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Gerardo Elorriaga
Viernes, 28 de octubre 2016, 18:53
La inclusión de una mujer como sujeto único dentro de cierta habitación pretendía reflejar la interrelación entre el sujeto y el entorno. La instantánea formaba parte de Elle est lumière, la propuesta de la iraní Niloufar Banisadr para lograr su certificado de estudios de Bellas Artes en Teherán. Pero la modelo no aparecía velada y el pertinente comité islámico desaprobó el proyecto. La estudiante retomó el proyecto cambiando la figura humana por una silla que utilizó en diferentes contextos. Esa forma de buscar alternativas para permitir trasmitir un mensaje se ha convertido en el modo de hacer a lo largo de su carrera. «Las personas, mujeres y, sobre todo, los artistas de mi país sabemos que hay una línea roja para crear que no podemos cruzar», confiesa. «Por eso nuestra obra puede contener una protesta, casi a modo de queja, pero debe ser sutil. Somos equilibristas del arte».
El trabajo de esta autora, radicada en París desde hace más de una década, puede contemplarse actualmente en la bilbaína Galería Aldama Fabre en virtud de un acuerdo con la firma 55bellechasse que permitirá un régimen de intercambio entre artistas locales y aquellos representados por la entidad francesa. La exposición reúne ejemplos de varias series fotográficas que utilizan el retrato y, especialmente, el autorretrato y la composición, para componer un universo lleno de referencias culturales. La sobriedad de medios y la memoria como fuente de inspiración nutren una obra sobria en su resolución, que no precisa de complejas puestas en escena.
La selección muestra la yuxtaposición de su propia imagen, cubierta con el chador, y la de iconos occidentales, musicales o religiosos, o su conversión en emblema de la condición femenina y la violencia que la perturba. Las fotografías apelan al empleo del cuerpo como territorio plástico, tal y como también lleva a cabo su compatriota Shirin Neshat. «El uso del autorretrato es muy común entre nosotras porque se trata de la mejor plataforma para expresar sentimientos y emociones», arguye. El sometimiento de la mujer a determinadas convenciones es una de las claves de la identidad política de la república islámica y esta reapropiación parece la recuperación de un territorio perdido. «Cuando tú recurres a tu propio cuerpo la obra gana en fuerza porque tú eres el sujeto».
La obra de Banisadr no puede comprenderse sin la censura. Ella reconoce que su trabajo se halla condicionado por el origen. «A través de mi fotografía no intento criticar o rebelarme contra el lugar de donde vengo, sino plasmar esa contradicción interna y algo esquizofrénica con la que crecí», advierte. Esa dualidad del espacio privado y el público, y, sobre todo, la contraposición entre los valores occidentales y orientales, se plasma en sus piezas, síntesis formal entre conceptos aparentemente antitéticos. «En mi trabajo vemos ambos extremos, la desnudez que muestra lo bello, lo femenino, lo humano, lo vulnerable», indica.
La mordaza oficial supone un obstáculo, pero también un acicate, según su experiencia. «Vengo de un país en el que la religión está muy politizada y es intocable. No sólo yo, todos estamos condicionados por el entorno y la historia. Sabes hasta dónde puedes llegar y las dificultades incentivan tu creatividad», alega, y apunta que la falta de restricciones en Europa tiene sus inconvenientes. «Cuando eres feliz y relajado, nadie te obliga a luchar», aduce. «La libertad ha llenado el arte de déjà vu».
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