyen el vestigio más visible de la influencia cultural ejercida por Estambul.
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Tensión
La reconversión de lugares de culto no ha sido un fenómeno pacífico, sino la traslación a la arquitectura de la convulsa historia del mundo. Las transformaciones reflejan hechos bélicos, cambios dramáticos en ciudades y países, y las piedras, a menudo, conservan ese trauma e, incluso, penan antiguas reivindicaciones. Posiblemente, ninguna otra región ha sufrido este drama como el subcontinente indio, sometido a dominaciones de diferente origen e idéntica fe musulmana entre los siglos XII y XIX. Aquí, el irredentismo hindú se ha beneficiado del control político y su mayoría demográfica para reclamar aquellos espacios donde se levantaron templos de su confesión y ahora alojan mezquitas.
La destrucción de la de Babri en 1992 es el suceso mejor conocido, aunque existen otros casos aún más peliagudos como la contigüidad física entre la de Gyanvapi y el Kashi Vishwanath en la ciudad de Benarés. Las columnas y los muros traseros del reciento islámico conservan restos hindúes y budistas, y ambos comparten un pozo considerado sagrado y objeto tradicional de violentas disputas. También se hallan adyacentes la de Sahi Idgah y el templo de Krishna Jamma-bhooni en Mathura, una vecindad forzada que, asimismo, alimenta deseos de drástica eliminación.
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El sincretismo estilístico, forzado por la fe, llega al Sudeste Asiático. La mezquita de Menara Kudus sintetiza en su singular minarete la historia de Java, la principal isla de Indonesia. El alminar, de factura hinduista y budista, presenta las secciones escalonadas y formas curvadas típicas del arte desarrollado en el imperio Majapahit y que precedió a la instalación de un sultanato islámico en el siglo XVI.
Los recintos sagrados aún hoy siguen siendo objeto de disputa, reflejo de esa confluencia forzada por el poder. Muammar Gaddafi reconvirtió la catedral de Trípoli, de estilo neorománico, en una mezquita mediante una completa arabización de su arquitectura, aduciendo la existencia anterior de un construcción otomana que no está documentada. Hace diez años, la sinagoga gótica de Scolanova, en la ciudad italiana de Trani, fue devuelta la comunidad judía tras haber permanecido durante siete siglos bajo la autoridad católica. Las olas de antisemitismo también despojaron a la minoría hebrea de sus templos y pocos sobrevivieron a la demolición. La Reforma también despojó de su ornamentación a numerosas iglesias que pasaron a manos de cultos protestantes.
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A lo largo de los últimos años, la ebullición islamista en Oriente Medio ha arrebatado sus lugares de culto a las congregaciones caldeas o asirias, entre otras, siquiera coyunturalmente. Pero el poder sigue imponiéndose en los lugares de culto como parte de su estrategia, quizás la más sibilina. La laicización de Turquía se halla acosada por una pujante corriente islamizadora apoyada desde las altas esferas. La conversión de Santa Sofía de Estambul en un museo en 1935 pretendía proteger esta heterodoxa concurrencia artística con una satisfacción para todas las sensibilidades religiosas.
La recuperación para el culto de estas antiguas iglesias bizantinas, caso de las homónimas de Iznik y Trabzon, se ha convertido en motivo de disputa en un país dividido entre fuerzas religiosas y seculares. La ocultación de sus frescos y mosaicos, y la pérdida de la protección proporcionada por la autoridad cultural, las despoja de su legado. La déesis se encuentra de nuevo amenazada, según todos aquellos que defienden el espléndido legado bizantino y reclaman que la fe y la política no se confabulen en detrimento del arte sacro.
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