Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Gerardo Elorriaga
Viernes, 22 de julio 2016, 14:30
No salga de Praga si no es estrictamente necesario. No se deje amilanar por la masificación turística, los carteristas que pululan por terrazas y tranvías y las facturas abusivas de ciertos restaurantes, y sucumba a los múltiples alicientes que ofrece la ciudad más bella del mundo. Abundan las razones para la rendición incondicional. Podemos claudicar ante la fascinante Plaza de la Ciudad Vieja, el Castillo y su barrio circundante de Hradcany, todo un laberinto de palacios, o, simplemente, dejarnos llevar por el atractivo de cualquiera de las viejas calles y disfrutar del profuso legado modernista. Ahora bien, si cree que más allá de esta ciudad hay un país e, incluso, una historia anterior a la Revolución de Terciopelo, sacrifique veinticuatro horas de su estancia para comprobar que Chequia, como Teruel, también existe y posee otros lugares tan singulares como el Osario de Sedlec.
Las características del templo al que nos dirigimos, situado en la localidad de Kutna Horá, a unos 70 kilómetros, distan de la magnificencia de la capital. La primera impresión de la capilla subterránea de la iglesia de Todos los Santos es simplemente lóbrega. Si, además, el recorrido se realiza en invierno, cuando la tarde palidece y las velas apenas proporcionan una mortecina luz, el visitante puede pensar que las leyendas que proceden del corazón del Viejo Continente se sustentan en un pasado realmente terrorífico. Quizás los más medrosos incluso sospechen que el conde Drácula descansa en las inmediaciones.
Atmósfera surrealista
Probablemente, el espectador de ánimo templado sentencie que el estilo barroco local devino en absoluto delirio. En cualquier caso, quienes contemplen las guirnaldas de cráneos humanos que decoran las bóvedas, la araña de huesos que cuelga del techo de la nave y las custodias elaboradas con los mismos elementos que flanquean el altar no podrán sustraerse a la surrealista atmósfera de un lugar tan extraño. La iglesia alberga restos óseos de entre 40.000 y 70.000 personas, y la lámpara central reúne todas las piezas que conforman el esqueleto humano.
No se trata de una peculiar manifestación de la ironía checa. Esta escenografía del espanto remite a la historia de Centroeuropa, a la fe católica, las luchas de religión, especialmente virulentas en la región, y a la plata, un bien habitualmente apreciado por los creyentes de todos los ritos. El destino del sitio, originalmente un monasterio cisterciense, cambió radicalmente en 1278, cuando el rey Ottokar II envió a su abad a Tierra Santa en misión política. Tras regresar de su embajada, el perspicaz emisario esparció tierra traída del monte Gólgota en su, hasta entonces, irrelevante camposanto, convirtiéndolo de inmediato en apetecido último destino para las familias poderosas del reino de Bohemia y adyacentes.
El favor real amplió las posesiones del convento, que gozó de la explotación de las minas de plata que se hallaron en el término.El yacimiento argentífero convirtió a la ciudad en la más rica del reino al final de la Baja Edad Media, tiempo en el que la relativa paz en el corazón de Europa y los nuevos flujos comerciales demandaban una incesante acuñación de moneda. La opulencia se demuestra en magníficas construcciones góticas como la catedral de Santa Bárbara, la Casa de Piedra, el edificio conocido como la Corte Italiana y la Fuente de Piedra, un dodecágono labrado que constituye una bella muestra de la arquitectura civil de finales del siglo XV. Este legado ha convertido a Kutna Horá en Patrimonio de la Unesco y merecida etapa de cualquier viaje por el interior de Chequia.
La prosperidad atrajo a numerosos colonos alemanes, que conformaron la burguesía emergente, y la piedad siguió conmoviendo a aquellos que buscaron acogida en el monasterio, pero otros muchos recibieron involuntaria sepultura en los periodos más oscuros, cuando la conjunción de malas cosechas, hambrunas y enfermedad devenía en terribles periodos de mortandad. En 1318 no menos de 30.000 individuos fueron inhumados en la necrópolis, en constante y rápido crecimiento.
Lo peor estaba por llegar. Un siglo después, las guerras husitas, provocadas por la ejecución del protestante Jan Hus, devastaron el país en una sucesión de batallas, matanzas y destrucción. Los rebeldes ocuparon el monasterio y lo arrasaron. Los enterradores no cesaron en su labor durante dos décadas de luchas que cobraron más de 10.000 vidas y una devastación de la que nunca se recuperó el reino.
'Memento mori'
La iglesia gótica de Sedlec, cuya fábrica remite a 1400, incluyó la construcción de la capilla inferior en la que fueron apilados miles de huesos procedentes de antiguas tumbas. La poderosa influencia de la tierra del Gólgota, calavera en lengua aramea, había colmatado los nichos y tumbas, renovados periódicamente. Al final del siglo, el espacio para las sepulturas se había reducido y, según las crónicas, fue entonces cuando surgió el mito local del monje que dio rienda suelta a sus veleidades artísticas erigiendo pirámides de cráneos.
En cualquier caso, la inquietante interpretación en hueso del barroco se debe a Jan Blazej Santini Aichel. Este discípulo de Borromini, descendiente de una familia italiana que huyó a Bohemia por su filiación masónica, es uno de los grandes de la arquitectura checa y sus construcciones salpican todo el país y la vecina Moravia. Pero la decadencia llegó pronto, con la desamortización llevada a cabo en el XVIII. El monasterio y sus posesiones fueron adquiridos por la Casa Schwarzenberg, uno de los principales linajes checos, aunque de origen germano. La aristocrática familia se mantuvo fiel a la estética de la capilla y contribuyó al mantenimiento y expansión, añadiendo la característica lámpara de araña y su propio escudo de armas formados por huesos, obras del tallador Frantisek Rint.
Actualmente, los defensores del Osario rechazan la presunta banalidad de su decoración y apelan a un sentido pietista, íntimamente ligado con el espíritu del Barroco, y que se manifiesta en otros espacios similares, como la cripta capuchina de la Iglesia de Santa María de la Concepción en Roma. El estilo de Santini es deudor de un complejo simbolismo y, probablemente, el intercambio de rollizos querubines por sobrias calaveras guarde una interpretación existencial relacionada con el 'memento mori', el recuerdo de la fragilidad humana, la brevedad de la vida y nuestra finitud, ampliamente representado en el mundo del arte, aunque aquí alcanza una sobria crudeza.
El pasado turbulento de Bohemia se condensa y embrolla en estos macabros cúmulos, transformados en custodias o decorando paredes. Los huesos pelados reconocen que nobles, mineros, soldados reales y guerreros protestantes, víctimas inocentes del hambre y la peste, compartieron el mismo fin. Sus restos, desprovistos de identidad, recuerdan, inevitablemente, la trágica futilidad de la ambición, la intolerancia y la guerra.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.