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JESÚS DEL CAMPO
Viernes, 25 de noviembre 2016, 17:34
Bruce Springsteen se mojó por Clinton, Paul Simon triunfó en el BEC y yo no pude comprar un billete a Madrid en una estación de Renfe. Empecemos por lo segundo: hizo bien Paul Simon en tocar The Boy in the Bubble muy al principio de ... su concierto. Es una canción magnífica y pone en evidencia qué gran disco fue Graceland en su día. Simon supo entonces arriesgar, supo apartarse de sus primeras devociones musicales, más estrictamente americanas y, en buena medida, vio venir lo que en aquel tiempo era el futuro. Estos son los días del milagro y el prodigio, dice el estribillo de The Boy in the Bubble en una canción que habla de hambre y de violencia. Esa convivencia entre los avances tecnológicos y los viejos dolores de la humanidad marca la silueta de nuestro tiempo. Los avances tecnológicos, y ahora paso de lo segundo a lo tercero, tienen sus pasos atrás. No le puedo vender el billete, te dice un señor muy amable en la ventanilla de la estación; el ordenador se ha quedado colgado. ¿Cuál es el avance, cuál es el prodigio? Pues que, si el ordenador no quiere darte un billete, te quedas sin él. Se te invita a volver más tarde a una estación que te queda lejos. Si vas a Madrid en coche, podrías estar acercándote a Tordesillas cuando el ordenador acceda a descolgarse.
Los días de los que habla Paul Simon siguen más o menos igual. Hay prodigio, pero en ciertos ámbitos. Pasando de lo tercero a lo primero, Bruce se movilizó para echarle un cable a Clinton y tratar de evitar que, en los días del prodigio, nos demos cuenta otra vez de que los Estados Unidos son más que la Costa Este y la Costa Oeste que sueles ver en la tele. Sprinsgteen hizo una versión palpitante de Thunder Road, en acústico. Muestra un poco de fe, hay magia en la noche, dice la canción. Pero Clinton perdió. El triunfo de quien ganó demuestra que, cuando un discurso determinado apela a emociones muy básicas en tiempo de crisis, tiene posibilidades de imponerse a otro discurso que trata de ser más racional. En los días del prodigio, seguimos con ese problema. Por eso, y porque Enrique Iglesias se enredó el hombre con el playback cuando le daban un premio, es bueno que los grandes sigan en su sitio, arrimando el hombro. Y en serio se lo digo: no me parece mal que Bob no vaya a Estocolmo. Es su forma de decir Omnia Vanitas. Paul Simon en el BEC: qué noticia tan buena.
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